Globalización, término acuñado hace dos décadas
ROMA.- A 20 años de su nacimiento la globalización se muestra ante los ojos de todos como un fenómeno totalmente consolidado que no termina por convencer a amplios sectores de la población del mundo no sólo por los enormes desequilibrios sociales que ha traído consigo, sino porque ha ensanchado aún más, sin ser la única responsable, de la distancia que separa desde siempre a ricos y pobres. El término globalización fue acuñado por el profesor Theodore Levitt en mayo de 1983. En un artículo publicado en la revista de la Harvard Business School, en el cual describía el alto grado de desarrollo alcanzado por el consumo y el llamado marketing , introdujo el término al anunciar que "la globalización del mercado estaba por comenzar". En su análisis seguramente retomaba los estudios del semiólogo Marshall McLuhan, quien años antes, examinando los adelantos en el campo de la información y la evolución de los valores culturales, había hablado de la capacidad que tenían los medios de información para transformar el mundo en "una aldea global". Levitt llevó este análisis al campo económico: si es cierto que los adelantos tecnológicos en la información han acortado enormemente las distancias, cierto es también que los mismos han permitido el libre acceso de la publicidad y el marketing a gran parte de los hogares del mundo. La homologación de los gustos del consumidor y el surgimiento de un ex novo mercado mundializado, resumiendo su análisis, eran la consecuencia de esta interacción. La aldea global de McLuhan se transformo así, con Levitt, en el mercado mundial, en la "globalización", como él mismo la definió. La inesperada caída del Muro de Berlín, que sepultó el comunismo, las ideologías, la lucha de clases, amplió el mercado mundial y oficializó la "victoria" de las sociedades abiertas, fundadas en la democracia y la libertad. De manera especial la masiva irrupción de las computadoras, internet, teléfonos celulares y de muchos otros medios de comunicación, al acortar aún más las distancias en el planeta, fueron determinantes para la maduración definitiva de este fenómeno que ya desde antes del 83, como demuestran los estudios de McLuhan y Levitt, daba evidentes señales de existencia. Los que manejan los capitales, como bien recuerda el profesor Ralf Dahrendorf, fueron los primeros en aprovechar las posibilidades de esta ilimitada comunicación, "desde el inicio del mercado global los mercados financieros estuvieron en primera línea", escribe el prestigioso intelectual en su libro Libertad activa . Por azares del destino fue justamente este mercado el primero en resentir los efectos de la primera gran crisis del mundo globalizado: entre el final del decenio de los 90 y el inicio del nuevo milenio, gran parte de la fácil riqueza acumulada por los inversionistas terminó por evaporarse, preanunciando así la época de inestabilidad e inseguridad en que hoy vivimos. Actualmente, a 20 años de su nacimiento, y no obstante sus innegables virtudes, la globalización vive la crisis más grave de su breve historia, no sólo porque el bienestar que había prometido no ha logrado extenderlo a todas las capas sociales, sino sobre todo porque ha agregado nuevas formas de pobreza y marginación a aquellas ya existentes. El movimiento globalifóbico de hecho es una respuesta a esta crisis, que no es sólo económica, sino también social, la cual, según los teóricos de este movimiento, es consecuencia directa de la globalización: el sociólogo estadounidense Benjamin Barber, seria o irónicamente, que para el caso da lo mismo, llega hasta a explicar los retos del fundamentalismo islámico como una jihad (Guerra Santa) contra el Mc Mundo ". Los efectos económicosociales son, sin embargo, sólo una cara de las críticas contra la globalización. Otras de ellas embisten a la autonomía con la que han actuado sus artífices. La revuelta zapatista en México, las movilizaciones globalifóbicas (iniciadas en 1999, en Seattle, en ocasión de una reunión de la Organización Mundial del Comercio), el terrible atentado del 11 de septiembre y muchos otros tipos de protesta de hecho pueden ser interpretados como una respuesta a la ausencia de una auténtica mediación política legitimadora de este fenómeno que, junto a una bien delimitada riqueza, también ha introducido desigualdades y formas de conflicto social totalmente nuevas para el planeta creando, como afirma el profesor Anthony Giddens, "un mundo sin estabilidad y privado de vínculos".





