Entre La Biblia y a sangre fría: Orlando Magaña
Después de que lo arrestaron, acusado de asesinar sin pudor alguno a toda la familia Narezo Loyola, Orlando Magaña Dorantes empezó a leer La Biblia. En la zona 3, estancia 13, del Reclusorio Oriente, Orlando repasa cada uno de los poco más de 30 mil versículos, como si quisiera expiarse a sí mismo. Al verlo, uno pensaría que es de esos extremistas religiosos. Pero sus amigos no lo recuerdan así, mucho menos con un libro. Este hombre que espera la sentencia del juez 61 de lo penal, era de esos que parrandeaba en El Yuppis y en El Freedom de Insurgentes; que escandalizaba en La Vitrola; que se jactaba, junto con su inseparable Omar, de ser hijo de un judicial en las discotecas El Manicomio y El Menagge; que lucía su 9 milímetros cada vez que llegaba a recoger a su novia Diana a la Unitec, universidad en la que él también estaba inscrito, pero que por esas cosas de la diversión quedó al final de sus prioridades. Nunca con un libro bajo el brazo, y ahora lee La Biblia. Y desde hace tres días tiene otro libro: "A Sangre Fría", de Truman Capote. Lo ha escudriñado tanto que pregunta al reportero: -¿Y esto qué es? -dice con esa voz áspera, endurecida por la palabrería policiaca que ha escuchado siempre de su padre. -Es la historia de dos jóvenes que asesinaron a toda una familia. La prensa ha relacionado tu caso con este libro. -Mmm, pues no me gusta hablar de eso. Mucho menos con extraños. No te conozco -y, desnudo, se reincorpora del camastro de su celda, el cual tiene la apariencia de una capilla: colgando de una de las paredes está la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Y en la otra, el Cristo vapuleado y crucificado. Y tiene razón: no habla. "Bien" dijo su abogado Roberto Rivera, "si quieres entrevistar a Orlando, afloja 250 mil pesos y te lo pongo en suerte. Y apúrale, porque muchos quieren la exclusiva". Ya habrá otros que negocien con el defensor. A uno sólo le resta aprovechar la oportunidad de llegar a su celda y verlo, eso sí, con ese su rostro que irradia desprecio. -¿Oye, Orlando, conoces a "El Mofles", a "El Cindy", y a "El Chuchín"? Ellos dicen que son tus amigos y nos hablaron de ti. -Casi no los conozco, casi no- responde Orlando quien está obsesionado por identificar al reportero que lo ha importunado. -¿Y a Omar Olivos, lo conoces? -A él sí, es mi amigo, mi cuate. ¿Pero quién eres tú, güey? No te conozco y ya no quiero hablar más contigo. Orlando en realidad no quiere hablar. Y se vuelve a tumbar al camastro. "A Sangre Fría" no le es indiferente. Lo observa. Lee algunas líneas de la síntesis de la contra portada. "El 15 de noviembre de 1959, en Holcomb, un pequeño pueblo de Kansas, la familia Clutter apareció muerta: habían sido atados y acribillados por desconocidos. Esto sembró la paranoia en el lugar y atrajo a todos los medios de comunicación. Los asesinos serían Perry Smith y Dick Hitckock, dos sicópotas que finalmente fueron capturados y condenados a la pena de muerte". Quizá porque los Narezo Loyola fueron asesinados también un 15 de noviembre y con la misma brutalidad que los Clutter, es que Orlando voltea y dice: -Quizá después de leer el libro hablemos, gracias. Vecinos de la colonia Toriello Guerra recuerdan que a principios de los 90, la familia Magaña llegó a la casa 178 de la calle Cuitláhuac, en Tlalpan. A la edad de siete años Orlando, según algunos de sus profesores, reprobó el segundo grado y concluyó la primaria con promedio bajo. Eso provocó que fuera inscrito a una escuela militarizada, donde le saltó la idea de estar siempre del lado de los "buenos" para combatir a los "malos". Soñó con convertirse en judicial federal al igual que Jorge (su padre), Pedro y Gerardo (sus tíos), vestir como ellos: chamarra y gorra con emblemas de esa corporación, botas vaqueras, pistola al cinto adornado con una hebilla repujada en plata. Entrenó tae kwan do durante 12 años en un gimnasio de la avenida San