Bellas Artes, la gran expectativa de 1934
AÑOS 30. La obra se mantuvo inconclusa por tres décadas. Federico Mariscal terminó la obra . (Foto: CORTESÍA INBA y ARCHIVO EL UNIVERSAL )
En 1934, la inauguración del Palacio de Bellas Artes causó una gran expectativa en el país, no solamente porque se trataba del primer edificio de dimensiones y arquitectura “majestuosas”, también porque nació en un contexto económicamente complejo que propició detractores que acusaban de “fastuoso derroche”. Aun así, con su apertura se vislumbró el nacimiento de la modernidad en México.
EL UNIVERSAL y EL UNIVERSAL GRÁFICO ofrecieron una amplia cobertura de la inauguración, pero también durante semanas dieron espacio a la discusión y a las reflexiones que provocaba la inminente apertura del proyecto arquitectónico ideado con el nacimiento del siglo XX y anunciado desde febrero de 1900 en el periódico El Imparcial.
Aquellos días del verano-otoño de 1934 el mundo era otro. Pedro Vargas era anunciado en las planas de los diarios como el “Gran tenor de moda”, que ofrecía conciertos en el Foreign Club; Toña “La Negra” era la “sensacional cancionera jarocha” y modelo de la cerveza Monte, y se le defendía de las “injurias” que había en su contra por asuntos laborales; Kid Azteca pelearía con el Judío Levine para confirmar que en México sí existía un “campeón de verdad”; Celestino Gorostiza demostraba con su obra Ser o no ser que podía ser un gran dramaturgo e incluso un director de teatro de calidad, y no sólo un “muchacho podrido” que vivía a la sombra de su hermano José, escritor y poeta probado.
Dolores del Río regresaba a México después de nueve años, justo a tiempo para ser una de las invitadas más distinguidas a la inauguración. Volvió, además, con una declaración de principios: “Vengo tan mexicana como cuando me fui”. El retorno de la hija pródiga, se lee en el periódico, fue uno de los grandes sucesos de 1934, decenas de personas acudieron al aeropuerto y derrumbaron las vallas que había dispuesto el departamento de policía. Las figuras del arte, la cultura, el espectáculo y el deporte eran entonces símbolos de identidad nacional, ejemplos de progreso y éxito.
Centro de cultura para todos
Una preocupación era constante: que Bellas Artes no se convirtiera en un lugar para “las clases pudientes”, que nadie creyera que con su mármol, su blancura, su estilo art déco y sus 25 millones de pesos invertidos, se volvería un templo para “los privilegiados”, pues su misión era ser “el centro de orientación y de cultura para todos los sectores sociales”.
Muchos estuvieron de acuerdo con esa máxima y las autoridades, empezando por la Secretaría de Educación Pública, lanzaron campañas para advertir a la sociedad que los boletos de ingreso a la gran inauguración serían a precios muy modestos. Para asegurarse de eso, la asociación dedicada a la reventa de boletos decidió hacerse a un lado para que la gente comprara sus entradas a precio de salida.
Una promesa que se volvió juramento gracias al escritor Antonio Castro Leal, director del Departamento de Bellas Artes, quien empeñó su palabra para asegurar que el palacio sería, por sobre todos, para “las masas populares”.
Otra de las inquietudes era el programa con el que se abrirían las puertas del inmueble ideado por Adamo Boari y concluido por Federico Mariscal.
Entonces, el compositor y director de orquesta Carlos Chávez era prácticamente un héroe nacional. Su labor al frente de la Orquesta Sinfónica de México era constantemente elogiada en EL UNIVERSAL, entre otras cosas porque había sido capaz de salir del Teatro Hidalgo para presentarse en las “barriadas, en los parques y lograr ser escuchado por megáfonos por toda la sociedad”. Su presencia en el gran teatro era, para los columnistas del periódico como Manuel Mañón, una obviedad, se especulaba incluso si estrenarían obras del repertorio internacional, como La consagración de la primavera, de Stravinsky.
Así, se determinó que la orquesta tocaría por la mañana. A las 10 con 20 minutos el telón de Tiffany se levantó para que la Sinfónica de México tocara el Himno Nacional y estrenara una obra del propio Chávez, Llamadas; y por la tarde se representó La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, el dramaturgo de vena mexicana y un clásico del Siglo de Oro.
Esa mañana el presidente Abelardo Rodríguez pronunció: “Inauguro el Palacio de las Bellas Artes, institución de cultura nacional que realizará uno de los puntos básicos del programa revolucionario”.
El reportero de EL UNIVERSAL auguró: “Las puertas de la estupenda fábrica están, pues, abiertas al público. Se ha iniciado una labor de cultura que habrá de tener, a no dudarlo, un renombre muy grande”.