"El cine mexicano debe ser un instrumento de denuncia"
Cristina Michaus no se considera feminista, pero eso no impide que levante la voz en favor de las mujeres. Desde hace tres años se ha dedicado a planear, producir y filmar un documental en el que aborda la violencia que padecen las habitantes de Ciudad Juárez. Con equipo prestado y sin apoyos oficiales, Michaus ha decidido denunciar el horror por las muertas y apostar por la esperanza de las vivas. Actriz, escritora, directora, maestra, productora, promotora cultural y locutora, todo eso y más ha sido la mujer que, vestida de negro, bebe agua para mitigar un poco el efecto del infernal calor. Ríe cada cinco segundos, o antes si es que recuerda alguna anécdota divertida de las muchas que le ha tocado vivir a lo largo de 25 años sobre el escenario. La primera egresada de la licenciatura en actuación por la universidad Veracruzana, con posgrado en el teatro Blanquita, sabe que la carrera de actor exige resistencia física y emocional al dolor y al fracaso, un amor intenso por lo que se hace y suerte. Nominada para el Ariel a la Mejor Actriz de cuadro, Michaus charla con esta sección a propósito de su vida y sus proyectos, exige que el cine mexicano salga de la alcoba y sus problemas para volverse un instrumento de denuncia. ¿Es necesaria la formación académica universitaria en la carrera actoral? Es básica. Entre mejor preparación tenga un actor podrá llegar a más altos vuelos. Cuando conocí a Roberto Flaco Guzmán me dijo que había empezado en la UNAM. No te puedo creer, le dije. Sí, es verdad. Conforme lo fui conociendo me di cuenta de que, contrariamente a lo que se supone, es un tipo bastante formado. Tenemos el caso opuesto: cantidad de gente en la televisión mexicana, haciendo cine o teatro, pero que salieron de escuelas patito que la riegan terriblemente. Se nota su mala formación. Creo mucho en la formación al estilo Comedia del Arte. Dicen que los actores de este género lo que hacían era estar al tanto de las últimas novedades en moda, política, arte, etc., y eso les ayudaba a desempeñar su carrera. Esa es una obligación del actor: estar al día. ¿Qué debe tener un papel para que lo interpretes? Es muy difícil que te den a escoger, pero normalmente yo trato que sea un proyecto viable, que lo vaya a ver el público. Si me das a escoger entre dos o tres papeles, escogería el que va a llegar a más gente. Hay gente que trabaja para sus cuates, pero yo trabajo para el público. Por otro lado me gustan los papeles que tengan carnita, como decimos los actores, que se tenga de dónde echar mano. Has actuado tanto en Bellas Artes como en el Blanquita, ¿en qué escenario te has sentido mejor? En el Blanquita Margo Su tenía un lema: El que actúa en el Blanquita puede ir al blanquito, o sea: el palacio de Bellas Artes. Eso es básico. El que ha trabajado en un teatro popular tan maravilloso como el Blanquita se puede parar en cualquier parte. Siempre he dicho que mi posgrado lo estudié en el Blanquita. Ahí aprendí, me apliqué, me cuestioné, entendí lo que había estudiado durante seis largos años y también el mecanismo de trabajar en función del espectáculo. Se me creó un código de ética profesional, tan de moda ahora con el panismo. En el Blanquita sí había un código de ética. Siento decir que en la universidad me encontré con personas deleznables como compañeros de trabajo, con actitudes terribles hacia mi persona y mi trabajo. Eso jamás lo encontré en el Blanquita. Ahora ya es otra cosa. El Blanquita de Margo Su, del maestro Ricardo Luna, el tradicional, el que tenía una propuesta de teatro popular, desgraciadamente ya desapareció. En ambos escenarios me he sentido muy bien, pero el Blanquita ocupa un lugar enorme y fundamental en mi corazón. Ahí conocí y traté desde García