A seis décadas de la erradicación de la viruela
Durante todo el periodo colonial y los primeros 100 años del México independiente, la viruela fue una de las enfermedades que más muertes cobró entre la población, sobre todo la indígena. Por si fuera poco, los que sobrevivían a las fiebres, los delirios y las pústulas que ocasionaba, quedaban ciegos o desfigurados.
Antes de que se descubriera que esta enfermedad era causada por un virus (Variola Virus), se creía que su origen estaba en el aire contaminado y las aguas estancadas, o que aparecía como consecuencia de un castigo divino.
En 1798, el médico rural inglés Edward Jenner, descubridor de la vacuna antivariólica, publicó An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, un texto en el que refería sus experiencias relacionadas con la inmunización contra la viruela.
“Jenner abogaba porque se inyectara en personas sanas pus variólico o Cowpox virus extraído directamente de pústulas que aparecían en las ubres de las vacas, semejantes a las de la viruela en humanos. Las personas a las que se inoculaba el material vacuno experimentaban una reacción atenuada de la enfermedad y, lo más importante, quedaban inmunes”, dice la doctora Claudia Agostoni, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y especialista en la historia social de la salud pública en México.
A lo largo del siglo XIX, gracias a la organización de diferentes campañas de vacunación y al trabajo de innumerables personas, la aplicación de la vacuna antivariólica se extendió con la finalidad expresa de proteger al mayor número de individuos de esta enfermedad.
Durante el porfirismo
Al finalizar el siglo XIX, la viruela era endémica en la mayor parte del país y los esfuerzos por contener el contagio y evitar epidemias fueron constantes, sobre todo durante el gobierno de Porfirio Díaz.
Precisamente fue durante el gobierno de Díaz cuando se iniciaron las campañas masivas y sistemáticas de vacunación obligatoria contra la viruela. El médico Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad, las impulsó en todo el país. Además, se establecieron centros y oficinas de vacunación en los barrios más poblados de la ciudad de México y en las principales ciudades de provincia, y se organizaron brigadas de vacunación ambulantes.
Según el Consejo Superior de Salubridad, durante el gobierno de Díaz se vacunaron 717 mil 289 personas en la ciudad de México y 123 mil 578 en sus municipalidades.
Vacunación masiva y sistemática
Por la facilidad con que se transmitía el virus (mediante gotas de saliva o secreciones de las vías respiratorias, o por el contacto con heridas o lesiones en la piel), durante la fase armada de la Revolución se registraron brotes de viruela en Aguascalientes, Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, San Luis Potosí, Yucatán y el Distrito Federal.
En 1917, el Departamento de Salubridad Pública diseñó una serie de programas de protección contra diversas enfermedades infecto-contagiosas; y para el caso de la viruela alentó la aplicación masiva y sistemática de la vacuna antivariólica en niños y adultos de cualquier condición económica o social, junto con una campaña de educación y de medidas higiénicas.
Además, en 1925 se expidió el Reglamento impreso sobre vacunación y revacunación de la viruela en México; posteriormente, la obligatoriedad de la vacunación y de la revacunación quedó plasmada en los Códigos Sanitarios de 1926 y de 1934.
“A los gobiernos posrevolucionarios les interesaba contener la propagación de esta enfermedad no sólo por razones de salud pública, sino también por las presiones de otros países y por los convenios sanitarios internacionales”, apunta Agostoni.
Con todo, la esperanza depositada en la vacuna antivariólica no terminó con el temor, la incredulidad y el rechazo que manifestaban abiertamente amplios sectores de la población urbana y rural.
“Junto con el temor que causaba la viruela, persistía el temor a enfermar precisamente por la vacuna. Ahora bien, los médicos, las enfermeras y, en general, las personas involucradas en las campañas de vacunación, también manifestaban temor ante el rechazo o la violencia que podían enfrentar en las ciudades más pobladas, o en los pueblos y rancherías alejados o mal comunicados, a donde no había llegado una puntual y clara explicación previa de los beneficios de dicha vacuna”, señala la investigadora universitaria.
Ante esto, las autoridades de salud consideraron que la aplicación masiva, cotidiana y obligatoria de la vacuna requería una gran labor de educación para que se convirtiera en sinónimo de confianza, seguridad y esperanza.
“Un tema central en las campañas de vacunación fue hacer frente a las diferencias sociales, culturales y lingüísticas”, comenta Agostoni.
Así, además del personal constantemente preparado y actualizado, se necesitó un grupo de intérpretes e intermediarios culturales para que las brigadas de vacunación pudieran trabajar en localidades en las que no se hablaba español, por ejemplo, en distintos municipios de los estados de Oaxaca y Michoacán.
Esta labor de educación higiénica fue fundamental para la organización de los programas de medicina preventiva que se conformaron, fortalecieron y diversificaron durante la primera mitad del siglo XX en México.
Resistencia a la vacuna
Se trataba de convencer, persuadir y educar a la gente por medio de un arduo proceso de negociación cultural y social. Sin embargo, en muchos casos, la vacuna antivariólica se aplicaba por la fuerza.
“A pesar de sus beneficios, no todos accedían a que se las aplicaran, porque eso implicaba aceptar que las brigadas de vacunación entraran en sus comunidades, en sus casas, y tuvieran contacto con el cuerpo de sus hijos, de su esposa o esposo, y de otros familiares”, indica la investigadora.
El rechazo a la vacuna antivariólica no fue exclusivo de México. En otros países, como Inglaterra, se formaron ligas y asociaciones de resistencia muy bien organizadas que lucharon contra su aplicación obligatoria.
“Se debe aclarar, no obstante, que si bien en muchas partes de nuestro país hubo resistencia y rechazo a esa vacuna, también hubo distintas sociedades de padres de familia, incluso madres y padres, que la solicitaron para sus hijos. No es una historia en blanco y negro, y son esos matices los que me interesa analizar”, finaliza la investigadora de la UNAM.
Más información, en el siguiente correo electrónico: agostoni@unam.mx