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Los trovadores tamaulipecos

El Universal
Domingo 14 de noviembre de 1999
Los trovadores tamaulipecos

Hacían música con amor, inspiración y genio . (Foto: ARCHIVO/El Universal )


En los años 20 José Agustín Ramírez tenía amigos. Además, ya había empezado a componer sus primeras canciones. Pero esto para él era tan normal como respirar; en realidad lo apasionaba la enseñanza. En 1924, a los 21 años de edad, se graduó y la flamante Secretaría de Educación lo envió a Tamaulipas con otros maestros muy jóvenes para ensayar una escuela tipo sin director, coordinada por un consejo de maestros y alumnos. Este insólito experimento autogestivo sonaba muy bien en la teoría, pero en la práctica resultó utópico, así es que finalmente él fue nombrado director.

Tamaulipas fue muy importante para mi tío Agustín, pues en Ciudad Victoria se enamoró hasta la ignominia de una bella joven, María Eva Castillo, mejor conocida como Maca, y en 1926 se casó con ella. También formó y dirigió los Trovadores Tamaulipecos, con Alberto Caballero, Antonio García Planes, Lorenzo Barcelata y Ernesto Cortázar. Los Trovadores Tamaulipecos fue un grupo sensacional, de una pureza que ya no existe, que hacía música con amor, inspiración y genio.

Lorenzo Barcelata era una primera voz muy aguda, dulce expresiva. Mi tío y él compusieron muchas canciones juntos, como ?Niño Fidencio?, la bellísima ?Arroyito?, ?Amanecer ranchero?, igualmente preciosa, y el ?Himno y corrido del agrarista? (Voy a empezar a cantarles la canción del agrarista, les diré muchas verdades, señores capitalistas), que gustó mucho y que, como era de esperarse, resultó especialmente apreciada en Morelos (cuando llegué a Cuautla, hace 25 años, me impresionó que en las escuelas públicas se cantaba esta rola; la conocían como ?La canción del agrarista? y casi nadie sabía quiénes la habían compuesto). Por otra parte, no es ningún secreto que Barcelata registró a su nombre otras canciones que tenían letra de mi tío. A él no le importaba, y se cuenta que en una borrachera se le acabó el dinero y, por un cartón de cervezas para seguir chupando, le vendió a Barcelata la canción que acaba de componer. Era nada menos que la célebre ?María Elena? (tuyo es mi corazón, o sol de mi querer). Vaya uno a saber si esto sea verdad, pero esta bella canción tiene las características de las que Agustín Ramírez compuso por esas fechas, como ?Kermés?, ?Mujercita? o ?Al regresar a tus brazos?, que son finísimas y sumamente melodiosas. Para los Trovadores, mi tío también aportó piezas populares y muy mexicanas, como ?Los pavos reales?, ?Mariquita? (el amor que se hace nudo no tan fácil se desata, porque queda tan seguro como el águila en la plata), y ?La presumida?.

Los Trovadores Tamaulipecos contaron con el apoyo del gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil, y pronto tuvieron mucho éxito, primero en Tamaulipas y después en la capital, así es que salieron de gira a Cuba, Centroamérica, Sudamérica y Estados Unidos. En Nueva York, como después Guty Cárdenas, grabaron una serie de canciones extraordinarias para la Columbia, y varias de ellas fueron parcialmente reeditadas por el gobierno del estado de Guerrero en 1989 en el disco ?José Agustín Ramírez, trovador y coplero?, que es una maravilla. Todo iba muy bien hasta que Planes y Caballero murieron cuando se volcó su automóvil en Nueva Jersey. Carlos Peña, que tocaba muy bien el violín, entró como reemplazo, pero la tragedia fue algo que, en el fondo, desestabilizó fuertemente al grupo; aun así, en 1930 los Trovadores Tamaulipecos se volvieron estrellas de la recién creada XETO y después de la XETR, y se presentaban como ?abanderados de la genuina canción mexicana?. Sin embargo, el grupo iba perdiendo cohesión. Por una parte, como era de esperarse, mi tío se reincorporó a la actividad magisterial y se prendió durísimo con las ?misiones culturales?, que buscaban preservar y difundir la gran tradición artística y artesanal mexicana.

Poco después, Emilio Portes Gil fue presidente (como se sabe, debidamente piloteado por el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles, alias ?Don Taco?); mi tío fue nombrado director de Acción Social y Cultural del Departamento Central y desarrolló una intensa actividad, en la que destacaron los centros culturales populares que creó en todo el Distrito Federal. La posición era importante y podía utilizarse como trampolín para escalar posiciones burocráticas, pero él no tenía hígado para la política a la mexicana y aceptó encantado la invitación del gobernador Adrián Castrejón para dirigir la Escuela Normal y Preparatoria del estado de Guerrero.

Volver a Guerrero fue decisivo en la vida de Agustín Ramírez, ya que modificó sustancialmente su composición musical. En buena medida porque el trabajo magisterial se lo exigía, pero también a causa de los compromisos musicales que adquirió al formar el quinteto Cancioneros Guerrerenses, tuvo que recorrer una y otra vez todo el estado. Chilpancingo y Acapulco eran los puntos de los que partía en auto hasta donde se podía, y después a caballo, rumbo a la Costa Chica y a la Grande, a la sierra y a la Tierra Caliente. Si de adolescente recorrió las costas y se anonadó ante la belleza natural, a los 30 años el contacto directo con todos los rincones del estado le penetró hasta lo más profundo y se tradujo en una etapa de madurez musical, en la que, para empezar, ?descubrió? el tirananay y el ajúmalacalentano, es decir, la chilena, una adaptación guerrerense de la cuenca que trajeron de Chile los marineros en el siglo XIX y que es muy afín al huapango.

La chilena había sido cultivada por Isaías Salmerón, Benjamín Galeana y Antonio Delgado, entre otros viejos troveros, pero José Agustín Ramírez la llevó a su máxima expresión cuando la asoció directamente a los poblados del estado de Guerrero. Primero fue ?Azoyú?, después ?Linaloe?, un portento de canción por su riqueza y complejidad, pues tiene cuatro bellos temas melódicos y de la serenidad poética pasa a la exaltación del júbilo; y luego ?Ometepec?, ?Camino de Chilpancingo?, ?Tlapehuala? y ?La sanmarqueña? (de San Marcos, Costa Rica, donde predomina el moreno subido, por eso se dice: las blancas las hizo Dios y a las morenas el cielo, que vayan con Dios las blancas que yo a las morenas quiero). Esta canción se popularizó a tal punto que para fines prácticos se volvió dominio público, pues todos se sintieron libres de inventarle versos, usualmente léperos. Después, mi tío le cantó a muchas otras partes de Guerrero; fue ?la más valiosa y honda producción que autor alguno haya aportado al acervo cultural de una región?, escribió mi tío Alfonso. En los 30 compuso, entre himnos y corridos, grandes canciones como ?El toro rabón? (favorita de mi hermano Alejandro y mi primo Rolando para las serenatas; imagínense nomás, los muy canijos le cantaban a las muchachas cotorra del pico chueco, prima hermana del perico): también ?Vida plena?, ?Dijiste (Rebeldía)? y ?La callejera?, que tanto le gustaba a mi papá.



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