Cholombianos, un retrato de la cumbia que adoptó Monterrey
EN LA CALLE. Las señas con las manos son otro rasgo que les identifica. (Foto: AMANDA WATKINS / CORTESÍA TRILCE )
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“Mi nombre es Maricruz Herrera Martínez. Tengo 25 años y terminé la secu a fuerza. Vivía por San Bernabé, por Solidaridad. Empecé con lo colombia como a los 14 años. Más que nada fue por la música que me metí; es la música que te gusta, o sea, no na más porque ‘ah, se visten así’, pos no. ¿va? Me empecé a vestir colombia, pos también por amigas”.
Mari figura entre los mil jóvenes, aproximadamente, que en la ciudad de Monterrey son conocidos como colombianos; que hace varios años, como herencia de la música de ese país que desde los 60 se oye en la capital regia, han dado pie a un movimiento urbano muy identificable por las cumbias y otros ritmos colombianos, así como por sus peinados y vestidos que ellos mismos diseñan.
A siete años de que la diseñadora inglesa Amanda Watkins conoció en Monterrey a los jóvenes que protagonizan su libro Cholombianos cuenta que es “un movimiento emocionante, a nivel de estilo, tanto para los hombres como para las mujeres. No puedo ver nada negativo, intimidante, en la construcción de la moda de un chico como este (dice señalando una de las fotografías de su libro), pero no sé si se han creado una reputación en Monterrey que los discrimine”.
De las historias a la imagen
Amanda Watkins publica Cholombianos con Trilce Ediciones; en su libro predominan las fotografías de los vestidos, los cortes de cabello, las señales de las manos y la numerosa presencia de jóvenes en la ciudad de Monterrey en conciertos donde el acordeón se impone y estos chicos dedican la noche a escuchar y a bailar.
El libro contiene textos de la propia Watkins, así como de José Carlos Zarazúa, Leticia Saucedo, Juan Carlos Guerra Pérez, Esteban Cárdenas y el músico Celso Piña, una de las figuras esenciales para que la música colombiana tenga tanto pegue en las estaciones de radio y diversos espacios. Junto a sus textos, el libro guarda testimonios de todo tipo de chicos que crecieron en ese ambiente.
Celso Piña describe en estas páginas sobre cómo han cambiado: “Los jóvenes fueron creando su propio estilo y hasta ahora lo siguen haciendo: sus peinados son más locochones y la ropa es más característica de su rollo. Lo que también los identifica es su saludo con las manos: significa que son seguidores de esta corriente”.
Amanda Watkins comenta que “durante años fue un movimiento muy fuerte, hubo un momento de mucho disfrute, de la moda, de crear un estilo, pero no sé qué está pasando ahora; espero que no estén absorbiendo estilos americanos, que sigan manteniendo la originalidad que tenían”.
Aclara que su libro no ofrece las respuestas que daría la sociología y que ella pretende resaltar la creatividad, lo singular y original de sus vestidos y estilo.
“En México —dice en entrevista— no he visto nada tan original y definido como ellos. Lo que los hace diferentes es que experimentan mucho con su peinado, que es lo más visible; hacen sus propios escapularios, su ropa, eso requiere de mucho trabajo y nivel de producción. Como tienen poco presupuesto, crean todos los elementos de su atuendo”.
De los atuendos resalta el uso de elementos de diseño gráfico, los tejidos, las telas bordadas, la aerografía para escribir sus nombres en grandes escapularios, la mayoría de los cuales tienen los colores de la bandera de Colombia.
Esta nación sudamericana es para ellos un referente. “Se llaman colombianos. Todos quieren ser colombianos. Han adoptado lo colombiano, se emocionan cuando viene una banda de ese país”.
Sin embargo, la diseñadora percibe, y así lo dice en el libro, que en esa ciudad tan fuerte económicamente hablando, a menudo se les discrimina: “Monterrey es muy segregada, ellos vienen de clases trabajadoras, con pocos recursos, hay un elemento social de buscar una identidad que los une ante tanta discriminación; les genera orgullo pertenecer, proyectarse”.