Una trayectoria que deja huella
De poco le ha servido desarrollar 30 medicamentos -especialmente contra el cáncer- y fundar empresas de mejoramiento de pinturas, el trabajo científico del ingeniero bioquímico Filiberto Vázquez Dávila se ha visto eclipsado socialmente por uno solo de sus inventos: la tinta indeleble que impide que alguien vote dos veces en las jornadas electorales. A pesar de que la tinta, desarrollada para los comicios en el año 1994, ha originado que el resto de su trabajo realizado en casi 40 años como investigador en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) pase inadvertido, el ingeniero bioquímico se siente orgulloso de ese invento, pues ayudó a construir la democracia en México y en algunos países de América Central. La patente del producto pertenece al IPN, pero en secrecía industrial, dado que se trata de un sistema de seguridad. Las ganancias son también para el instituto. Para el científico, Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2001, quien trabajó durante cinco años en EL UNIVERSAL, el haber pintado con su tinta más de 60 millones de dedos, y con ello acabar con delitos electorales como el "carrusel", representa una gran satisfacción. Con un semblante serio que contrasta con la expresividad de sus manos, el investigador de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN sabe que la única manera de salir del subdesarrollo en México es a través de la ciencia aplicada. Por eso desde su laboratorio, cuyo suelo se ve manchado por la tinta indeleble, arremete contra quienes se oponen al mayor apoyo del Consejo Nacional para la Ciencia y Tecnología (Conacyt) a la ciencia aplicada, y asegura que los científicos mexicanos deben talonearle mucho para que sus investigaciones lleguen al mercado, porque un desarrollo tecnológico que no llega al mercado, asevera, "no sirve de nada". - ¿Cómo nace su interés por la ciencia? - Desde que era pequeño me gustaba mucho observar la naturaleza, en particular me llamaban la atención los colores de las plantas. Durante mi juventud comprendí que para aprender más de eso debía dedicarme a la química. Me especialicé en entender cómo son las moléculas que tienen color y sus propiedades, por ello me dediqué a hacer colorantes y pigmentos, así como tintas biodegradables que no mancharan para periódicos. - ¿En qué periódicos trabajó? - En 1987, en el periódico El Nacional, allí creamos una planta para hacer las tintas, y en 1988 me llamaron de EL UNIVERSAL, donde estuve cerca de cinco años en el manejo de tintas. Me hice cargo de todo lo que tenía que ver con aspectos químicos como reveladores, tonos y tipos de tintas, y auxiliares como disolventes o soluciones para lavar las máquinas. - ¿Y qué vino después? - Tuve la oportunidad de trabajar en la industria farmacéutica y fundar algunas empresas desarrolladoras de tintas y pinturas, siempre a la par con el trabajo de docencia en el Instituto Politécnico Nacional. En 1993 el IFE lanzó una convocatoria para crear una tinta indeleble para la votación federal de 1994 y vimos una gran oportunidad para concursar y ganar. - ¿Por qué pensaba que tenía oportunidad de ganar? - Porque poseía los conocimientos y la experiencia necesaria, además suponía que lo que necesitaba el IFE era un pigmento de piel y no una tinta, porque mientras esta última sólo recubre, el pigmento reacciona químicamente con la epidermis y la transforma, no la pinta. Entonces es prácticamente imposible de quitar. - ¿Entonces llevaba ventaja en el concurso? - Sabía que todos los concursantes habían desarrollado tintas, por eso estaba seguro de que iba a ganar. El pigmento era un nuevo concepto y, técnicamente, muy diferente. A pesar de que en el mundo hay tintas indelebles como las inglesas o la india, las hemos comparado con nuestro desarrollo y, felizmente, no nos llegan ni a los talones.