Gabo, el más querido. El hijo del telegrafista viaja a Estocolmo
Video. En diciembre de 1982, la Academia Sueca le otorgó a Gabriel García Márquez el Premio Nobel de Literatura; su premiación lo convirtió el cuarto latinoamericano que ganó el premio
LAUREADO. Gabo recibió el galardón en Estocolmo vestido de blanco. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )
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El 21 de octubre de 1982, México y Colombia despertaron con la noticia de que Gabriel García Márquez, el hijo del telegrafista de Aracataca, había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Hasta entonces, sólo tres latinoamericanos habían logrado alcanzar el reconocimiento: la chilena Gabriela Mistral en 1945, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias en 1967 y Pablo Neruda en 1971.
Medios y agencias de noticias de todo el mundo reprodujeron la noticia de la decisión de la Academia sueca, que comparó al laureado con William Faulkner e incluso con Honoré de Balzác.
En EL UNIVERSAL, el reportero Juan Rodríguez informaba que al enterarse de su premiación, el autor de Cien años de soledad se declaró feliz por dejar de ser candidato y convertirse en el ganador del máximo galardón de literatura.
¿Pasará a la inmortalidad al recibir el Nobel de Literatura?, le preguntó el reportero. “¿Inmortalidad? , será la del cangrejo porque yo no. Las obras quedan, los autores no”, respondió un Gabo feliz y bromista con los reporteros.
Convencido de que vestirse de frac es de mala suerte, el escritor advirtió a los periodistas que lo recibieron en el aeropuerto que a la ceremonia de recepción del premio iría vestido de mezclilla o guayabera. Y así lo hizo, Gabo rompió el protocolo. Vestido de blanco y con una rosa amarilla en la mano, el 10 de diciembre de 1982 el escritor recibió de manos del rey Carlos Gustavo el galardón.
Dos días antes de la ceremonia, el 8 de diciembre, desde una habitación del Grand Hotel de Estocolmo, leyó su discurso de aceptación titulado “La soledad de América Latina”, en el que pidió: “Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”, expresó el escritor.
Los detalles de aquel viaje a Estocolmo quedaron en la memoria de su esposa Mercedes Barcha, y sus amigos Alfonso Fuenmayor, Rafael Escalona, Eligio García Márquez y Álvaro Castaño.
“Yo veía a Gabito tenso, impecablemente vestido, en el pódium. Sin quererlo, me traía a la memoria a aquel niño que, en La hojarasca, acompañaba, endomingado, a su madre, a visitar una casa donde alguien había muerto. Yo me encontraba ahora sentado en una banca como de iglesia, a metro y medio de distancia del sitio en donde él leía su discurso con voz uniforme, sin vacilaciones, aunque quizá —diría yo— con una leve entonación de sochantre...”, recordó Fuenmayor en el libro Aracataca Estocolmo, donde los cuatro amigos plasmaron sus recuerdos de aquel viaje. (Con información de El Tiempo/GDA)