Vida nocturna para todos
Hace 90 años, los teatros como el Xicoténcatl (mas tarde Esperanza Iris y luego Teatro de la Ciudad), se peleaban en sus carteleras la presencia de María Conesa, La Gatita Blanca, y Lupe Rivas Cacho, reinas del género de las tandas y asediadas por enamoradizos generales, senadores, diputados, diplomáticos, artistas y empresarios de la época. Desde esa trinchera le hacían frente -cobijadas por doña Esperanza Iris- a la competencia con sus elencos de opereta actuando en el teatro Principal y el Ideal. La carne exigía su espacio. El retozo discreto y costoso de la burguesía y el desfogue de los de a pie de los barrios. La casa de La Bandida, Graciela Olmos, era entonces refugio de militares, políticos, artistas y algunos intelectuales. Personajes como Álvaro Carrillo, Juan Neri, Pepe Jara, Marco Antonio Muñiz, Héctor González, Delfino Ordaz, se cobijaron en ese sitio durante mas de cuarenta años. Para el pueblo En el lado oculto de la luna estaban los rincones para los de abajo. Cantinas, pulquerías, tinacales y centros de salud para el pueblo, crecieron como hongos en la periferia de la ciudad y en el centro. La Chiripa lucía en sus anaqueles y barras de madera y concreto todo lo que el bebedor de pulque, neutle y curados debía saber y usar. Tornillos (vasos delgados labrados en forma de rosca para un medio litro), cacarizas (jarras de cristal de un litro), chivatos (tarros de un cuarto de litro), catrinas (jarras lisas para un litro), jícaras (de un litro, medio y un cuarto de litro), violas (jarras largas de medio litro), tripas (vasos altos y delgados de medio litro). Los intelectuales -en especial los izquierdosos- tenían su templo del saber beber: La Rosita, pulquería ubicada en Coyoacán, en Londres y Aguayo. En 1943 Frida Kahlo era maestra de pintura en la escuela La Esmeralda. La Rosita era administrada por un amigo suyo, quien accedió a que los alumnos de Frida plasmaran en la fachada un mural. Antes de hacerlo, cubrieron con pulque la fachada a manera de experimento y para que el mural fuera aún más especial. Los rostros de Diego Rivera, de Frida, de la poetisa Pita Amor, Salvador Novo y Carlos Pellicer quedaron en un fresco que duró poco tiempo sobre el yeso de la pulcata. Noche de reinas Los 40 y 50, años dorados de la música, la radio y el cine, fueron quizá la etapa más intensa de la vida nocturna en el Distrito Federal. Pedro Vargas, Toña La Negra, Consuelo Velásquez, Teté Cuevas, Agustín Lara, Pepe Jara, Marco Antonio Muñiz, Los Panchos, María Victoria, Los Dandys, Pérez Prado, Antonio Badú, Amparo Montes. Por San Juan de Letrán hacia Bellas Artes, antes de Garibaldi, se llegaba hasta el corazón de la madrugada, en Juárez y Balderas, al Capri. Más adelantito, sobre el asfalto iluminado por los autos y las marquesinas, estaban el Hotel Regis y El Prado, epicentros obligatorios para los hombres y mujeres de la farándula, las letras, la política, el arte y... el simple chisme. Las noches y madrugadas no se agotaban en Juárez y Balderas o la Plaza Garibaldi y su Tenampa. La avasalladora vida nocturna de la capital se expandía a la velocidad dictada por el cine y sus estrellas, sus ídolos rancheros, de barriada, de smoking y lentejuela. Las rumberas, sus orquestas y bailes ocuparon un tercio de la noche. Desde la cubanísima Sonora Matancera y su chamaca canta, Celia Cruz, hasta las voces de alma y el sabor de antillanos como Benny Moré, Miguelito Valdés, Celio González, Daniel Santos y el Cara de Foca, Dámaso Pérez Prado. Virginia López, María Luisa Landín, Edie Gormé, Enrique Cáceres y Fernando Fernández cerraban la pinza de la oferta y la demanda nocturnas. A la música se sumaba también la acrobacia de Los Kaluris, la magia de Fumanchú, el sketch político y recalcitrante de Jesús Martínez, Palillo, la imitación de Los Fonomímicos, la habilidad de Tilín, "el fotógrafo de la voz", y la improvisación de Clavillazo, de Tin Tan y de Paco Miller y su muñeco Don Roque, que con un "le parto la cara a cualquiera" repartía justicia en la carpa. El Teatro Blanquita, el Politeama, el Tívoli, el Bombay, el Salón México, el Molino Rojo, el Aristos, el Prado Floresta y el San Luis no se daban abasto Pero qué bonito y sabroso El espacio era amplio y generoso. Daba para todos los gustos y entre ellos el baile dominaba por democrático, popular y barato. Desde los años treintas y durante la siguiente década, el danzón, el chá chá chá y el mambo llenaron una buena parte de las ansias de la masa trabajadora. Era, la era de la rumbera. El Olimpo de aquellas diosas tenía templos para Yolanda Montes, Tongolele (debutó en 1947 en el teatro Tívoli); Rosita Fornés (vedette cubana que debutó en México en el cabaret Montmartre); Amalia Aguilar, "el torbellino del Caribe" (debutó en México en 1944, en el Teatro Lírico); y Ninón Sevilla (Neé Emilia Pérez Castellanos, venida desde La Habana en 1946). En los 50, las grandes orquestas llenaban los salones y ensanchaban las