Matos indaga sobre la concepción mexica de la muerte
Arqueólogo. Eduardo Matos Moctezuma es investigador emérito del INAH. (Foto: Archivo )
Nuevos descubrimientos sobre la concepción de la muerte entre los mexicas, abordada como una manifestación del pensamiento universal ante este inevitable suceso, es expuesto por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma en la revista "Arqueología mexicana", en su edición especial.
Con el título "La muerte entre los mexicas. Expresión particular de una realidad universal", Matos reflexiona a partir de nuevas investigaciones referidas al mundo prehispánico por medio de la arqueología y la historia, acerca de la muerte.
Así, el arqueólogo presenta un ensayo sobre algunas de las conclusiones a las que ha llegado en torno a la muerte en Mesoamérica y que plante en su última publicación titulada "La muerte entre los mexicas" (2010).
Matos argumenta que la muerte es una realidad universal, en la cual el hombre es el gran creador de los dioses y de los mitos, quien ha hecho a las deidades a su imagen y semejanza.
Esta idea la refiere en su trabajo "La muerte del hombre por el hombre: el sacrificio humano" y cita: "Los dioses nacen, mueren, aman, se reproducen, gozan y sufren al igual que ocurre con su creador, el hombre".
Por eso, el individuo ha dotado a sus dioses con características que los difieren de la condición humana, especialmente en cuanto al poder sobre la muerte.
Dichas particularidades en las deidades son la inmortalidad, el poder de resucitar, la posibilidad de bajar al mundo de los muertos y regresar de él, lo mismo que la potestad de dar vida a los individuos muertos.
Por otro lado, ante la evasión del hombre por la muerte, ha creado diversos lugares a los que irá una vez concluida su vida, sitios que por lo general forman parte de la concepción que los pueblos tienen del universo y que expresan por medio de mitos.
Distintas sociedades establecen una estructura universal a partir de la observación que hace el hombre de lo que lo rodea, y aunque se trate de diferentes culturas, todas guardan una semejanza entre los diversos mitos cosmogónicos, antropogénicos y necrogénicos.
Matos plantea que independientemente de las diferencias culturales entre los pueblos, la mente humana es en todas partes una y la misma, por tanto tiene respuestas similares sobre los fenómenos naturales. El pensamiento mexica no está exento de esta realidad, cuenta con una estructura universal con ciertas particularidades, anota.
La antigua civilización tenía mitos cargados de símbolos universales, para los mexicas existían diversas entidades anímicas: el "tonalli", ubicada en la cabeza del individuo; el "teyolía", relacionada con el corazón, y el "ihíyotl", con el hígado.
El "teyolía" era la esencia que una vez que se presentaba la muerte y pasado algún tiempo iba al lugar que le estaba destinado conforme a la forma de muerte, pues esta última era factor fundamental para el rumbo que le deparaba al difunto.
Los destinos después de la muerte eran cuatro, el primero, conocido como la casa o cielo del Sol, destinado a los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio y las mujeres muertas durante el proceso del primer parto.
A éstos se les deparaba ir al Sol, los cuerpos o sus efigies hechas de madera eran quemados, pero simbólicamente sus partes blandas y la sangre tenían que ser devorados por Tlaltecutli, señora de la Tierra y por el Sol, al cual se destinaba el corazón del sacrificado para que se alimentara y no detuviera su andar.
Para llegar al sol debían pasar 80 días, periodo que aún no se sabe con precisión a qué se relacionaba, para luego convertirse en colibríes que chupan las flores; para llegar a este punto se necesitaban cuatro años y con lo cual lograban su trascendencia.
También existía el Tlalocan, lugar de constante verano, donde las plantas siempre estaban verdes y residían Tláloc y sus ayudantes, los "tlaloques", y el cual se destinaba a todos aquellos que morían en relación con el agua.
Los cuerpos de quienes morían de esta forma se colocaban con las piernas encogidas y eran envueltos en mantas y adornados con papel para formar el bulto mortuorio; se le colocaba semillas de bledo en las quijadas y sobre el rostro, y se les pintaba la frente con color azul.
En las manos se les ponía una vara y de esa manera eran enterrados para que la tierra efectuara su función devoradora, y la putrefacción se presentaba de manera inminente como parte del proceso.
Un tercer sito era el Mictlan, adonde iban los que morían de cualquier otra forma no asociada a la guerra ni al agua. En el sitio había dos cerros o montañas sagradas que chocan entre sí y que había que atravesar para emprender un viaje de cuatro años.
Tal lapso representa el tiempo que tarda el individuo en ser devorado por la Tierra y adquirir un estado esquelético.
Esto ocurría simbólicamente, ya que a quienes se destinaba a ir al Mictlan eran quemados y sus cenizas colocadas en una olla o jarro para ser enterrados en alguna habitación de la casa. Después de cuatros años la esencia del difunto salía e iba a los nueve infiernos.
Éstos representan los nueve pasos al Mictlan, número que Matos deduce se pudo relacionar con las nueve detenciones menstruales que ocurren en una mujer embarazada para que finalmente nazca el niño.
Después de un largo viaje se llega al Mictlan, donde se encuentra el señor y señora de la muerte, Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl.
Un último sitio era el Chichihualcuauhco, donde residían los niños muertos prematuramente, y donde un árbol nodriza los amamantaba hasta que se les destinaba volver a nacer.
Además de los distintos lugares destinados según la forma de muerte, también existía un proceso por el cual tenían que pasar todos los difuntos independiente a la forma de muerte; una vez que esta ocurría todos tenían que ser devorados por Tlaltecuhtli, comidos por la Tierra real o simbólicamente.
Una vez que el individuo era devorado por la vagina dentada, pasaba por la matriz, en donde ocurría un rito de paso, por medio del cual la esencia del individuo muerto sería parida para que pudiera emprender el viaje hacia el destino que se le había deparado, expone.
De esta manera, añade Matos Moctezuma, uno de los arqueólogos mexicanos más reconocidos en el mundo actual, la deidad cumplía su función de devoradora-paridora en un constante proceso en el que está presente la dualidad vida/muerte.
La relación con la muerte concebida por los mexicas se presenta en el Templo Mayor de Tenochtitlan, que funge como centro del universo y lugar por donde se cruzan los niveles celestes y los del inframundo, además de ser el sitio de donde parten los cuatro rumbos universales.
rqm