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HOMENAJE
Pita Amor. Vivió entre el elogio y la censura

Juan Domingo Argüelles| El Universal
Lunes 29 de mayo de 2000
<font size=1 color=red>HOMENAJE</font><br>Pita Amor. Vivi entre el elogio y la censura

. (Foto: ARCHIVO/El Universal )

Alfonso Reyes la canonizó al decir que era un ?caso mitológico?

Si Guadalupe Teresa Amor viviera, cumpliría mañana 83 años, aunque ella, coqueta como era, diría que 81.

Su edad ahora ya no le importa, pero de seguro sí que la recuerden y eso sucederá hoy, a las 20 horas, cuando en la sala ?Manuel M. Ponce?, del Palacio de Bellas Artes, se le rinda un homenaje a la poeta fallecida el pasado 8 de mayo.

De la mujer prolífica que incursionó en el cine, teatro, dibujo y literatura; que fue pintada por los artistas más renombrados y guardada su imagen en placas fotográficas de expertos maestros de la lente, hablarán Elvira García, Ofelia Guillmain, Mariana Pérez Amor, Miguel Sabido, Paco Ignacio Taibo I y Anamari Gomís. Juan Domingo Argüelles En un artículo de 1956 Alfonso Reyes la canonizó: ?Y nada ?dijo? de comparaciones odiosas. Aquí se trata de un caso mitológico?. Desde entonces, Guadalupe Amor, o Pita Amor, vivió con esa santificación aunque no haya modificado sustancialmente su obra, la cual fundó, con insólita anacronía, en las formas clásicas de la décima y el soneto.

Desaprobada por unos (?porque la impostura ?escribió Gabriel Zaid? llega a ser impersonación: por lo cual ciertos malos poemas de Elías Nandino o Guadalupe Amor ya no son imitación de Villaurrutia, son la mismísima falsa teatralidad: una falsa teatralidad contagiosa que se va apoderando de un número de personas?) y elogiada por otros (?ejemplarmente ?escribe Margarita Michelena?, contra esa nueva retórica vacía de abundante, vicioso follaje, que invade gran parte de nuestra actual poesía, Guadalupe Amor construye la suya con sobrios elementos clásicos de inalterable valor?), Pita Amor se convirtió en leyenda no sólo por su poesía, sino también por su actitud, egocéntrica, como era, se propuso no pasar inadvertida y lo consiguió. Vivió los últimos años de su existencia entre el elogio y la censura, y habiendo publicado lo más esencial de su obra en las décadas del 40 y el 50, lo que le agregó después no incidió en una mayor apreciación de su trabajo poético, pero su reputación, así fuera menguante, siguió viva.

Nacida en la ciudad de México el 30 de mayo de 1917 (aunque también se consigna el año de 1920) y fallecida en días pasados en esta misma ciudad, Guadalupe Amor publicó los libros de poesía ?Yo soy mi casa? (1946), ?Puerta obstinada? (1947) y ?Círculo de angustia? (1948) que reunió en el volumen ?Poesía? (1948). Posteriormente dio a la luz ?Polvo? (1949) y ?Más allá de lo oscuro? (1951), que junto con sus tres primeros libros reunió en el volumen ?Poesías completas?, publicado en Madrid, en 1951, y reeditado en 1960 con un prólogo de Margarita Michelena. (En 1991, la Dirección General de Publicaciones del Conaculta lo reeditó, también, en la tercera serie de la colección Lecturas Mexicanas.)

De 1953 es el volumen ?Décimas a Dios?, al cual seguirían ?Otro libro de amor? (1955), ?Sirviéndole a Dios de hoguera? (1958) y ?Todos los siglos del mundo? (1959). Posteriormente verían la luz ?Como reina de barajas? (1966), ?Fuga de negras? (1966), ?El zoológico? (1975), ?Las amargas lágrimas de Beatriz Sheridan? (1981), ?A mí me ha dado en escribir sonetos? (1981), ?Pita y otros monstruos? (1983) y ?Soy dueña del universo? (1984). También dio a la imprenta dos volúmenes narrativos: la novela ?Yo soy mi casa? (1957), que lleva el mismo título que su primer libro de poesía, y la colección de cuentos ?Galería de títeres? (1959) que, en su momento, tuvieron tanta aceptación como su poesía.

