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La sed de José Alfredo Jiménez

Jorge Luis Espinosa/Enviado| El Universal
Viernes 21 de octubre de 2005
El recorrido del célebre músico por las cantinas del viejo Guanajuato, donde desbordaba su inspiración, es evocado por quienes lo conocieron

GUANAJUATO. Aquí la "vida no vale nada", cantaba José Alfredo Jiménez y aquí mismo, el compositor encontró una de sus rutas de dolor y alcohol. Llegaba de Dolores y buscaba las cantinas amigas donde guarecerse.

Iba de El Incendio a La Norteña, pasaba por La Colmena de Oro y remataba en La Cubana, donde pedía su botella de tequila Sauza blanco, sal de grano y buscaba las palabras que pudieran dar cuenta del sentimiento.

No le gustaba compañía alguna, más que la soledad y la botella. Llegaba, pedía lo de siempre y con el tequila en la mano se iba a un rincón de La Cubana, donde poco a poco el líquido se iba consumiendo, a la par que la inspiración crecía.

Tomaba algunas servilletas o papeles que hallaba y sobre ellas empezaba a escribir lo que las musas y esa noche le dictaran. Abismado en su dolor y sentimiento, José Alfredo iba encontrando las frases, hasta que el agave lo derrotaba.

"Solía quedarse dormido en las mesas. Pero se despertaba y continuaba bebiendo. Aquí se quedaba hasta la madrugada. La cantina se cerraba, pero el se quedaba. Era cliente de la casa", recuerda Héctor Flores El Muerto.

Periodista anfitrión de la ?vieja guardia? de reporteros que hace 25 o 30 años cubrían el Festival Internacional Cervantino (FIC), Héctor Flores, para todos El Muerto, trabajó en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica en los tiempos de Arnaldo Orfila Reynal y ahí, recuerda, Emmanuel Carballo le "enseñó a escribir".

Uno de los pocos sobrevivientes de aquellos Entremeses cervantinos que dieron pie al nacimiento del FIC, El Muerto Flores vivió durante años en la ciudad de México, donde le hizo los discursos a Luis Echeverría Álvarez, junto con Ricardo Garibay y otros escritores que encontraron ahí una manera de "ganarse unos pesos".

Hoy, El Muerto Flores se guarece en La Cubana y ahí recuerda la figura triste de José Alfredo, a quien pocos se le acercaban por el aura que crecía en su entorno. La de un hombre ensimismado en su propia creción. "Yo nunca me le acerqué porque era muy tonto y joven", evoca, el viejo periodista.



El viejo Incendio

Era a finales de los 40 y principios de los 50 cuando la cantina El Incendio se encontraba en la Plaza del Baratillo y no donde hoy se encuentra otro Incendio, frente al Teatro Principal.

"El antiguo Incendio ya no existe. Ahí había unos muy buenos murales. Se tiró todo y hoy ahí está El Ágora. A aquella vieja cantina iban varios compositores, no sólo José Alfredo", recuerda Gabriel Montero, otros de los fundadores de Los Entremeses, de los que ahora la directiva del FIC ya ni se acuerda, como cuestionan sus familiares.

¿Y qué otros compositores iban?

Recuerdo mucho a un viejo amigo, Jorge Espinosa. Le decían ?El pecho de lumbre?, porque podía tomar cualquier cosa. Era buen compositor y se decía que él era el autor de Bonita, que luego vendió a Luis Arcaraz.

Con el cuerpo vencido por las siete décadas que han transcurrido desde su nacimiento, don Gabriel es otro cuando toma la guitarra y canta viejos boleros o recuerda algunos versos de Los entremeses, que canta con la guitarra en la mano. "Eran otros tiempos", dice.

El Muerto Flores también recuerda otro Guanajuato. Hoy ya no baja hacia el Centro. Prefiere escuchar a los jóvenes que transitan por la calle Sangre de Cristo. "Los escuchó pasar en la noche, sentado en mi sofá hasta la madrugada".

Metros abajo de su casa está La Cubana, a la que desde aquellos tiempos de José Alfredo le dicen "La cámara de gases". De aquella vieja Cubana sólo queda el espejo y la contrabarra. El ambiente con los habituales bebedores puede dar la impresión de aquellos ayeres, aunque ahora se le ha añadido una televisión y la irrupción de los jóvenes aventureros del FIC rompe con la sensación de estar habitando décadas pasadas.

¿Y cuál era la actitud de José Alfredo? se le pregunta a ?El Muerto? Flores.

Lo observaba yo melancólico y un poquito tristón con sus cosas. Tal vez José Alfredo tenía por ahí un problemilla muy sentimental, muy guardadito responde con claridad, pese a los más de 70 años de vida y la somnolencia que a veces lo vence.

¿Y aquí ya no se recuerda a José Alfredo? Hubo un intento de revivir la memoria de José Alfredo, de hacerle un monumento allá en Dolores, pero no sé que pasó. Quedan algunos de sus familiares, sobrinos nietos de un hermano de José Alfredo, Jorge Azanza Jiménez, compañero mío en la Escuela de Derecho, ahora Facultad.

En La Cubana no hay huella de José Alfredo, más que discos suyos en la rocola y la memoria de El Muerto Flores, que se queda ahí bebiendo su vodka con un chorrito de agua.



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