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Mazatlán. Esta ciudad fue la última morada de Ángela Peralta, al día de hoy, una de las sopranos más importantes de la ópera nacional. Poco se sabe acerca de los días que antecedieron a su muerte, causada por la fiebre amarilla que azotó al puerto sinaloense en 1883. Lo que sí está en la memoria de los mazatlecos y en las páginas de la historia de Sinaloa es la fecha en que la cantante regresó al país convertida en una estrella internacional, inigualable hasta hoy.

“¿Quién no está ansioso de conocer a esa artista mexicana que trae el canto celestial en su garganta? Las playas mazatlecas que son pisadas por las graciosas y simpáticas mazatlecas, cuándo han sido pisadas por una mujer como la Diva de América Meridional, que mañana nos despertará con su dulce canto?”, se leyó en La voz de Mazatlán el 22 de agosto de 1883.

La soprano cantaría El trovador y Aída, de Verdi, pero la fiebre se impuso. Ocho días después, falleció a los 38 años de edad. El viaje por mar hacia México y lo que probablemente ocurrió en esa semana, fueron llevados a escena en la ópera La paloma y el ruiseñor, con música de Roger Bourland, libreto de Mitchell Morris, adaptación al español de Plácido Domingo Junior y dirección concertadora de Scott Dunn, el pasado sábado en el Teatro Ángela Peralta. El resto, producción y elenco artístico es talento nacional.

Este homenaje al llamado “Ruiseñor mexicano” se convierte en un montaje para revelar, una vez más, que Mazatlán es semillero de cantantes y que la ópera es un género valorado y llevado a escena con decoro.

La Orquesta Sinfónica Mazatlán, dirigida por Pércival Álvarez; el Coro Guillermo Sarabia, de Enrique Patrón de Rueda y Martha Félix, así como los solistas Jéssica Loaiza, Armando Piña, Penélope Luna, son muestra de que esta ciudad ha trabajado con ahínco.

El estreno mundial de este montaje producido por el Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, inició con la representación de la llegada de Peralta al puerto. Por las calles aledañas al inmueble que fuera el Hotel Iturbide, actores y bailarines vestidos con trajes de época caminaron y festejaron a la diva. Una anécdota local para entrar en el ambiente de aquellos años cuando lo que se apreciaba era el talento, no la belleza o la ausencia de ella, de los intérpretes.

El resultado es loable. Actuaciones irregulares, algunos gritos aquí y allá. Un supertitulaje errático, un español constreñido a la música, forzado por momentos, libre por otros. La música narrativa, tradicional, con arias para hacer lucir a los personajes protagónicos. Su mayor debilidad recae en el libreto, en tres horas se cuenta una historia que podría resumirse a la mitad. Hay personajes para rellenar espacios, situaciones que alargan la obra. Aun así, La paloma y el ruiseñor es ejemplo de entusiasmo y colaboración.