Fernando, pero a decir de sus conocidos, nunca fue destacado en la escuela, y faltaba frecuentemente, lo mismo a la secundaria que a la escuela preparatoria. "El Mofles" y "El Cindy" son buscados por la Procuraduría capitalina, por estar vinculados con diversos delitos, entre ellos, el robo de autos. A "El Chuchín" las autoridades no han podido comprobarle nada, pero lo tienen ubicado. Para los vecinos de la calle Froylán Manjarrez, en la colonia Constitución de 1917 de Iztapalapa, era común ver a Orlando y "sus cuates" sin hacer nada. A diario vagaban en la tienda de don Pedro, en contraesquina de la calle Froylán Manjarrez, donde jugar maquinitas, beber cerveza y alcohol así como echar "desmadre" eran sus principales actividades. Omar estudia Derecho en el plantel de Ermita y cada que Orlando iba por él a la escuela le decía que entrara. Fue tanta su insistencia que logró convencerlo, pero los resultados no fueron buenos. En los archivos de la Unitec se tiene el reporte de que en enero de 1999 Orlando se inscribió; sin embargo, nunca fue a clases, nunca entregó la documentación oficial para que se acreditará como alumno, lo único que hizo fue pagar la inscripción, y aún adeuda 10 mil 127 pesos y seis materias que nunca cursó. De acuerdo con el testimonio de Omar, en poder de la PGJDF, Orlando llegaba por Diana, una joven rubia a bordo de su Ford Escort 1999 color guinda. Iba a la escuela siempre armado "por si se ofrecía algo". Su novia fue una destacada estudiante que además de cumplir con sus tareas escolares, encontró un empleo, en el que ponía a prueba sus conocimientos como abogada. El amor entre Orlando y Diana no termina. Ella aún lo visita en la cárcel. La amistad entre ambos se fue perdiendo y Orlando se fue alejando y guardando resentimiento por no poder hacer de su vida algo productivo. Él acompañó al padre y los tíos de Orlando en varias ocasiones, a los operativos que les encomendaban en todo el país. El ex federal recuerda que cuando había un enfrentamiento entre narcotraficantes, los Magaña "nunca se abrían de huevos" y con sus R-15 se disputaban el todo por el todo, pues la lucha era para sobrevivir. Dice que Pedro, uno de los tíos, es primer comandante de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) en Hidalgo; Gerardo es segundo comandante en San Luis Potosí y Jorge, el papá, no está en activo por no haber aprobado un antidoping. "Siempre le dieron duro al narcotráfico; son cabrones y no se rajan, ni les tiembla la mano para capturar a un delincuente". Podía levantar del abandono o del descuido lo mismo un Alfa Romeo que un Mercedes Benz 300 SL "Alas de Gaviota" o un oxidado Jaguar. Fue un hombre, que con 50 años, 30 se los dedicó al arte de reparar los automóviles que llegaban a su taller ubicado en la calle Extremadura, en la Insurgentes Mixcoac. Varios de sus trabajos fueron expuestos en el Museo del Automóvil. Su esposa Diana, quien tenía 46 años, trabajaba como maestra de inglés en una escuela privada de Tlalpan. Eran de los que acostumbran poner a los hijos el nombre de los padres: Ricardo, de 20, Andrea de 13 y Diana de 10, conformaban la familia. Las entradas económicas de los Narezo les permitían contar con el servicio de dos empleadas domésticas: Margarita, de 25, y Cecilia, de 17; una para la cocina y la otra para la limpieza. Orlando y su cómplice se perdieron en la ciudad y por la tarde, cerca de las 14:00 horas, se reunieron en la tienda de don Pedro para tomar cervezas. Bajo los efectos del alcohol, Orlando tomó la decisión de ir a robar a la casa de sus vecinos, porque sabía que el trabajo que desarrollaba don Ricardo Narezo le dejaba ganancias que rebasaban los cien mil pesos por auto. Vino la tarde, el reloj marcaba las 17:00 horas, Orlando y su cómplice ya borrachos se obsesionaron con la idea de tener dinero e irse lejos. Tocaron el timbre de la calle 186 de Cuitlahuác y una de las sirvientas lo reconoce: es el joven de la casa 