José Emilio
Video. La hija de José Emilio Pacheco dio el anuncio de su muerte y dijo que sus restos serán velados el lunes a partir de las 12:00 horas en el Colegio Nacional, del que el intelectual fue miembro desde 1986
Baja a las soledades del jardín / y de pronto lo espanta tu mirada / Y alza el vuelo sin fin / Alza su libertad amenazada.
Para los vigesémicos que teníamos 20 años en los dorados setenta, estos versos que entonces difundía la radio resultarán familiares. Los escuché una vez y ya no los olvidé. Los poemas terminan pareciéndose al mar:
Empieza donde lo hallas por vez primera /y te sale al encuentro por todas partes
En esos versos había misterio pero también claridad: la misteriosa claridad. Y de esa paradoja se desprendía una emoción. El conjunto dice más que las palabras que lo componen: eso es la poesía.
Luego empecé a saber del autor de aquellos versos: en edad tenía apenas una década más que nosotros, pero en cultura y sabiduría nos superaba por varios siglos. Su nombre: José Emilio Pacheco.
Teníamos 20 años y José Emilio escribía en la pizarra de nuestra fresca memoria: Alta traición, El equilibrista, Mosquitos, Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos, Los grillos (defensa e ilustración de la poesía), Autoanálisis, Clínica de belleza, Vanagloria o alabanza en boca propia, Dichterliebe, Moralidades legendarias y un feliz etcétera…
Teníamos 20 años. Aspirábamos, con más fuerza que ahora, al título de poeta. José Emilio nos hacía más difícil la tarea. Había escrito advertencias como ésta:
Quisiera ser un pésimo poeta / para sentirme satisfecho con lo que escribo / y vivir lejos/ de tu dedito admonitorio, / autocrítica.
Agregaba que alrededor de una idea original siempre arroja su maleza la retórica. Decía que quizá nuestra época nos dejó hablando solos.
Parecía querer desilusionarnos. Pero seguíamos leyéndolo y confirmábamos que sí tenía sentido nuestra decisión de servir a
la perra infecta, la sarnosa poesía, / risible variedad de la neurosis, /precio que algunos pagan / por no saber vivir. / La dulce, eterna, luminosa poesía.
Tuvimos veinte años.
Luego tuvimos treinta.
No me preguntes como pasa el tiempo: pasa y es todo.
Uno está vivo y siente.
Mira los elementos de la noche: islas a la deriva, falsos testimonios y señales de vida en el reposo del fuego.
No me sentiré mal: seguiremos leyendo tus poemas en público y en privado.
Seguiremos dándole su único sentido a la poesía: hacer que tus palabras sean nuestra voz por un instante al menos.
Esta es mi forma de decirte cuánto te seguiremos queriendo.
Buen viaje, hermano mayor...