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Mi único cliente, el lector: Martí Soler

Sandra Licona| El Universal
Martes 18 de abril de 2006
El editor catalán recibe hoy la Condecoración del Águila Azteca, máximo galardón que el gobierno mexicano otorga a extranjeros que han contribuido al desarrollo del país

Un editor catalán que se formó a la vieja usanza de los tipógrafos, pero que en México contribuyó a innovar en la edición de libros, recibirá hoy el máximo galardón que el gobierno mexicano concede a extranjeros que con su trabajo han servido al desarrollo de este país: la Condecoración del Aguila Azteca.

Es Martí Soler, el que hace más de 50 años llegó a nuestro país y se hizo editor al cobijo de grandes linotipistas como el holandés Alexandre Alphonse Marius Stols, con quien realizó las obras completas de Francisco Hernández; el editor que dice que trabaja para un solo cliente: el lector.

Hizo su entrada al mundo de la edición de la mano de Arnaldo Orfila y Joaquín Díez-Canedo en el Fondo de Cultura Económica (FCE) -donde le tocó presenciar la salida de Arnaldo Orfila y el proceso en su contra "por tradición a la patria" ordenado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz-. También trabajó en imprentas, corrigiendo pruebas para Grijalbo, Pax México y Esfinge, y formó parte de editorial Siglo XXI.

Toda esa experiencia y su regreso como editor al FCE -donde se ocupa ahora de revisar el catálogo histórico-, son los méritos que hacen que Soler reciba, junto con Jean Franco, Jacques Lafaye y Theo R. Crevenna, la condecoración mexicana, en un acto que tendrá lugar a las 19 horas en el Salón de Recepciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

"Hace muchos años, quizá en la década de los 70, le entregaron esta distinción a mi jefe Arnaldo Orfila, pensé entonces que sería maravilloso que algún día me la entregaran a mí. Realmente me siento muy honrado y orgulloso, además porque representa el reconocimiento de un pueblo que es mío, porque llevo más de 50 años de vivir en México", señala este hombre que a sus 72 años de edad, dice que su deseo es "seguir trabajando en la industria editorial hasta el fin de mis días porque ha sido mi vida y espero que lo siga siendo.

-¿Cómo y en qué contexto se hizo editor de libros?

-Aunque trabajé en los libros desde los 15 años, en realidad me dediqué a la industria editorial a partir de mi fracaso en la Escuela de Arquitectura, cuando traté de hacerme de una carrera y en un año determinado decidí que no era para mí. Eso me obligó a buscar un lugar donde pudiera desarrollarme y ese lugar fue el Fondo de Cultura Económica -que siempre he dicho, ha sido una editorial de formación para mucha gente, de grandes autores y de grandes editores-, aunque antes trabajé en imprentas, corrigiendo pruebas, así que fue fácil entrar en ese mundo. Ya más tarde fui maestro de tipografía en la Universidad Iberoamericana, como cuatro años, donde les decía a mis alumnos que ellos veían la tipografía a través de una pantalla, pero que cada letra o signo en la pantalla tiene detrás un pedazo de metal que se remonta a muchos siglos atrás.

-¿Además de Orfila, qué otros maestros lo formaron en la edición de libros?

-En un homenaje a Joaquín Díez-Canedo dije que él había sido uno de mis maestros, aunque podría pensarse que mis primeros maestros fueron mi padre y un refugiado español, socialista, que se llamaba Ramón La Moneda que trabajaba en Grijalbo. Las primeras pruebas que corregí lo hice para ellos y Ramón La Moneda, fue una gran persona, gran editor y maestro mío. Joaquín fue otro, Orfila, por supuesto, y Alí Chumacero como tipógrafo.

-¿De qué manera o en qué aspectos se puede reconocer a buen editor?

-En su anonimato. Uno de los problemas de la industria editorial y de que un editor salga a la luz de una manera evidente es que sus libros no estén bien cuidados, si están bien hechos entonces el editor tiene que pasar desapercibido. No hay que darle muchas vueltas, aunque a partir de la segunda mitad del siglo XX sí ha habido muchos historiadores del libro que han sacado a la luz a varios editores distinguidos de todo el mundo e incluso algunos han escrito sus propias memorias. La edición tiene una serie de problemas que tienen que ver con el manuscrito, con el diseño o con las técnicas de artes gráficas empleadas en la portada. El editor como el escritor y diseñador tienen que trabajar para un solo cliente: el lector.

-¿Recuerda cuál fue el primer libro que editó?

-Creo que fue un libro de economía en el FCE, en 1959. No había en el cuerpo técnico de la editorial ningún economista, por lo tanto el novato, el recién llegado, era el que se encargaba de los libros de economía. Me tocó editar varios, pero recuerdo uno en especial: Tratado de economía agrícola de Edmundo Flores porque el original lo cuidó Augusto Monterroso, junto con el autor. Tito lo ayudó sobre todo a redactar el libro, entonces era un libro de economía con pinceladas de literatura.



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