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José Chávez Morado: su obra, humanista y política

Patricia Velázquez y Miguel Angel Ceballos| El Universal
Martes 03 de diciembre de 2002
El artista, considerado uno de los grandes muralistas mexicanos. Supo desde muy joven que la pintura sería su destino

Sin duda, José Chávez Morado, uno de los más importantes muralistas mexicanos, será recordado como un vigoroso luchador social y eterno amante de la belleza femenina.

Él mismo se definía como un pintor de caballete, que había adquirido el sentido de lo monumental al trabajar en combinación con la arquitectura.

"Siga siendo un artista humilde para que su trabajo mejore", fue la frase que en una ocasión le dirigió José Clemente Orozco y que marcó su trabajo artístico, no obstante que siempre calificó su obra de "imperfecta".

Autor de cuadros, murales y grabados, Chávez Morado supo desde muy joven que la pintura sería su destino, la cual siempre trató de mejorar con la experimentación de nuevas técnicas.

Nacido en Silao, Guanajuato, el 4 de enero de 1909, Chávez Morado fue un pintor expresionista, comprometido con su entorno social y preocupado por incluir en su trabajo artístico los elementos de la cultura popular, pero siempre con un toque fantástico.

Realizó sus estudios en la capital de Guanajuato, en la escuela primaria que se conocía como la del "niño Nati", porque el maestro se llamaba José Natividad Martínez. Al concluir el sexto grado comenzó a trabajar en la Compañía de Luz de Silao, pero después de un año decidió irse a California, Estados Unidos, donde trabajó como peón cosechando frutas y verduras. "Por las noches iba a una escuela horrible cuyo objetivo era lograr que uno se olvidara de hablar el español." Tenía entonces 16 años.

Al mudarse del poblado de Salinas a Corona, vivió en una casa de huéspedes atendida por María, la viuda de Ricardo Flores Magón, a quien Chávez Morado recordaba como una mujer blanca, muy delgada y simpática, que le contaba diversas historias sobre su marido y en una ocasión le mostró unos ejemplares del periódico Regeneración .

Entre sus confidencias, la viuda le aseguró que su esposo no había muerto a causa de una enfermedad del corazón, sino que un negro que metieron en su celda se encargó de matarlo.

En aquella época, Chávez Morado comenzó a tomar clases de pintura por las noches en calidad de becario, razón por la cual debía barrer el salón al concluir las sesiones.

En 1934 decidió regresar a México, ocasión que su padre, con el afán de ayudarlo, le puso una tienda de abarrotes que antes de tener nombre se fue a la quiebra, "no sé si por falta de habilidad para el comercio o por lo exiguo de mis mercancías, que consistían en arroz, sal y cigarros Faros".

Sin embargo, a partir de este "fracaso comercial", Chávez Morado encontró su verdadera vocación: la pintura. Esta determinación lo condujo hasta la Escuela de San Carlos en la ciudad de México.



El indigenismo en su obra

Sus primeras labores en este campo fueron las caricaturas que hacía de las personas con las que convivía y a las que les vendía sus dibujos.

Acudió a la Escuela Mexicana de Pintura y Escultura y formó parte del Taller de la Gráfica Popular (TGP), que dirigía Leopoldo Méndez, a quien señalaba como uno de los personajes que más influyeron en su vida artística. "Méndez era un hombre muy complicado, un Rasputín de izquierda que además tenía una gran calidad artística."

Durante su etapa en el TGP, su obra reflejaba el simbolismo de las culturas indígenas, acompañado de un matiz diabólico-fantástico que transfiguró su crítica social.

Junto con artistas como Leopoldo Méndez, Alfredo Zalce, Fernández Ledezma, Pablo O`Higgins y Alberto Beltrán, José Chávez Morado destacó entre los mejores grabadores del TGP.

Realizó obras de gran envergadura donde abordaba temas históricos y lecciones cívicas en las que afloraba su sensibilidad para lo social y su vocación como pintor.

