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Eliseo Alberto, con la nostalgia a cuestas

Sandra Licona| El Universal
Martes 27 de junio de 2006
El escritor cubano dice que el vicio de la melancolía es la principal herencia de su padre, el poeta Eliseo Diego, al tiempo que se define como un ser trabajador, disciplinado y un excelente amigo

Es el rey de la ropa vieja y los frijoles negros (platillos de la cocina cubana). Se considera un buen amigo y ha hecho memorable una frase: "Los amigos son mis dioses y la amistad mi religión". Está exiliado en México desde hace casi 20 años y tiene el vicio de la melancolía que -dice-, su papá, el poeta cubano Eliseo Diego, le hizo el chiste de heredar.

Eliseo Alberto de Diego (1951) es su nombre, aunque le gusta más que lo llamen Lichi.

Se levanta todos los días poco antes de la seis de la mañana, se prepara un café, enciende un cigarrillo y casi siempre se pone el mismo pulóver (así se le llama en Cuba a las camisetas) para iniciar su jornada literaria, pero si ese día tiene que escribir una página importante, se enfunda en una camisa azul que era de su padre, quien murió aquí hace 12 años.

Eliseo Alberto, quien ha escrito más de 10 libros entre poemarios, memorias y novelas, como La fogata roja, La eternidad por fin comienza un lunes e Informe contra mí mismo, ha hecho de su departamento en la colonia Del Valle su estudio, su Cuba, su panteón.

- Dicen los que saben que es un excelente anfitrión y que en su casa se come muy bien.

- Sin lugar a dudas es una virtud bastante reconocida, al menos por mi primer círculo de afectos. Y es que soy, sencillamente, un cocinero extraordinario, por supuesto mucho mejor cocinero que escritor.

-¿Cuál es su especialidad?

- La comida cubana, desde luego. Sin duda los frijoles negros y los colorados, sin éstos la comida no sabe a Cuba. Las pocas cositas de maíz que tenemos, nuestro tamal de cazuela, tan distinto al ejército de tamales que tienen en México. Soy el rey de la ropa vieja. En este tema no soy nada modesto como ves. Es parte de mi trabajo como escritor. Me explico. Me levanto muy temprano, no salgo de la casa, no tengo un empleo, sólo el trabajo que yo mismo me impongo, no es fácil vivir de la literatura, vivo de la escritura. De pronto, a las 10 de la mañana, estoy trabado, "no doy pie con bola" -como se dice en Cuba-, entonces me pongo a pelar papas, a picar cebolla, y mi hija -María José- me dice: "Papá, para qué tú estás haciendo tanta comida, estamos tú y yo solos". Yo le digo siempre, espérate, que al rato empiezan a llegar los amigos y al final no queda ni un gramo de arroz. Quizás otra virtud es que soy muy trabajador, disciplinado y riguroso, y también soy un excelente amigo.

- ¿Y sus vicios?

- Un vicio es la soledad, que es mala consejera como bien se sabe, otro vicio es la melancolía, que es una mierda. Lo que le pasa a la melancolía es que es una palabra muy bonita, Silvio Rodríguez le hizo una canción. Pero la melancolía es una enfermedad y es uno de los males más dolorosos que existen. Mi padre la padecía y me hizo el chiste de heredármela. Pero hay maneras de combatirla: el amor, que es otro de mis vicios.

- ¿Ha sido muy enamorado o, como se dice en México, ha sido un mujeriego?

- Sí, bastante. Esto viene porque mi casa en El Vedado era un centro de reunión. Teníamos un pequeño patio en la parte trasera, además de una enorme mata de mango, y ahí nos reuníamos todas las noches. Lo mismo pasaba Pablito Milanés y Silvio (Rodríguez) que los poetas de cualquier generación. Ahí se sumaban nuestros amigos. Como sabes, toda mi familia pertenece al arte y la cultura: músicos, poetas, bailarines, actores, y la casa de reunión era la nuestra. Papá era un hombre encantador, un pizpireto, y mamá era encantadora y bella, como dice su nombre. Además estaban los amigos de papá: Lezama Lima, Fausto Carrero -un gran pintor cubano- y después Gabriel García Márquez; luego los trovadores más jóvenes: Sara González, Virulo... aquello era una fiesta. Tomábamos el ron caliente, sin hielo, porque el comandante acabó con el hielo, no sé por qué, si el hielo no le hace daño a nadie. Había un pasa pasa de novias y novios porque éramos los que éramos.