opciones de una diversión todavía accesible. El costo del boleto era el límite. De 10 a 25 pesos y con derecho a dos o tres aguas frescas y servicio de guardarropa. De la colonia Obrera a la Condesa, de la Condesa a la Roma y luego al sur hasta Universidad, San Ángel, la Del Valle y la Narvarte, para caerle al Salón Riviera. Las venas de la ciudad latían con Enrique Jorrín y su explosivo chá chá chá, eterna rival de Acerina y su danzonera. Allá por la colonia Huasteca (hoy Anzures), entre la Anáhuac y Polanco, estaba el salón de la DM Nacional, hecho para el encuentro semanal sobre la pista de baile, de Pablo Beltrán Ruiz y Carlos Campos con el respetable. Noches de encuentros, revelaciones y romances. El círculo de la diversión y el retozo se fue cerrando en los cincuentas gracias a la mano dura del regente Ernesto Uruchurtu, enemigo de destrampe y la juerga. In a gadda da vida El final de los cincuentas y principio de los sesentas dio paso a la banda, a la chaviza, a la generación de la Onda, del aliviane y el fresísima Amor y Paz, brother. La Zona Rosa apareció como refugio de intelectuales, turistas, actores y e inversionistas que conformaron el jet set mexicano en un ir y venir del Rana Bar al Kineret, del Kineret al Bulldog, de ahí al Sanborns y luego a las Yardas, en Hamburgo y Niza. Los semiclandestinos hoyos fonky eran las ermitas para degustar la poesía de Kerouac, la hierba de Petatlán, los hongos de Maria Sabina, el ácido y las delicias de la revolución sexual hippiteca. En General Primm estaba el Café Amor. En Taxqueña, menos escondido, el Grand Forum, de ingratos recuerdos para el rey lagarto, Morrison, y sus Doors. El rocanrol se volvió rock y se bifurcó en comercial y contestatario. La masa pudiente volvió al Blanquita, al Prado Floresta, al Patio, al Continental, al Country Club, para ver a Enrique Guzmán, a Angélica María, a los hermanos Carrión, a los Teen Tops, a los Rebeldes del Rock, a los Locos del Ritmo, a Alberto Vázquez. En 1971, la banda iniciaba el viaje al reventón setentero en Avándaro, replicando al Woodstock gringo de Nueva York. Las tocadas se abrieron paso a cuentagotas, a contracorriente de la persecución policial y el escarnio de padres y abuelos. Sobreviviré El final de los setentas le dio paso a la época Disco, al surgimiento de los antros clase media y media alta. En la Zona Dorada y la Zona Azul de Satélite, El Castillo del Yorsi era infaltable en las agendas de fin de semana de la gente bonita. El ¡fuego en la pista! era atizado por el cine de Travolta y sus clones sabatinos Fito Girón y Chela Braniff. El Hustle, El Bump, El Energy, El Funk y El Roller Boogie sacudían discotecas como La Tortuga (Satélite), La Jirafa (Satélite), La Boom (en El Toreo), Caribbean (Insurgentes Sur), Times (San Ángel), Lady Times (San Ángel) y el Magic Circus. Para los menos pudientes, para los chavos del centro y la periferia quedaba la naciente opción de las tocadas con los sonidos Vogar, Marlboro, Destiny, Warrior, Cóndor, y el boom de los DJ´s. Historia aparte fue lo sucedido con el prometedor Conjunto Marraquesh, construido sobre la calle de Florencia, en la Zona Rosa, y que albergaba las discotecas Valentinos y Aladino. Un sector muy especial de la clase política mexicana se daba cita en el Marraquesh, que nació, vivió y murió junto con la era Disco. Mesa que más aplauda En años 90, el salón Premier, en las inmediaciones de Ciudad Universitaria, fue un hito en la vida nocturna. Luis Miguel, Lucero, Pandora, Juan Gabriel, Rocío Durcal, Lupita D´Alessio, e innumerables cantantes e ilusionistas pisaron sus escenarios en un despliegue de recursos que llevaron el lugar la quiebra años después. En los últimos seis años, la vida nocturna del Distrito federal ha cambiado con giros inesperados. Los table-dance vivieron su apogeo y decadencia, y casi se extinguieron en el centro de la capital. Emigraron a la periferia, sobre todo en Nezahualcóyotl, ante la presión de las autoridades, el alud de requisitos para abrir y mantener ese tipo de negocios, la corrupción de los inspectores, la inseguridad urbana y la reducción de horarios de funcionamiento. Colonias como la Condesa, la Roma, Del Valle, Polanco y Coyoacán vieron un inusitado auge de restaurantes-bar en los que se puede escuchar música y beber y cenar hasta la una o dos de la madrugada. El esparcimiento y reventón en el Distrito Federal están marcados desde hace cinco o seis años por los conciertos masivos, las presentaciones de grupos de rock, de baladistas, raperos y hip-hoperos en el Auditorio Nacional, el Foro Sol o el Teatro Metropolitan o el Estadio Azteca. El reventón añejo era incansable y no tenía, como ahora, la grave limitante de la seguridad y el nervio de vagar la noche con temor, pegaditos a la pared, flojitos y cooperando. A todo esto se añaden la irrupción del narcomenudeo y el crecimiento del secuestro (express y extorsivo), como factores que desalientan la vida nocturna en la ciudad.