178. Abrió la puerta y entraron. Amarraron con cinta canela a la señora Diana, a su hija que llevaba el mismo nombre y a las dos empleadas domésticas. La declaración del único sobreviviente de los hechos, Juan Pablo Quintana, es de terror. Esa tarde el señor Narezo, su hijo Ricardo y Juan Pablo, amigo de su hijo, salieron del autodromo Hermanos Rodríguez. Comieron en la Fonda 99 de la calle Moras, en la Del Valle. Ahí, se despidieron y mientras don Ricardo fue a su taller a entregar un auto, ellos se enfilaron a casa de los Narezo en un Jetta. Al entrar a su casa, Ricardo se sorprendió y discutió con Magaña: "qué haces aquí Orlando, por qué tienes amarradas a mi mamá y mi hermana". El hijo del judicial contestó: "No la hagan de pedo cabrón y muévete que también te voy amarrar a ti y a Juan Pablo". Las dos muchachas de servicio se hallaban en el piso recostadas de lado amarradas de pies y manos. Magaña y su cómplice llevaron a sus víctimas a la recámara principal que se ubica en la primera planta de la casa. Orlando pidió los papeles del Jetta, pero no los consiguió. Decidió entonces esperar a que regresará don Ricardo. Medio hora después el padre de familia entró a su casa y de inmediato fue amagado; sus captores cortaron los cortineros para atarlo. La televisión estaba a todo volumen. Orlando insistió en que si le entregaban los papeles del Jetta y dinero, él se iba. Los papeles fueron arrojados sobre la cama y Orlando obligó a don Ricardo a que firmará la factura. Las cosas se complicaron cuando Orlando preguntó por Andrea, la otra hija. "No está, fue a una fiesta con una amiga", contestó la señora Diana. Eso lo enloqueció y entonces desató a Ricardo hijo para tomar tres tarjetas de crédito y emprender el camino en busca de la niña. "No hagas nada cabrón porque si no, tu familia se muere", dijo Orlando a su joven víctima. En la casa, la familia trataba de convencer al cómplice de Magaña de que abortara el plan. Él no supo qué hacer. Todo estaba fuera de control y con el arma de Orlando los amenazaba. Al regresar, Orlando ató a Andrea y a Ricardo hijo. Después platicaron los dos delincuentes: "qué hacemos con ellos, qué hacemos, nos conocen, qué hacemos". El perro labrador de la familia no dejaba de ladrar. Orlando iba de un lado a otro pensando qué hacer. Las niñas gritaban, "nosotros que les hicimos, ya lárguense". "No hay otra opción", dijo Orlando a su cómplice, "uno por uno hay que llevarlos arriba". Magaña, de 1.78 de estatura, subió a don Ricardo primero y a los pocos minutos bajó desesperado. En su declaración comentó que el señor se estaba poniendo loco. Subió nuevamente y en la habitación encontró un bate de beisbol, se escuchó una discusión y de pronto le dio un golpe certero al señor Narezo en el costado derecho, uno más, otro, otro hasta que terminó con su vida. La sangre salpicó las paredes y corrió por el suelo, pero Orlando tuvo cuidado de no pisarla. Luego bajó por la señora Diana, luego Ricardo, siguieron las niñas y terminó con las dos muchachas de servicio. Pero sin darse cuenta Orlando pisó la sangre con sus tenis Nike y dejó una huella en la cama. Del arma de Orlando salieron tres tiros, el que quitó la vida a la señora Diana, a Ricardo hijo y uno más para Juan Pablo Quintana. A sus demás testigos los eliminó con un cuchillo que encontró en la cocina. Manchado de sangre, bajó por su última víctima: Juan Pablo Quintana. Su cómplice gritó, "¡no, ya a la chingada!" y con un cojín en la mano izquierda Orlando tapó el rostro a su víctima y con el arma en la mano derecha, dijo, "ya Juan Pablo voltéate" y un último disparo se escuchó... El robo terminó, siete personas sin vida y un herido el saldo. A las 23:52 horas, telefoneó a su tía Elizabeth Magaña. La llamada duró sólo tres minutos. El reloj marcaba las 23:58 horas y Orlando hablaba a la casa de su novia Diana: "Me disgusté con mi papá y me voy de mi casa, voy a quedarme en un hotel". Estas tres comunicaciones