- ¿Cambió el ron por el tequila?

- No, sigo con el ron sin hielo, ya me acostumbré a tomarlo caliente.

- ¿No pudo o no quiso escapar al destino de ser escritor?

- Era muy difícil, con un padre como Eliseo Diego, una tía como la poeta Fina García Marruz y un tío como el escritor Cintio Vitier (que también obtuvo el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, al igual que el poeta Eliseo Diego). Lo que pasa es que estaba muy enamorado de una bailarina de ballet, Rosario Suárez. Todos le decíamos Charín. Nos casamos, ella tenía 18 años y era una de las mejores bailarinas que ha tenido Cuba, a la par de Alicia Alonso, quien le hizo la vida imposible justamente por ser tan buena. Estaba muy enamorado y publiqué tres cuadernos de poesía, horribles, muy felices eso sí, muy amorosos. Yo la idolatraba, todavía la idolatro.

- ¿Tuvo la mesa puesta para convertirse en escritor?

- Claro, para escribir sobre todo, para publicar no. Entré por los únicos canales que había entonces en Cuba, que eran los premios. Pero dejé de escribir poesía el día que Rosario y yo nos divorciamos.

- Tengo la impresión que nunca le ha pesado el nombre de su padre.

- Mi madre, que me saca las lágrimas porque está muy enferma y a la mejor se me está muriendo hoy, es una loca maravillosa porque podía cargar con un hombre como papá, y eso era un verdadero disparate. Ella decía: "¡Ah qué linda tarde pasé ayer!, me la pasé llorando". Yo adoro a mi papá, a veces hasta me tienen que dar un golpe para que deje de hablar de él, ahora estoy escribiendo todo un libro sobre su persona. Papá fue un hombre muy sencillo, humilde, era maestro de escuela, venía de una familia muy aristocrática, pero él era extraordinariamente modesto, un católico de verdad. No me pesaba, aunque tomé medidas precautorias. Cuando Charín tuvo la buena idea de dejarme de querer, nunca más escribí un verso, y entonces pensé que lo mejor sería abordar géneros literarios que papá jamás hubiera tocado: la crónica, el periodismo. Me metí en el mundo del cine gracias a mi hermano Rapi y empecé a escribir guiones, algunos pésimos. He escrito varias de las peores películas que se hayan filmado nunca en el planeta. Tenía mano para la prosa, mal periodista no soy. Un día me lancé a escribir mi primera novela. Estaba en el ejército, al frente de un pelotón, y me encontré con el director de la revista militar de las Fuerzas Armadas de Cuba, una revista que se llama Verde Olivo. Le dije una mentira: le conté que tenía escrita una novela y me propuso publicarla por capítulos, cada semana una parte. Me dijo que le mandara el primer capítulo, era un viernes. Ese día por la noche me senté a escribir, porque no tenía ninguna novela. Esa novelita se llama La fogata roja y trata sobre un pelotón de niños que tenía el general Sandino en Nicaragua, que se llamaba El Coro de los Ángeles. Yo había conocido a uno de esos angelitos. Nunca había estado en Nicaragua, pero con esa novelita me gané el Premio Nacional de la Crítica en La Habana. Esa fue mi primera novela.

- Alejandro González Iñárritu dice que no conoce a ningún otro escritor que ame tanto a sus personajes como usted.

