Matar clases en casitas del vicio

LA CASA AZUL. Elementos de Protección Civil desalojaron a decenas de jóvenes al asegurarse de que las viviendas no contaban con las mínimas medidas de seguridad, que no había salidas de emergencia y que los extintores estaban caducos. (Foto: YADIN XOLALPA EL UNIVERSAL )
sara.pantoja@eluniversal.com.mx
Le llaman “La Frontera”. Es una calle semicerrada donde las mochilas de los estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Azcapotzalco se dejan a un lado y se cambian por caguamas, cigarro, música, escándalo y mesas casi en penumbras.
Dos de la tarde. En la calle Central del Rosario, en la colonia Nueva España, a espaldas de ese plantel educativo, el volumen de la música parece pelearse de casa a casa. Afuera se escucha el relajo de los estudiantes, algunos que mataron clase y otros que ya empezaron el puente vacacional.
Adentro, más de 200 jóvenes, algunos apenas llegan a los 18 años, beben “micheladas de a 33 pesos” o se empinan directo la botella.
Mauricio Hernández se presenta como dueño de la casa marcada con el número 32. Nervioso, retira a su mamá de la puerta y se niega a abrir, dice que es una fiesta privada. Más tarde acepta que adentro se vende cerveza a los jóvenes. Luego se queja de que en el operativo le robaron “dos iPod y 6 mil pesos... bueno, eran como 10 mil para la renta del lugar”.
La música se calla seguida de un chiflido al unísono. “Abran la puerta, es una verificación”, insiste una funcionaria delegacional. Alguien, por error o descuido abre el cerrojo y empieza el forcejeo. Un hombre alto, fornido de playera amarilla refuerza a trabajadores de la delegación y ganan.
Por la mente de alguien pasan imágenes del New´s Divine. Los jóvenes comienzan a salir poco a poco. Algunas jóvenes se tapan la cara con su sudadera o la mochila. Otros hacen la “V” de la victoria mientras llevan los ojos brillosos y la cara enrojecida; se tropiezan con la puerta. Una mochila y un suéter quedan en el piso.
Se destapa la irregularidad: cientos de botellas llenas y vacías, mesas con sus bancos, sillones viejos, tinas enfriando el alcohol, vasos preparados para la michelada.
No hay salidas de emergencia, el único extintor ya está caduco; la escalera es un peligro. Arriba, más y más cartones de cerveza. Dos niños con uniforme de secundaria bajan del techo. “No, yo vivo aquí, pero no les ayudo”, dice el que resulta ser el hermano del dueño, mientras su madre se niega a dar explicación alguna.
Y en la vivienda de enfrente
Justo enfrente, en una fachada azul de donde todavía cuelga una calaca del día de muertos, continúa la música. Aunque desde el inicio cerraron la puerta, adentro se escucha el relajo.
Los llamados de personal de Protección Civil delegacional para abrir son ignorados. De pronto: “¿Hey, puedo hacer una denuncia? ¡Tengo 26 años y no me dejan salir; me están privando de mi libertad!”.
En la ventana, un joven se tapa el rostro con la cortina y pacta con las autoridades dejar salir a los chavos. “No se empujen, nadie va a ser detenido, salgan con calma”, dicen los elementos de Protección Civil y comienza el desfile hacia la calle. Esta vez son más pues el inmueble tiene tres pisos.
Abajo hay un puesto de quesadillas fritas con dos tanques de gas de 10 kilogramos que, explica un técnico en urgencias, representa un riesgo de explosión por fuga de gas y problemas respiratorios por la generación de dióxido de carbono.
Arriba, dos ventiladores no son suficientes. Aún sin gente, parece un horno y no hay ventanas que auxilien a los pulmones. La barra aún tiene calaveritas fluorescentes que dan la bienvenida a los cuatro refrigeradores repletos de cerveza. Hay tres baños, pero ninguno tiene puerta fija, sólo cortinas.
Hasta arriba está la zona VIP, donde hay cuartos que, dicen los chavos, son para “los privados, pero esos ya son más caros”. Otros, desde afuera, bromean: “Qué bueno que les cierren ya se estaban manchando con las chelas más caras”.
Adrián Estévez, director de Gobierno de la delegación Azcapotzalco, resume: tres casas clausuradas por falta de licencia de establecimiento mercantil y para la venta de alcohol, carencia de programa de protección civil y uso de suelo irregular.
Un vecino prefiere no dar detalles de cómo era antes del operativo y se remite a decir: “Qué bueno que ya hicieron algo, pero a ver cuánto dura”.