Márquez hasta Celia Cruz, en una misma noche. Entendí lo que es la mezcla cultural y la exigencia de mi pueblo, lo que pide lo que quiere. Es una experiencia que ningún actor debería de perderse. ¿Cómo ha sido tu experiencia como maestra de reclusos y niños de la calle? Yo tengo la tendencia a primero sufrir la experiencia y luego regresar a tratar de componerla. Por dificultades de la vida cuando decidí ser actriz me corrieron de mi casa. Me fui a vivir al metro Tacubaya. Viví en la calle un buen rato. Ahora lo puedo decir con toda serenidad y tranquilidad. Hace cuatro años no podía hablar de esto sin que se me hiciera un nudo en la garganta. Después de un tiempo regresé a darle clase a los niños de la calle. Era una época muy fea y difícil porque fue cuando se formó la banda de los Panchitos. Había algunos audaces que se ofrecían para ir a darle clase a los Panchitos y entonces pedí ir. Fue una de las experiencias más rigurosas que he tenido. El código de ética y de vida en la calle es inaplazable. No puedes decir: espérame tantito, no me entierres la navaja. Trabajar con ellos implica un grado de sinceridad y una técnica depurada porque si te ven dudar al respecto de lo que sabes, vas para atrás. Son jueces agudos los chavos de la calle. Uno de los niños que te limpia el parabrisas puede tener un diagnóstico sobre tu persona más profundo que el de un psicólogo en cuatro o cinco sesiones. En la calle importa mucho aprender a mirar, a identificar las cosas rápidamente, a saber si se trata de un enemigo o un amigo. Montamos una obra de teatro basada en su propia realidad que terminó siendo muy parecida a Hamlet, con suicidio de Ofelia y todo, aunque aquí se arrojaba al río de coches desde un puente. Con los reclusos es otra cosa. El primer día que fui estaba estudiando todavía en la Facultad de Teatro y se me ocurrió ir a dar clases en sustitución de un maestro. Llegué y me di cuenta que no puedes darle los mismos estímulos que le das a cualquier grupo de teatro. No les puedes decir: te tienes que imaginar que estás estrangulándolo y que eres un asesino porque se trataba de un asesino de verdad. En ese sentido el grupo era muy bonito. Había desde un campesino de 60 años que se había robado una gallina y llevaba 13 años en la cárcel, hasta un homicida. Al primero había que alegrarle la vida, al segundo hacerlo reflexionar sobre su encierro. Eso me ha puesto sobre la tabla, constantemente en el extremo de probar si sabes o no sabes. He llegado a la conclusión de que no sé nada. Siempre es aprender y aprender. ¿Esto fue lo que te llevó a participar en la película "De la calle", de Gerardo Tort? No, eso fue muy raro, creo que ya me tocaba. Con Gerardo fue una casualidad. Una actriz muy renombrada fue la que dejó el papel. Un hombre maravilloso estaba haciendo el casting y me propuso. Fui y le pareció bien a Tort. Son coincidencias del destino. Julio Castillo me había ofrecido el mismo papel en teatro. Yo, de burra, lo rechacé porque me fui a la compañía del Cervantino cuatro años. Le dije a Julio: a la otra, y ya no hubo otra, se murió Julio. Me ofreció la Seño y qué casualidad que 20 años después se me hiciera, sobre todo siendo tan amiga de Chucho González Dávila. También participaste en la puesta en escena "Sexo, pudor y lágrimas" Fue una experiencia muy padre, de cuatro años, parteaguas en el teatro nacional, nuevos modos de producción para el teatro, Toño Serrano con todos sus amigos yupies, poniéndolos a hacer lo que deben hacer: cultura. Si no sabe qué hacer con su dinero, haga teatro. Fue maravilloso. Era un grupo de actores inigualable. No se puede volver a hacer ese equipo. No he visto la película, en parte porque me quedé en el proceso del casting y me dio mucha tristeza, pero la gente que vio la obra de teatro