- El Negro Iñárritu... Lo vi hace poco en Los Ángeles, vi su película Babel y en eso estoy trabajando ahora, en un libro de fotos sobre la película. Mis novelas están gobernadas por personajes entrañables, a mí la novela que me gusta leer y escribir es aquella que explora la condición humana, siempre hay trama porque a mí me gusta la novela convencional, no soy un audaz en la estructura, me gusta que las novelas se terminen en la última línea. Cuando salió mi novela Esther en alguna parte, Gabriel García Márquez me dijo: "Qué buen título, si yo hubiera escrito una novela como ésta, Esther aparecería en el último capítulo". Yo le dije: como soy su discípulo más avanzado, en mi novela Esther aparece en la última línea. Me encanta la hechura de los personajes y casi siempre son personajes nada notables, hombres y mujeres feos, olvidados, esa gente que nadie se detiene a ver nunca, viejos sentados en los parques, la historia de los hombres sin historia. Los malos míos siempre son pésimos. Una vez Julio Scherer -fundador y ex director de la revista Proceso- me propuso hacer un reportaje de largo aliento sobre El Mochaorejas. Lo pensé y a los pocos días le dije que no. Sabía que al entrevistar a El Mochaorejas le iba a encontrar un lado bueno y no quería encontrárselo. En mis libros siempre está el tema del arrepentimiento, del perdón, del castigo, que es el eje central del cristianismo.

-¿Son casi 20 años en México, hay algo que le moleste de nuestra cultura?

-Hay una cosa que siempre me llama la atención, no es que me moleste, y es lo que podría llamarse la República de las Letras en México, con la cual tengo muy poco contacto, y a mucha gente le pasa mismo. La República de las Letras -que durante muchos años comandó Octavio Paz- tiene una silla presidencial que está vacía y a varios candidatos disputándosela: Carlos Fuentes, Enrique Krauze..., pero la silla sigue vacía. Yo sentaría ahí a Fernando del Paso, que es uno de los grandes novelistas. Esa república ignora a los otros, y yo prácticamente no existo, no nos toman en cuenta, aunque sé que tengo mis lectores. Sucedió lo mismo, aunque estaba Paz, con García Márquez, Mutis, Tito Monterroso y Gelman, el gran poeta de América Latina, un hombre de una gran humanidad. Nos toleran con cariño, no digo que no. Para mí el mejor novelista vivo de la lengua española que existe hoy es Fernando Vallejo -con quien me disputo el puesto del que ha escrito el peor guión-, quien durante mucho tiempo tocó el piano en un restaurante de la Condesa y nunca ha entrado en esa República de las Letras. Nos dan casa, tenemos editorial, publicamos, pero siempre nos sentimos fuera del castillo, del feudo.

-Fidel Castro está por cumplir 80 años, ¿qué reflexión le provoca?

-Para él es un triunfo, es una edad importante, sobre todo para un hombre que si bien ha tenido una vida sin carencias, también ha tenido una vida muy intensa. No me puedo imaginar cómo maneja su estrés: toda la noche está conspirando, sólo duerme tres horas al mediodía, se ha desgastado mucho y en ese ángulo, pues, me parece muy meritorio que cumpla 80 años. Fidel se ha equivocado en muchas cosas, pero hay una que rige todas las demás, no hay revolución que dure 50 años, pero sí al parecer cuerpo que lo resista. Alguna vez dije que las revoluciones son acelerones de la historia para ganar el tiempo perdido, para crear un mundo mejor, basado sobre todo en el principio de la justicia social, pero son periodos breves, querer eternizar una revolución es contrarrevolucionario, y en el fondo Fidel, aunque él lo refutaría, acabó negando lo mejor que hizo, acabó desconfiando de lo que él mismo hizo. Creo que hemos sido muy cobardes y hemos dejado pasar las cosas, y es que nos sembraron el miedo. Cuando yo sea viejo y me quede sin imaginación, como le sucede a muchos novelistas que tienen que apelar a la historia -ya que en la historia ya están los personajes hechos y por ello hacen novelas históricas-, yo voy a escribir, y ya lo vengo preparando, la vida de José Raúl Capablanca (1888-1942), campeón mundial de ajedrez cubano.



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