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El viejo y el mar

El Universal
Domingo 04 de mayo de 2003

Fragmento El viejo pescaba, solitario, en un bote en la Corriente del Golfo, y durante ochenta y cuatro días no había obtenido ni un pez. En los primeros cuarenta un muchacho lo había acompañado, pero, después, sus padres le dijeron que el viejo estaba completa y definitivamente salado, que es la peor forma de la mala suerte, y el muchacho acató las órdenes de ir a otro bote que atrapó tres buenos peces en la primera semana. El muchacho se entristecía al ver que el viejo llegaba cada día con el bote vacío, y siempre iba a ayudarlo, ya fuese con los carretes de cuerda, el garfio, el arpón o la vela plegada en torno al mástil. La vela había sido parchada con cuatro costales de harina y parecía la bandera de una derrota permanente.

El viejo era delgado y desvaído, con hondas arrugas en la nuca. En las mejillas tenía las manchas color café del benevolente cáncer de la piel que los reflejos del sol producen en el mar tropical. Las manchas corrían hasta abajo por ambos lados del rostro, y las manos tenían las cicatrices profundas que causan las cuerdas cuando se manejan peces grandes. Pero no eran recientes, sino viejas como las erosiones del desierto.

Todo en él era viejo a excepción de los ojos, del mismo color del mar, alegres y sin derrotas.

Santiago ?le dijo el muchacho cuando trepaban a la orilla donde habían dejado el bote?. Ya puedo ir contigo otra vez. Tenemos algo de dinero.

El viejo había enseñado a pescar al muchacho, y éste lo amaba. No ?dijo el viejo?. Ya estás en un bote con suerte. Quédate ahí.

Pero acuérdate de que una vez pasaste ochenta y siete días sin pescar y que después durante tres semanas todos los días picaron los peces grandes.

Me acuerdo ?dijo el viejo?. Ya sé que tú no me abandonaste porque tuvieras dudas.



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