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El mayor asaltante bancario

Carlos Monsiváis| El Universal
Viernes 15 de julio de 2005

El grupo de Alfredo Ríos Galeana no discrimina. Al hospital de Cardiología le roban 20 millones. También a la delegación de Tlalpan, a Sumesa, a la SAHOP, a empresas harineras, a varias Conasupos, a instituciones oficiales, a casashabitación. La logística es cuidadosa y todo se vigila escrupulosamente, en especial las rutas de fuga. Han comprado casas, más de 20, en colonias populares o en zonas residenciales como el club de golf de Acozac. Poseen automóviles de lujo (Montecarlos, Mustangs), y un repertorio de disfraces: uniformes de policía, pasamontañas, lentes, pelucas, gorras, bigotes, maquillaje.

A Ríos se le acusa de asociación delictuosa, robo, daño en propiedad ajena, homicidio, disparo de armas de fuego, acopio de armas, robo de armas a la nación, lesiones y evasión de reos.

Nerviosa, la procuradora del DF Victoria Adato de Ibarra le presenta al enjambre de reporteros a su detenido, un hombre sonriente y cínico. Si ya en 1981 Ríos era jactancioso, en 1985 la conciencia de su celebridad lo lleva al desafío. Al fin y al cabo, él es "el enemigo público número uno", "el más buscado", "el presidente de la criminalidad": "Soy el hombre que en México y en el mundo ha cometido más asaltos bancarios. Soy muy inteligente y mi captura no fue por error, sino por un chivatazo de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel creo que continuaré con mis actividades delictivas...

"Asesiné a varios policías que trataron de impedir los asaltos, pero al planear las acciones nunca tuvimos intención de hacerlo. Ni modo, son cosas que ocurrieron y que ahora no puedo remediar. En los asaltos siempre actuamos con el factor sorpresa. Todos los atracos los planeábamos perfectamente, a modo de que nada saliera mal y que no pudiéramos ser capturados. Repito, mi aprehensión no fue por error, sino por un chivatazo de uno de mis compañeros.

"Soy muy inteligente, pero él (Aranda Zorrivas) lo fue más que yo, y eso hay que reconocerlo. Nadie debe pararse el cuello con mi detención; el comandante tuvo perseverancia, destejió la madeja y llegó a mí".

El lenguaje es cuidadoso, entra a saco en el vocabulario de los juzgados y de la nota roja, y acata el juridiñol. Pero aún Ríos conoce límites. No acepta muchos de los cargos delictivos, declina la responsabilidad en varios asaltos, y niega todo vínculo con la guerrilla y el narcotráfico. Lo que le interesa destacar es el sentido del honor y el mérito criminal que ha extraído del cine policiaco. Por lo menos, está al tanto de la mitología que ensalza al policía-ladrón, a los robos perfectos, a los cínicos que sonríen con generosidad, a los que respetan su propia leyenda. Ríos es y se sabe un personaje, y lo subraya a cada paso. Nada más alejado de él que la conciencia de culpa. Desde hace mucho memorizó lo esencial: sus reglas de juego se inician y se extinguen en el dinero.

"¿Que cuánto me llevé en los asaltos?... No sé, no llevo contabilidad, fue muchísimo. Con los millones ayudé a mucha gente pobre. Incluso di medio millón a través de otras personas para las víctimas de San Juan Ixhuatepec. No soy héroe ni pretendo constituirme en un Chucho el Roto , pero también traté de ayudar económicamente a las familias de los policías que maté. Desgraciadamente, nunca pude hacerlo".

No se trata de negar los hechos que construyen la imagen, y Ríos Galeana nunca lo hace. Declararse inocente sería, además de inútil, indigno. Él asume las causas de su fama. Con avidez, Ríos pregona su implacabilidad, su astucia, su sangre fría, su deseo de proseguir.



Los asesinatos que no conmueven

Ríos Galeana, por su forma de actuar, por el daño que le hizo a la sociedad, por su desfachatez, su burla de la policía, su egocentrismo y deseo de publicidad parece un demente, y sería conveniente un examen siquiátrico...

Y procede el abogado Véytez a describir la razón de la locura de Ríos: "Porque con el dinero ya tenía, y el armamento que poseía, pudo haberse ido a vivir tranquilamente a Chile, como lo hizo un defraudador de Pemex, a disfrutar su fortuna. Por eso considero que debe estar tocado , porque seguía asaltando".

¿Para qué robar cuando ya se puede ser columna de la sociedad? En febrero de 1986, el diagnóstico sobre Ríos en el reclusorio es casi luminoso: "Existen datos sicológicos y sociales que lo hacen proclive a la transgresión de la norma social". En verdad os digo... Pero Ríos no se siente fuera, sino dentro de la norma. Por lo menos, dentro de la única moral que ha conocido. Por eso declama complacido su filosofía de la vida: "No me siento orgulloso de lo que hice; sin embargo puedo decir que nunca me arrepentiré de mis acciones; viví bien, me gusta el dinero, pasearme y convivir con mujeres, me divertí todo cuanto quise y pude, visité todos los estados de la República, disfruté de los mejores vinos, mujeres y alimentos. Y todo esto lo podía lograr con robos".

El hedonismo en la punta del revólver. ¿Hasta qué punto Ríos Galeana se cree distinto de sus correspondientes dentro y fuera de la policía? Quizás se siente mejor y más vulnerable, pero en lo fundamental no tiene por qué distanciarse. Debido a eso jamás se acerca a la contrición: "Desgraciadamente los policías (muertos) se cruzaron en mi camino. Frustraban asaltos, oponían resistencia, Eran ellos o yo".

¿Cuántos policías han sido asesinados en asaltos bancarios? ¿Y qué explica la indiferencia abrumadora hacia esas víctimas que a su modo y frontalmente representan una defensa de los valores que la sociedad dice profesar? A los policías muertos, medallas póstumas, pensiones a las viudas y olvido instantáneo. No existieron, no son la policía a considerar, mientras que Durazo, Sahagún Baca y Ríos Galeana configuran en el espacio público la esencia de la corporación. Al creer fatal la conducta delictiva de toda la policía, la sociedad, y de hecho los dirigentes del gobierno, se marginan de cualquier intento de cambio, y facilitan las respuestas todavía más violentas o virulentas. Tal es el contexto inequívoco de las declaraciones del jefe policiaco José Domingo Ramírez Garrido Abreu a los comisionados del Senado: "Estamos haciendo una cosa muy interesante: policía que mate a un delincuente, le damos una condecoración al valor policial y un hermoso cheque de 100 mil pesos. No estamos pagando como allá en el oeste de "se busca, recompensa", no, sino simplemente los estamos premiando y sólo que junto con la condecoración está autorizado un cheque por 100 mil pesos. Esto lo hacemos con el objeto de que los muchachos pues se lancen a matar delincuentes, y por otro lado estamos pidiendo que haya una modificación en el manejo de la justicia. Porque resulta que muchos de ellos, los que se quedan en la cárcel son nuestros muchachos. ¿Y qué pasa con los delincuentes? Tienen sus abogados, manejan dinero por aquí abajo, cosa que no podemos hacer nosotros, y a la mera hora nuestros muchachos matan a un delincuente, son en esos momentos detenidos por homicidio, abuso de autoridad, etcétera (La Jornada , 4 de diciembre de 1986)".



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