La crítica coincidía en que la pintura rotunda y clara de Chávez Morado fusionaba un contenido humano con un mensaje de significación política y social.

Hombre de formación cabal, dedicado por entero a la pintura, Chávez Morado nunca se encerró en una torre de conceptos políticos y sociales, sino que logró una pintura equilibrada, gozosa y fuerte mediante la sobriedad y economía de medios.

Su inclinación hacia los temas políticos, lo condujo a militar en el Partido Comunista, al que se afilió en 1937, "porque sentía la necesidad de estar entre amigos y compañeros a los que me acercaba una misma forma de pensar, un concepto del arte. Muchos pensábamos que el trabajo colectivo era importante y valioso, fueron momentos de gran efervescencia política en México y en Europa donde se estaba librando la guerra de España".

Como cartonista político trabajó en La Voz de México , órgano del Partido Comunista; en Combate , que dirigía Narciso Bassols, y en El Eje... Le , de Carlos Madrazo.

"Del cartón político me quedó el sentido grotesco en mi dibujo, que se puede ver en mi cuadro México negro . Los mexicanos tenemos el diablo por dentro, tenemos modos de decir sin decir, nos valemos de parábolas y de caminos indirectos para llegar a un punto. Para mí, el camino para alcanzarlo es lo grotesco."

Colaboró en proyectos como la creación de la Escuela de Diseño y Artesanías (junto con Carlos Lazo) y en el Pabellón de México en Bruselas, donde realizó un mural que posteriormente fue donado a la UNAM.

"Lo que más me gusta del muralismo es su contacto permanente con el público. Los murales son obras hacia las que el público tiene la misma actitud que a veces tenemos con los miembros de nuestra familia o con amigos muy cercanos: a fuerza de verlos y convivir con ellos parece que no los tomamos en cuenta, pero lo cierto es que están ahí y que sin ellos nuestra vida sería distinta."



Obsesionado con el muralismo

Su obsesión fue la obra monumental. La pintura mural la realizó en aproximadamente 20 edificios públicos y privados, entre los que destacan el Museo Nacional de Antropología, Centro Médico, la Alhóndiga de Granaditas y Ciudad Universitaria.

Realizó el Mural de Chapultepec, cuyo tema versa sobre un ahuehuete que al humanizarse cobija a la fauna y la flora del antiguo lago de Chapultepec.

Destaca también el mural de la Escuela Normal de Xalapa; los murales en témpera de caseína del Centro Escolar Estado de Hidalgo, que con el tema de la vida del misionero fray Margil de Jesús pintó en 1945, y el mural en el Centro Médico, de 20 por 30 metros, con tema del terremoto de 1985, a través del que rinde un reconocimiento a quienes se encargaron de rescatar en menos de seis horas a dos mil 400 personas que estaban encamadas.

A lo largo de su carrera buscó trabajar con materiales resistentes, fáciles de limpiar y resanar, pues siempre tuvo en mente la idea de que el artista plástico debe pensar en cómo hacer que su trabajo resista la prueba física del tiempo.

En los años 40 abrió la galería Espiral, junto con Gabriel Fernández Ledesma, Angelina Beloff, Germán Cueto, Feliciano Peña y Francisco Zúñiga, entre otros, la cual dio lugar a la creación de la Sociedad de Arte Moderno, dedicada a la realización de exposiciones, entre ellas, la primera individual del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo. La sociedad dio lugar a la fundación del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Más tarde fundó el Taller de Integración Plástica del INBA, con el fin de devolver a la pintura mexicana la monumentalidad que ha perdido en sutilezas. El propósito era lograr que el pintor trabajara al lado del arquitecto, desde la génesis del proyecto.

También fue director del Museo de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, donde pintó un mural a lo largo de diez años, y desde 1979 se convirtió en asesor cultural del Museo del Pueblo de la misma ciudad.

Su primera exposición tuvo lugar en 1942 en la galería de Inés Amor, ubicada en la calle Abraham González, dedicada a la memoria de Silvestre Revueltas, integrada con los autos El México negro y Las vírgenes locas .

