Sacrificios mexicas incluían niños y mujeres
RITUAL. Máscara cráneo con la que representaban el rostro del dios de la muerte, Mictlantecuhtli. (Foto: CORTESÍA PROYECTO TEMPLO MAYOR )
abida.ventura@eluniversal.com.mx
Los mitos populares sobre los rituales de sacrificio entre los mexicas dicen que cuando este imperio antiguo emprendía una campaña militar para someter a otros señoríos tomaban cautivos a los guerreros enemigos para extraerles el corazón y ofrecerlos como ofrenda a los dioses. Pero los guerreros no eran los únicos protagonistas de los rituales de sacrificio que llevaban acabo los sacerdotes mexicas en el recinto sagrado de Tenochtitlan.
Entre las víctimas de sacrificio también había niños, mujeres y hombres que no necesariamente pertenecían a una élite guerrera, como los esclavos comprados, conocidos como tlahcotin. Además, nuevos estudios indican que algunos de los sacrificados pudieron haber llegado incluso desde lugares lejanos, como de la actual península de Yucatán, región donde el imperio mexica no tuvo incidencia.
Los datos sobre las edades, estatus y procedencia de las personas que hace varios siglos fueron sacrificadas durante los holocaustos en honor a los dioses mexicas salen a la luz gracias a novedosos estudios de ADN e isótopos de estroncio que los arqueólogos Diana Bustos y Alan Barrera realizaron recientemente a una serie de muestras de la colección osteológica de las excavaciones que se han realizado en Templo Mayor desde 1978.
Las investigaciones de estos dos jóvenes arqueólogos forma parte de los estudios que la arqueóloga y antropóloga física Ximena Chávez coordina desde hace varios años entorno a los sacrificios humanos y tratamientos postsacrificiales en el recinto sagrado de Tenochtitlan, y que ha aportado información valiosa al Proyecto Templo Mayor, que dirige el arqueólogo Leonardo López Luján.
A partir del análisis de ADN de las dentaduras de 35 individuos correspondientes a la época del gobierno de Axayácatl (1469-1481), Bustos logró identificar que la mayoría de ellos provenían de provincias tributarias cercanas a Tenochtitlan, lo cual cuestiona la imagen idílica sobre las guerras de expansión del imperio mexica y la masiva captura de guerreros. “La hipótesis era que si se trataba de una población biológica mayormente presente en la Cuenca de México, entonces probablemente no sean cautivos traídos de las provincias tributarias que se estaban añadiendo al imperio, el cual para ese momento tenía una expansión hacia la región de la Huasteca y Oaxaca”.
Entre los individuos analizados por la arqueóloga en el Laboratorio de Genética y Biología Molecular del CINVESTAV destaca un niño de cinco años depositado en la Ofrenda 111 como representante de Huitzilopochtli, pues fue hallado vestido como el dios de la guerra. Según los estudios realizados por Chávez y Bustos, el infante fue sacrificado mediante extracción del corazón y era originario del centro-norte del país, posiblemente de Hidalgo.
Estos datos, explica Bustos, refuerzan la idea de que el cautivo de guerra no era el único protagonista de ese ofertorio, ya que en las ofrendas se han encontrado gran cantidad de restos de niños y mujeres.
Además, entre estos individuos está altamente representado “uno de los principales linajes mitocondriales presentes en la región centro del país”, lo cual indica que “probablemente no solamente eran guerreros capturados en campaña, sino cautivos ofrecidos por la clase de los mercaderes (pochtecas), por lo que, habría que ser cautelosos frente a la imagen idealizada del sacrificio humano en el Templo Mayor”, sostiene la arqueóloga.
Migraciones
Las investigaciones sobre ADN antiguo realizadas por la arqueóloga como parte de su tesis de licenciatura en arqueología se complementan con las que Alan Barrera llevó a cabo a partir de análisis de isotopía de estroncio, una metodología que a partir de mediciones de niveles de estroncio en huesos y esmalte permite conocer si un individuo es migrante o no, así como “inferir la región en la que pasó su infancia y los últimos años de vida”.
Gracias a esos estudios, que fueron realizados en el Laboratorio Universitario de Geoquímica Isotópica de la UNAM, el arqueólogo de 29 años identificó migrantes que fueron depositados en las ofrendas del Templo Mayor y los posibles lugares de procedencia de algunos de los individuos sacrificados. Su análisis se centró en seis individuos, todos migrantes de las afueras de la Cuenca de México, incluido el niño que representaba a Huitzilopochtli.
De acuerdo con las firmas isotópicas de los esmaltes analizados, habían personas provenientes de la región centro norte del país (Tula, Hidalgo y Zacatecas), así como de Oaxaca, Veracruz, Chiapas y hasta de Yucatán.
En el caso de la persona que migró desde Yucatán, Alan Barrera explica que “no podríamos saber nunca a qué se dedicó o por qué llegó hasta acá, pero podemos asegurar es que es un migrante proveniente de una región que nunca fue conquistada o adjunta al territorio mexica, lo que implica que además de provenientes de las regiones tributadas hay otros de lugares aun más distantes”.
Cráneos reutilizados
Las investigaciones de estos dos jóvenes arqueólogos enriquecen la información respecto a los rituales de sacrificio y tratamientos mortuorios que se llevaban a cabo en el recinto sagrado de Tenochtitlan, donde según las investigaciones de Chávez, los huesos de los individuos sacrificados recibían tratamiento postmortem , pues una vez decapitado, el resto del cuerpo era utilizado para manufacturar otros artefactos rituales. Incluso los mismos cráneos que se usaban para el tzompantli eran convertidos posteriormente en máscaras dedicadas a Mictlantecuhtli, dios de la muerte.
Barrera explica que de los cuerpos de los sacrificados se aprovechaban varias secciones, tales como huesos largos, el propio cráneo, la piel y el cabello, según las fuentes históricas, resguardándolos como reliquias u objetos votivos y sacros, sin embargo éstos eran de uso ritual y no están al alcance del grueso de la población.
El arqueólogo explica que, por ejemplo, en el caso de algunos de los cráneos que se colocaban en el tzompantli, después de ser exhibidos, eran reutilizados para convertirlos en máscaras cráneo, a las que les colocaban varios aditamentos, como piezas de concha y de pirita simulando los ojos, así como cuchillos de pedernal.
Esas máscaras representaban el rostro del dios de la muerte.
Egresados de la licenciatura en arqueología de la ENAH, Diana Bustos y Alan Barrera destacan que estos análisis son novedosos porque involucran técnicas que no están directamente relacionadas con el quehacer arqueológico, pues si bien existen proyectos que emplean las técnicas de ADN mitocondrial e isotopía en vestigios arqueológicos, frecuentemente son realizados por investigadores especializados en ciencias biológicas o geoquímicas, quienes a menudo no tienen una formación en arqueología.
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