me ha dicho que la película no tiene nada que ver. La efectividad de la obra se dio en parte por la relación de actores, éramos una familia: Daniel Jiménez Cacho, Álvaro Guerrero, Claudia Lobo, Montserrat Ontiveros, Alejandro Reyes, Lisa Owen. Es difícil encontrar a gente tan sincera y abierta, tan hermanada por querer estar en escena de manera radical. No me extraña que no haya estado tan bien la película. ¿En qué momento decides dirigir? Fue por hambre. La neta. Entre todas las cosas que me pasaron al salirme de mi casa, de repente me encontré viviendo en un teatro. Llegaron y me preguntaron: oye, ¿aquí no hay nadie que nos dirija una obra? Pregunté: ¿Cuánto pagan? Yo vivía en ese teatro sola, todos los radicales izquierdosos que andaban ahí de repente se fueron. Yo era la cuidadora y de ese puesto pasé a directora. Empecé a experimentar. Yo no tengo licencia de directora. No he hecho lo que tengo que hacer: ir a tomar cursos con Margules, Tavira, pasar por un amplio proceso de selección. Lo siento, a mí me han pagado por dirigir desde la primera obra. Eso me ha malacostumbrado mucho. Hago muchas obras por encargo. Soy una directora de efectividad, de tránsito: pásale para acá, súbele, cambia la escenografía. Tengo mucho colmillo por los años que tengo en esto, pero no me considero directora. Las lecciones las he aprendido en la marcha. ¿Cómo te fue como becaria del Fonca? Creo que al Fonca le fue bien conmigo. Me dijeron: qué bueno que traes tu reporte final porque nadie lo había traído. En ese tiempo podías hacer lo que querías y modificar el plan. Ahora son más rígidos, lo cual es muy bueno. Me dieron chance y escribí una pequeña antología de 12 obras sobre 12 mujeres mexicanas. Eso fue lo que entregué al Fonca: un informe como de 500 páginas. Quizás pensaron que era mucho qué leer. Está bien el Fonca, pero con la coinversión siempre he tenido mala suerte. La última vez fue desastroso. El pretexto fue que el proyecto que estaba presentando estaba demasiado apoyado, por eso no había que apoyarlo. Ya no entendí. Hay políticas culturales que ya no entiendo. En fin, se me ha negado, ojalá que algún día se me dé. ¿Cómo surgió la idea para hacer el documental en el que trabajas actualmente? La culpable fue María Novaro porque me dio llamado en Ciudad Juárez para una película que se llama Sin dejar huella . Yo conocí la realidad de Ciudad Juárez a través de Octavio Trías, director de teatro ya fallecido quien me dio un tour por el lugar. Un año después conocí a Esther Chávez Cano, quien es la coordinadora de un proyecto que se llama Casa Amiga. Cambió mi vida radicalmente. Tengo tres años elaborando este documental en mi cabeza, gestando un monólogo que este año presentaré sobre el asunto de las mujeres de Juárez. El documental es sobre la violencia, sobre la situación de las mujeres muertas, aunque lo que más me preocupa es la situación de las mujeres vivas: las maquiladoras, las hijas de familia, las chavitas, las mujeres que están luchando en contra de la violencia que, afortunadamente, son bastantes. Es un documental sobre la esperanza. Entendí que en medio del horror puedes encontrar esperanza. Estamos trabajando a marchas forzadas porque no tenemos dinero. La cámara y el audio nos los prestaron. Esperemos que esté listo pronto. ¿Tuvieron algún apoyo por parte de la Comisión de Filmaciones de Chihuahua? (Luego de una carcajada)No. Hablé por teléfono y me dijeron: mándanos tu novela por mail . Después me dijeron que no querían que se tocaran los aspectos feos de Chihuahua, sino las cosas bonitas. Y está bien. Lo que pasa es que no era feo, yo iba a hablar de la esperanza. ¿Ha colaborado la gente o has tenido problemas? Han colaborado totalmente. Al lugar al que fui es un centro de crisis en donde se han tratado 5 