bastaron para que agentes de la Procuraduría capitalina dieran con él. A primera hora del 16 de noviembre del 2002, Orlando y su cómplice salieron a bordo del Jetta con celular y las tres tarjetas de crédito. Orlando, según las primeras investigaciones , abandonó a su cómplice en Periférico a la altura de Cuemanco. Pasó la noche en un hotel de paso de la calzada de Tlalpan. Al siguiente día, le habló a su novia para citarla en Plaza Oriente, donde la chica compró dos celulares. Tomó uno para ella y el otro para su novio, aunque las averiguaciones señalan que ella se va "porque no lo quiere ver más". Más tarde, ya con celular nuevo, Orlando decide ir a Iztapalapa por su amigo "El Chuchín" y comprar tres botellas Azteca de Oro y de ahí a la avenida López Mateos en Neza, donde contrató mariachis y los llevó a Paseos de Churubusco, a casa de Diana. Con la serenata se reconciliaron y pasaron unas horas en el hotel de Tlalpan, donde dejó más huellas de su crimen con sus tenis Nike. Reconciliados, el domingo 17 de noviembre viajaron a Tequesquitengo. Por la tarde regresaron al DF; él la dejó en Paseos de Churubusco y el Jetta lo llevó al estacionamiento de un centro comercial y pasó la noche en el hotel Apatlaco. De ahí la huida. De Veracruz a Chachalacas, a Tapachula, para terminar en un hotel en Guatemala. Las llamadas a su familia son constantes y piezas importantes para que den con él. Su padre envió el 19 de noviembre una carta al procurador Bernardo Bátiz, sin saber siquiera que con ello confirmaba los datos de los detectives, de que su hijo era responsable en la muerte de la familia Narezo Loyola y dos empleadas domésticas. En el hospital, Juan Pablo Quintana, con mucho esfuerzo desliza el lapicero sobre el papel y escribe "Orlando Magaña". El cerco se fue cerrando y sin más escapatoria Orlando es detenido el 30 de noviembre, mientras caminaba hacia la casa de sus abuelos en Iztapalapa Orlando, quien siempre anheló convertirse en policía judicial, tendrá en su recuerdo aquella llamada, donde uno de sus familiares le dijo: "Ya nos diste en la madre Orlando, a tu papá y a tus tíos".
Una infancia común
De tres hermanos, él es el único hombre y el mayor; le siguen Brenda y Gina.
La vida cambió
En Iztapalapa, donde nació, Orlando fincó los cimientos de su actividad delictiva, pues a pesar de que en la zona de Tlalpan ya llevaba 12 años viviendo, nunca dejó de ver a "El Mofles", "El Cindy" y "El Chuchín", quienes lo acompañaban a extorsionar a los dueños de las tienditas de droga.
La universidad
Omar Olivos, su más cercano amigo, fue quien lo convenció de que entrara a estudiar a la Universidad Tecnológica (Unitec) para que hiciera de su vida algo productivo.
La envidia
Su amigo Omar logró lo que él nunca pudo. El amigo ingresó en enero de 2001 a la PGR a tomar un curso como agente federal de investigación, eso le dolió mucho, pues a Orlando sólo le quedó portar las chamarras y gorras de la corporación policiaca a la que pertenecían su papá y sus tíos.
Los Magaña
"Los Magaña eran cabrones; a cualquier plaza que llevaban la levantaban", platica un ex agente federal que prefiere el anonimato.
Los Narezo
El señor Ricardo Narezo vivía para el pasado. Sentía un especial delirio por los clásicos, por devolverles lo que habían perdido. Recuperar la elegancia era su fuerte. Como restaurador de autos de colección, era bueno como pocos.
El día fatal
Quizá doña Emelia, una vecina, fue la única persona que vio ese día a Orlando Magaña y a Jorge Esteva (o Esteban) platicar en la esquina de las calles de Tlamixcle y Cuitláhuac en la colonia Toriello Guerra.
La huida y la captura
Eran las 23:24 horas. Orlando tomó el celular de la señora Diana y se comunicó a la casa de su tía Alejandra Magaña; le contestaron brevemente.
Un año después
En su pequeña estancia Orlando espera su sentencia. Su principal confidente es un celador que apodan "El Chocolate", quien lo describe como un joven de pocas palabras.





