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Una Frida desdibujada

Gonzalo Valdés Medellín*| El Universal
Lunes 20 de noviembre de 2006

Con una puesta en escena de Mauricio García Lozano, que provocó los más contrastantes comentarios, dio inicio, en Pachuca, Hidalgo, la anual Muestra Nacional de Teatro, donde autores, grupos, propuestas y artistas disímbolos se dan cita, como cada año, para confrontar los alcances y formas de sus visiones escénicas.

En su edición 27, se rinde homenaje a grandes teatristas mexicanos: la dramaturga Luisa Josefina Hernández y el recientemente desaparecido Juan Manríquez, oriundo de Guanajuato, pero que desde 1961 llevó a cabo una ejemplar trayectoria de aportes para la cultura teatral hidalguense. Asimismo, Fernando de Ita, crítico, dramaturgo y director, fue condecorado con la presea Xavier Villaurrutia, uno de los máximo galardones que en la actualidad se ofrece a los creadores escénicos.

Mauricio García Lozano fue el afortunado en inaugurar la Muestra con una obra en torno a la figura de la pintora Frida Kahlo, y cuyos simbolismos sirvieron tanto al director como a la argumentista Ximena Escalante para llevar a escena Unos cuantos piquetitos, título por demás corrientón que ineludiblemente remite a la peor ralea de la nota roja. La puesta en escena está llena de errores. Somete a su arbitrio el mito de Frida Kahlo. Y no obstante, ha sido -según informes de boletín- "todo un éxito en Holanda". Pero Unos cuantos piquetitos muestra a un director engolosinado con su propia vacuidad y a una libretista absolutamente incapaz de transgredir sus propias limitaciones conceptuales y formativas. En realidad, poco o nada tiene que ver Frida Kahlo con este capriccio escénico de García Lozano-Escalante. Todo constituye un mal pergeñado pretexto para armar un espectáculo donde las pretensiones insulsas saltan a la vista y desbarran en el hartazgo de un público que no puede aguantar los mal emitidos parlamentos por unos actores mal entrenados en dicción, que hacen del desgarre vocal su medio más a mano para la expresión verbal y emotiva. Mucho grito, cero matices e intencionalidades de sobreactuación anímica, develan que hay en García Lozano un director poco avezado para dirigir actores, incapaz de trabajar la voz y las profundidades sicológicas. Una actriz como Angelina Peláez, toda destreza, toda fuerza y convicción, naufraga en estos .piquetitos, con un personaje inconsistente y gratuito. Nunca sabremos qué es lo que hace dentro del contexto del engorroso y esquemático espectáculo el personaje de Peláez; lo único que resulta visible es el estéril desempeño de una actriz que lucha desesperadamente por dotar de dignidad dramatúrgica a un hueso durísimo de roer. Los demás actores, si sobresalen, es por algunas cualidades de su belleza física ampliamente explotada -hasta el delirio pansexual- por el director. Y claro, resultan agradables a la vista del vouyeur los desnudos integrales de los jóvenes hombre y mujer, que se plantan en primer plano a espetar al público la belleza de sus cuerpos y la carnalidad de su osadía. Pero de ahí en fuera. un grupo musical sordo, sin ninguna relevancia sonora para el efecto dramático, que torna reiterativas y abusivamente cansadas sus intervenciones, termina de dar al traste a los .piquetes. En manejo del espacio Phillipe Amand da rienda suelta a su locuacidad pictórica, y en suma, vemos un espectáculo inscrito en los rudimentarios prolegómenos de la maquila para vender en el extranjero y apantallar con lugares comunes revisitados, pero sin ir más allá de la frivolidad propia de un teatro vacío, superfluo y definitivamente insustancial.

La 27 Muestra Nacional de Teatro dio inicio con luz mortecina (¿será reflejo del inminente cambio en las estructuras de la política cultural que ya se acaba?). Para colmo, se programa a Las Reinas Chulas, suerte de equipo cabaretil de ínfima división, en la más obvia y perecedera traición a la tradición carpera. Y sin embargo, no todo parece perdido, viene el estreno de La pista, escrita y dirigida por Fernando de Ita; La voz oval, de Enrique Olmos; Yamaha 300, dirigida por Antonio Castro; Los niños de Morelia, de Víctor Hugo Rascón Banda. Las expectativas son buenas, pues como bien han dicho por ahí: ya viene siendo costumbre que la muestra se inaugure con lo peor, o en este caso, lo menos peor, para dar paso a lo bueno.

*Escritor



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