El MoMA exhibe el arte del cuerpo según Gober
Obra sin título, de 1991 de Robert Gober . (Foto: EFE )
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Nueva York . La realidad dislocada, la humanidad descuartizada y la cotidianidad sorprendente del estadounidense Robert Gober llegan al Museo de Arte Moderno MoMA) con The heart is not a methapor (El corazón no es una metáfora), abierta desde este fin de semana y hasta el 18 de enero.
Robert Gober (Connecticut, 1954) , conocido por un corpus creativo tan llamativo como directo, pertenece a esa generación que rompió en los años 80 la tendencia escultórica a la abstracción y lo conceptual para mirar a una realidad que se imponía cruda y brutal con la llegada del Sida.
“Era un hombre gay en Nueva York, el epicentro de esa epidemia, y era absolutamente imperativo decir quién eras y que eso quedara plasmado en tu trabajo”, explicó el artista al presentar su primera gran retrospectiva monográfica en Estados Unidos, curada por Ann Temkin y Paulina Pobocha, que repasa 40 años de carrera a través de 130 obras.
La realidad filtrada por la mente de Gober dista mucho de ser costumbrismo. Es más: es todo lo contrario. Un queso con pelo largo, tuberías que salen de un sillón... elementos familiares que al alumbrar híbridos se convierten en imágenes sumamente inquietantes.
Nuevos derroteros. Ese corazón sin metáforas “que abre preguntas y no las contesta”, convirtió el contagio del VIH en un ejército de lavabos sin cañerías que, entre 1983 y 1986, fueron su manera de representar la imposibilidad de “lavarse” el virus. Esos lavabos tan reconocibles son, en realidad, una mezcla de yeso, madera, acero, reja y esmalte, pues lejos del ready made de Marcel Duchamp, Gober es hijo del “do it yourself” (háztelo tú mismo).
“Mi padre no fue una figura muy presente y de él no aprendí habilidades, pero sí que si quieres una casa tienes que construirla tú mismo”, explicó, y su carrera ha estado marcada por una siempre atípica exploración de los materiales.
La figura humana no apareció en su obra hasta 1989, pero tampoco irrumpió de manera convencional. Lo hizo descuartizada, emergiendo en las paredes de estancias empapeladas con paisajes caleidoscópicos en las que emergen piernas humanas hechas con una cera sobre la que crecen velas, o se tatúa un pentagrama.
Si de su padre aprendió la autonomía, de su madre, que trabajaba en la iglesia, heredó el gusto por la iconografía cristiana y la fe en lo imposible. “Cuando creces como católico te acostumbras a los símbolos. Cuerpo, lágrimas, sangre, crucifixión, transfiguración... La fe, tal y como yo la entendí, era creer en algo que es esencialmente ilógico. Y hay una correlación con creer en el arte. Puedo ver una conexión”, dijo.
Así, la exposición El corazón no es una metáfora empieza con la aparición del sida, pero termina con otro acontecimiento que marcó la sociología de Nueva York, el 11-S, que le inspiró varias obras.