En cuanto a su primera muestra internacional, fue la que Inés Amor envió a la Galería Knoedler de Nueva York, en Estados Unidos, con obra de Ricardo Martínez, Juan Soriano, Guillermo Meza, Olga Costa y el propio Chávez Morado, la cual resultó una revelación para los estadounidenses pues se trataba de un nuevo tipo de pintura mexicana, muy distinta a la de Rivera, Orozco y Siqueiros, de quienes tenían mayores referencias.

Al considerar que el éxito comercial era negativo para la producción de cualquier pintor, Chávez Morado decía que su pintura no dependía únicamente de la venta de su obra, sino que trabajaba de maestro de todos los niveles de la educación artística para tener mayor independencia. "Si no vendes te mueres de hambre... si vendes sacrificando tu expresión pierde sentido tu trabajo", comentó en una entrevista.

"He entregado mi vida entera a las artes plásticas", señaló Chávez Morado, cuando en 1997 se le rindió un homenaje a su trayectoria artística, en el Palacio Legislativo.

En ese entonces, se le entregó una medalla de bronce, réplica del mural que el guanajuatense realizó en ese recinto a principios de la década de los 80.

Siempre fue un luchador social, por ello participó en la Asamblea Nacional de Productores de Artes Plásticas y formó parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). En 1949 fue miembro fundador del Salón de la Plástica Mexicana. A lo largo de su vida recibió innumerables reconocimientos y expuso en diversos foros nacionales e internacionales.

En 1985 fue nombrado doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México y en septiembre de 2000 recibió, de manos de Gerardo Estrada, la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes, "como un reconocimiento a su generosidad, calidad artística, capacidad humana y valor para compartir su experiencia de vida".

Las últimas obras que realizó fueron en 1999. Los meses finales de su vida se dedicó a las caminatas diarias que le recomendó su médico, a mirar el televisor y recibir a sus constantes visitas, entre las que se cuenta a su discípulo Luis Nishizawa y el cronista guanajuatense Isauro Rionda.

La crítica de arte Raquel Tibol ha calificado el trabajo de Chávez Morado como "fundamental en el campo de las artes plásticas del país". Precisamente, sobre los murales que decoran las paredes de la Alhóndiga de Granaditas con una extensión de 220 metros, considera que "representan la obra más gloriosa de Chávez Morado".



Su vida con Olga Costa

En 1935 contrajo matrimonio con la pintora de origen ruso Olga Costa, a quien conoció cuando ambos estudiaban en la Escuela de San Carlos.

"La conocí un mes de mayo, ella era alumna de Carlos Mérida y yo me colaba en el salón, no para escuchar al maestro, sino para ver a Olga. Por fortuna, pese a que todos mis compañeros andaban cortejándola, me hizo caso y nos casamos en 1935, cuando yo era profesor de dibujo en San Carlos."

Tras 58 años de matrimonio, Olga Costa falleció el 28 de junio de 1993. Sus últimos días transcurrieron en su habitación, adornada de gran cantidad de ex votos colocados alrededor del santo de su devoción.

"Fue mi mejor compañera y mi mejor amiga", decía Chávez Morado al referirse a Olga Costa, quien pintaba frutos, flores, pájaros, niños indígenas y mariposas.

"La mujer maravillosa a la que amo es la misma artista a la que admiro. Olga es la presencia más importante y luminosa de mi vida. Su pintura me parece extraordinaria. Seguir, aunque sea de lejecitos, su realización me llena de dicha. Olga es también mi juez, mi crítica. En cuanto termino un cuadro se lo muestro... Amo su pintura tal como es, quizá porque es lo mejor que la refleja: tan llena de vida, de color, de alegría."

El 4 de enero de 2000, embargado por la tristeza que la ausencia de su esposa le provocaba, José Chávez Morado escribió: "Olga Costa fue la mujer más hermosa que he conocido y a la cual amé y extraño intensamente todos los días. Veo la fotografía de ella y yo en la recámara. Moriré pensando en ella". Seguramente así lo hizo.



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