mil personas en tres años. Es una ONG. Estamos haciendo lo que el gobierno no hace: tratar de ayudar a gente que está en una situación terrible de violencia. Viene desde una niña de tres años violada por su padre hasta gente mayor que ha sido atacada en la calle. La gente quiere hablar, excepto la que se siente perseguida o está amenazada. La violencia ya permeó todos los niveles. Por ejemplo, un dueño de una maquiladora le puede decir a una obrera: sigue pidiendo aumento de sueldo y te tiramos en el lote bravo; un marido puede decir: sigue haciéndola de tos y te tiro en el lote bravo. Eso es lo grave. El verdadero culpable es la impunidad, que no se haga nada para resolver la situación. Todas las maquiladoras están cercadas. Eso se debería hacer con las colonias: un cerco de vigilancia. ¿Consideras al cine como un medio eficaz de denuncia? Sí, es más, quizás es muy feo lo que voy a decir, pero es lo que pienso: hay que salirse de la alcoba, ya estuvo bueno de hablar de por qué no podemos querernos los unos a los otros en la camita. Tenemos un país con una historia actual tan vasta y seguimos hablando de pequeñísimas historias de ficción con personajes de una estatura enana. El cine debe ser un instrumento de denuncia. ¿Por qué elegiste el documental y no la ficción para tratar un tema tan agudo como el de la violencia en Ciudad Juárez? Porque la realidad supera la ficción. Yo no pretendo hacer una obra de arte, ni si quiera soy documentalista, no estudié cine, no tengo la menor autoridad para andar haciendo documentales. Sin embargo, sí creo que se necesita un instrumento filmado para seguir dándole difusión a esta situación terrible. A ver a qué hora los que tienen que hacer algo al respecto lo hacen. Esa es la trinchera que encontré y desde ahí estoy pidiendo que actúen. Estoy rodeándome de gente profesional y eso me ayuda muchísimo. ¿Te consideras feminista? No. Me gustaría ser feminista algún día, pero soy una mujer dominada y sojuzgada. Desgraciadamente no tuve tiempo de librar esa batalla, de sanar mis heridas, de reconocerme como mujer. Soy una mujer sojuzgada, de rebozo, me levanto en la mañana, lavo trastes y ropa, hago el aseo, tengo doble jornada y no me pagan por ella. No soy feminista porque no he tenido la posibilidad. Para ser feminista hay que estudiar muchísimo. Ahora que las conozco las admiro más. Quisiera llegar a serlo, pero tengo en la cabeza las estructuras mentales que el machismo me ha hecho asumir como propias. Pienso como macho. La riego. Quisiera corregir eso en mi vida personal, y, sin embargo, soy muy feliz con mi marido y mi hijo. Como mujer, ¿estás por el reconocimiento de la igualdad o por el respeto a las diferencias? Por las dos cosas. Se tiene que reconocer la igualdad en el nivel jurídico y de salarios, de posibilidades, pero por otro lado ¡Viva la diferencia! Es necesario conocer las diferencias. A ver, viejo, vente, vamos a aplastarnos aquí para platicar de mi feminidad y tu masculinidad, hasta dónde llega una y hasta dónde la otra, conocerlas y entenderlas. Si no se hace eso pronto, estamos en riesgo de tener situaciones como la de Ciudad Juárez en todos lados. Es licenciada en artes por la Universidad Veracruzana. A lo largo de 25 años de carrera ha trabajado con directores de la talla de José Solé, Julio Castillo, Antonio Serrano, Johan Kresnik y Germán Castillo, entre otros. En el cine ha trabajado en De la calle, de Gerardo Tort; Sin dejar huella, de María Novaro; Demasiado amor, de Ernesto Rimoch, y De ida y vuelta, de Salvador Aguirre, entre otras producciones. Desde 1974 ha dirigido más de 20 obras de teatro. Becaria del Fonca 1994-1995. Ha sido curadora y promotora de arte mexicano en Nueva York.
TRAYECTORIA
Nació en la ciudad de México, el 9 de septiembre de 1961.