En efecto, durante los años de su mayor gloria poética y fama pública sus obras aparecieron bajo los sellos más prestigiados literariamente: Stylo, Fondo de Cultura Económica, Aguilar, Espasa-Calpe y Grijalbo; pero en las últimas dos décadas de su larga existencia estaba más viva en su leyenda que en su poesía, pues como llegaron a advertir Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado Velázquez, en 1967, en el ?Diccionario de escritores mexicanos? (México, UNAM), ?la unidad temática de la poesía de Guadalupe Amor trae como consecuencia monotonía y falta de evolución, que son los aspectos más débiles de su obra. A lo largo de todos sus libros no ha habido un camino ni un crecimiento poético ni intelectual; sólo una lenta conquista de sus fórmulas y recursos expresivos, un decir mejor sus mismos temas?.

Este juicio no pretendía ser una crítica devastadora, sino un elogio razonado, y si tomamos en cuenta que hoy tan sólo es un fragmento de la obra de Amor lo que perdura y le sobrevive, tal apreciación estaba en lo justo. En ese fragmento está lo mejor que puso de sí: la terrible sinceridad al servicio de la expresión poética, aunque, con frecuencia, el tono fuese grandilocuente. Con estos elementos y entre el afán místico y el arrebato amoroso, egocéntrico y vanidoso, los sonetos y las décimas de Guadalupe Amor sorprendieron realmente a su época.

?Sus temas constantes y casi únicos ?señalaban acertadamente Ocampo y Prado Velázquez? son los metafísicos y abstractos de Dios, la muerte, el amor y la vanidad, la soledad, la angustia, la nada, el polvo. Ninguno de estos tópicos son una novedad en la historia de la poesía, ni lo son tampoco los conceptos más audaces que acerca de ellos propone Guadalupe Amor. Su originalidad reside en el tono peculiar de su lenguaje, en sus expresiones directas, brutales y descarnadas, en su referencia a circunstancias y hechos de su peculiar vida y experiencia femeninas, en su absoluto egocentrismo, y en cuanto experiencias y conceptos tradicionales vuelven a ser vivos en sus versos.?

Así, por ejemplo, en una décima de ?Puerta obstinada?, su segundo libro, escribió: Estoy velando mi muerte/ y a pesar de ello estoy viva./ Aún siento la sangre activa/ y ya terminó mi suerte./ ¡Ay, vida, yo quiero verte!/ A veces dudo que seas:/ martirizarme deseas;/ desde el momento que siento,/ yo muerta estoy existiendo/ sin que mi velar tú veas .

Un soneto de ?Más allá de lo oscuro? ilustra, también, de modo irrebatible, en dónde residía el tono de anacrónica originalidad de la poesía de Guadalupe Amor: Si busco inmensidad hallo el vacío/ y me siento, por tanto, más perdida;/ si me refugio en la cobarde vida/ para alejarme más del centro mío,/ es más hondo y temible mi extravío:/ mi soledad se torna desmedida./ En cambio, si me aparto, y recogida/ al silencio tan sólo me confío,/ logro alcanzar la calma resignada/ y espero el día en que tal vez acuda/ la triunfante quietud, tan deseada,/ a mitigar mi angustia con su ayuda,/ para que mi alma, presa de la nada,/ se liberte por siempre de la duda .

Anacrónicamente, Guadalupe Amor se imaginó en la resurrección del Siglo de Oro español, entre Lope, Quevedo, Góngora y Sor Juana. Así, en una de sus ?Décimas a Dios?, presume: Hoy Dios llegó a visitarme,/ y entró por todos mis poros;/ cesaron dudas y lloros,/ y fue fácil entregarme/ pues con sólo anonadarme/ en la exaltación que tuve,/ mi pensamiento detuve,/ y al fin conseguí volar.../ ¡Sin moverme, sin pensar,/ un instante a Dios retuve! En su ?Literatura mexicana del siglo XX?, que abarca de 1910 a 1949, José Luis Martínez expresó el siguiente juicio donde supo darle el justo y objetivo equilibrio a su apreciación y a su escepticismo respecto de la poesía de Guadalupe Amor: en ella, señalaba, ?muchos han querido ver un caso excepcional de madurez sin adolescencia poética, cuando sólo se trata de una poetisa original por sus temas metafísicos y abstractos y por su lenguaje directo y áspero, dueña de un admirable sentido de las formas clásicas?.

Dueña también de un insistente cultivo de los excesos, en su egocentrismo no es de extrañar que la poetisa se compare, por ejemplo, con un volcán. Esto es lo que hace en ?Círculo de angustia?, donde se pregunta para luego responderse: ¿Quién del volcán conoce la tortura?/ Sola yo que, volcando mi amargura,/ soy el símbolo humano del volcán./ En impetuoso ardor vuela mi afán/ y mi lava se esparce por la tierra;/ quema los montes, por los campos yerra,/ se acerca al mar, petrificando ríos,/ y no logran sus trágicos desvíos/ arrancar las raíces del volcán .

