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El veto de Fox a la ley del libro y la lectura

Coral Bracho*| El Universal
Martes 05 de septiembre de 2006

U na ley originada en una iniciativa ciudadana, que beneficia igualmente a los lectores, a los editores y a los libreros -grandes y pequeños-, apoyada por todos los gremios de la cadena productiva del libro y aprobada en el Congreso, con el apoyo de todos los partidos políticos por las cámaras de diputados y senadores, fue irresponsablemente vetada -con argumentos que revelan una total ignorancia sobre su sentido y sus efectos- por el presidente Vicente Fox hace unos días.

El veto improvisado de Fox absurdamente propicia -nada más ni nada menos- todo lo que él dice querer evitar.

Si algo habría apoyado las políticas de fomento a la lectura que Fox quiso impulsar, sería sin duda la aplicación de esta ley que ahora veta. Se trata de una ley probada durante años en numerosos países (España, Francia, Alemania, Dinamarca, Portugal, Japón y Corea, entre muchos otros) como una ley necesaria para la sustentabilidad y proliferación de librerías que fomenta la diversidad de la oferta editorial y que, por si fuera poco, baja los precios de los libros.

En Francia, para dar un ejemplo, el número de librerías se multiplicó por cuatro en los últimos 20 años. En Finlandia, donde se prescindió de la ley, las 750 que tenía se redujeron a 450. El precio de los libros en todos los países que han adoptado esta ley, favorable a su producción y distribución, se ha mantenido por debajo de la inflación. En Inglaterra, donde hace 10 años dejó de observarse, el precio de la mayoría de los libros subió al doble de la inflación.

Bajo esta ley que no se apoya en subsidios, sino en permitir que las librerías sean rentables en cualquier punto del país -en cualquier ciudad, grande o pequeña-, los editores, que compiten entre sí con la calidad de sus catálogos y los precios de sus libros, fijan para cada uno de éstos un precio -de acuerdo con sus particulares costos de producción- que deberá respetarse en los distintos puntos de venta. Las librerías compiten, a su vez, entre sí con sus servicios y la diversidad o especificidad de los títulos que ofrecen. Los lectores se ven beneficiados por la diversificación de los títulos ofrecidos, por la multiplicación de los puntos de acceso en el país y por la reducción de los precios.

Bajo la ley del precio único, que tanto ha favorecido a la mayor parte de la industria editorial europea, el precio de los libros desciende por distintas razones que sanean la cadena que lleva al libro del autor al lector y que tienen como punto de partida una política distinta de descuentos al público. La posibilidad que tienen las librerías de dar descuentos al público se mantiene en buena parte de los casos. Sólo los títulos que no tengan más de tres años de antigüedad y no se hayan resurtido en un año, deben mantener el precio fijado originalmente por los editores para todas las librerías del país, como una medida de protección para ellas.

Las editoriales, bajo el sistema de precio único, como cualquier empresa, ofrecen a las librerías descuentos acordes con el volumen y las condiciones de compra, pero no se ven obligadas a inflar sus precios para sobrevivir -como sucede en los países que carecen de esta ley- para poder otorgar los descuentos, aún mayores, que algunas de las librerías necesitan -en detrimento de todas las demás- para poder ofrecer, a su vez, descuentos igualmente artificiales, y al fin y al cabo ilusorios. Si con la ley del precio único se beneficia a las grandes y pequeñas librerías, a las editoriales, a la creciente red de distribución y a los lectores, sin ella todos pierden, sin excepción.

La tendencia de la cadena del libro regida por la ley del precio único apunta, en todos los casos conocidos, hacia la diversidad, la sana competencia, la pluralidad democrática, la riqueza cultural, la libertad, la división de responsabilidades, la demanda creciente de nuevos títulos, la proliferación de lectores, etcétera. La tendencia sin ella, por otra parte, apunta al extremo opuesto: cada vez menos editoriales, cada vez menos libros, cada vez menos lectores, cada vez menos librerías. El escenario al que finalmente se tiende es el de un muy pequeño número de librerías que, en última instancia, atentan contra sí mismas al asfixiar irremediablemente la industria que debía sostenerlas, y que, al elaborar sus cada vez más reducidas listas de pedidos, concentran, casi a su pesar, las decisiones (compartidas quizá con otros comercios cuyos principales intereses son ajenos al libro) de qué se debe publicar, e incluso qué se debe escribir.

Es más que lamentable que la Comisión Federal de Competencia, con todos los datos a la mano, no haya alertado al presidente Fox de que al vetar el precio único de la ley estaba atentando contra lo que suponía defender. Es más que lamentable también que Fox no haya dado oídos a la inteligente y bien intencionada defensa de la ley que hicieron algunos de sus colaboradores, en apoyo de un vasto y representativo grupo de ciudadanos que ofreció generosamente su esfuerzo y su tiempo durante años en favor de una ley que no sólo beneficia a México, sino que era urgente poner en práctica. Como prueba de esto, entre muchísimas otras más, recordemos que México es, por mucho, el país con menos librerías per cápita en todo el continente, y que día con día, las poquísimas que sobreviven siguen cerrando.

*Poeta



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