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“La pornografía es el género transgresor por excelencia”. Esa es una sentencia determinante en los intereses literarios del escritor y periodista Naief Yehya; sin embargo, la pornografía se ha transformado con la entrada de Internet y eso ha hecho que ahora la relación que los seres humanos tienen con ella haya perdido el halo de transgresión o intromisión a los territorios del pecado, para convertirse en algo más macabro.

En su nuevo libro Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios, el narrador e ingeniero industrial plantea que la violencia y la transgresión del cuerpo producto del narco o de la guerra han adoptado el lenguaje de la pornografía para expresarse en internet.

“Pornocultura es un poco la fusión de todos estos temas y tratar de reflexionar este tema nuevo que ya no es tan agradable, tan lúdico y tan juguetón como es la pornografía de la que yo en general hablaba”, señala el escritor, quien se interesó en analizar cómo “la idea de la violencia que de repente empieza a aparecer cada vez más en la pornografía y la idea de que la pornografía aparece cada vez más en la cultura”.

Para Yehya no es que haya más pornografía violenta, aunque en general hay más y también es que cada vez hay más pornografía hecha en casa, el asunto es que la idea de ver decapitados y descuartizados en un lugar donde vas a buscar filmes eróticos es chocante y son cambios radicales.

¿Pero sigue siendo pornografía? El escritor responde que los videos de los decapitados no es pornografía pere se, aunque tienen elementos que podrían determinar que si lo son, lo que sí cree “es que en la búsqueda de estímulos extremos, hemos recurrido a estos videos grotescos como activadores de la dopamina para tener este jalón de adrenalina; lo que vemos es un coctel de emociones”.

Pornocultura (Tusquets) nació cuando Yehya descubrió un subgénero del cine porno llamado rough, que surgió casi al mismo tiempo que cintas como Garganta profunda y otros éxitos de la era dorada de la pornografía; pero estos eran muy violentos, estaban llenos de fetichismos pero muy ingeniosos; entonces se puso a escribir sobre la violencia en estas películas y cómo esta violencia había sido opacada en la búsqueda de una legitimidad; la idea se complementó con su certeza de que la cultura es cada vez más pornográfica.