Figura pública y controvertida, Guadalupe Amor fue construyendo su propia leyenda, lo mismo como poetisa reencarnada de otras épocas que como musa de pintores y poetas que alabaron y plasmaron su belleza (Diego Rivera la pintó desnuda), aun a pesar de sus actitudes caprichosas que rayaron en la voluntad más explosiva. Es por esto, seguramente, que en 1968, en una antología de la poesía mexicana (?Rojo de vida/Negro de muerte?), publicada y traducida en Italia, Carlo Coccioli, el antólogo y prologuista, afirma sin disimular su nostalgia: ?Era, hace algunos años, la más clamorosamente famosa de las poetisas mexicanas (no sólo de las poetisas, sino también de los poetas en general), combatiendo siempre entre el gusto por el escándalo y el sentimiento hacia Dios.?

Este su gusto por el escándalo la llevó a una mayor fama pública donde incluso fue desapareciendo u ocultándose la poesía. En las últimas décadas de su existencia, ya no se hablaba mucho de su poesía (y ya casi no tenía lectores) sino de su persona y de sus caprichos; de sus frecuentes actos de sinceridad, muchas veces violentos, y su cercanía con la locura o la más desaforada excentricidad.

Para Alberto Dallal ?como escribió en el prólogo de ?Las amargas lágrimas de Beatriz Sheridan?? Pita Amor podía hacerlo todo: ?subrayar la letra exclusiva, reveladora de una frase; cambiar el tono, sensualizar la santidad, consagrar un verso, trastocar el sentido de un poema o, por lo menos, hacer creer en una subversión?. En efecto, su vida y sus quehaceres se fundaron en la creencia de una subversión permanente, y así asumió su existencia hasta el último momento. Fue, concluye Dallal, ?dueña de un destino, impropia, con la locura de los grandes creadores, audaz, manipuladora de un pasado que ?ella sí? podía espetarle y fregarle en pleno rostro a la necia e hipócrita sociedad consumidora; siguió, a lo largo de los años, durante muchos siglos, redefiniendo a su época, a su sexo?.

Por ello fue, sin duda, que Salvador Novo la homenajeó, a su manera, con esta décima procaz que reivindica su extraña destreza versificadora junto con sus no menos insólitos excesos: A ti, que décimas pares/ hasta cuando dices nones;/ a ti que de los calzones/ sacas versos singulares,/ van las décimas seglares/ que he pergeñado contrito./ Acéptalas, pues te imito/ y a mejorarlas te invita,/ supercojonuda PITA/ mi huevicrecido PITO .

En honor de la justicia habría que decir también que, aunque de modo esporádico, en ciertos momentos poéticos de su última época Guadalupe Amor llegó a entregar algún poema ejemplar, digno de ser recordado por su arrebato, a la manera de un grito impertinente en medio de la atildada conversación. En 1991, por ejemplo, en la revista ?Los Universitarios?, dirigida entonces por Francisco Hinojosa, apareció un epigramático ?Soneto de amor prohibido? con el cual nos advertía que su leyenda de escándalo y su carácter bizarro todavía estaban vivos: Por la calle tú has visto los traseros/ de las mujeres, que el sudor transpiran/ y con sus culos abultados giran/ a la iglesia los miércoles primeros./ Van tocadas con velos y sombreros/ que al arrebato del pecado inspiran/ y en contra del incienso ellas conspiran./ Tú has mirado sus talles traicioneros./ De lascivia tus ojos se han llenado./ Al mirarlos, ejerces tú el pecado./ Tus sueños son de iglesia y de lujuria,/ de deseos frenéticos, de furia./ Yo he sentido unos celos infernales/ pensando en tus deseos municipales .

Escribió Margarita Michelena que Guadalupe Amor ?dice su mensaje con un estilo directo y riguroso, con una bella lengua de claridad, con esa difícil sencillez que sólo conviene a la expresión de lo verdaderamente esencial por no prestarse, en manera alguna, al fraude sonoro que tantas veces ?más mal que bien? oculta los graznidos del falso poeta?.

Alberto Dallal lo dijo de otro modo igualmente entusiasta: ?todos sabemos que ella va murmurando un ritmo, una armonía, el final de un soneto terrible que nadie, sólo Pita, puede escribir y gritar?.

Sarcasmo y ternura definieron su obra. Lo que le sobrevive es un puñado de sorprendentes décimas y sonetos (Dios, como un relámpago, me ha iluminado en algunos instantes , confesó) y una leyenda única en la historia de las letras mexicanas. Un ?caso mitológico?, como lo denominó Alfonso Reyes. Un caso excepcional que, como también dijo el autor de ?Visión de Anáhuac?, no admitió nunca ?comparaciones odiosas?.



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