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La rebelión de las pelonas

Homero Bazán Longi| El Universal
Jueves 30 de agosto de 2001
La nueva moda de lucir el cabello corto adoptada por las mujeres fue castigada por estudiantes hombres cortándoles el pelo con tijeras de jardinero

La cosa estaba del cocol, por toda la ciudad se escuchaban las quejas y las habladurías acerca de esa nueva moda femenina de lucir el cabello corto y relamido, sin tomar en cuenta los gustos de pretendientes, novios y maridos.

A mediados del siglo XX, algunos periódicos documentaron como en el Centro, los alumnos de una famosa preparatoria llevaron la venganza a la práctica, ¿el objetivo? Dar un escarmiento a aquellas mujeres que no tenían respeto por su femineidad y de paso meter miedo a las aspirantes a pelonas.

La práctica tan difundida en esos tiempos consistía en esperar en los alrededores de la escuela a alguna chamacona recién salida del salón de belleza y que luciera un peinado muy por encima de los hombros. Era entonces cuando un grupo de estudiantes aparecía de alguna parte cargando una silla y exhibiendo tremendos tijerones, de esos que usan los jardineros para cortar el pasto.

Lo que sucedía a continuación, aunque parezca una de tantas anécdotas narradas por los abuelos, realmente ocurrió en más de una docena de ocasiones. Mientras la muchacha lanzaba gritos de auxilio, aquellos la sentaban en la silla y bien sujeta de brazos, pies y cabeza, procedían a darle el mismo aspecto que si un burro se hubiese cruzado en su camino, o como dirían después los cronistas más amables y admiradores de Hemingway igual al de esa rapadita de la novela "por quien doblan las campanas".

Todas las veces que esos salvajes rapes tuvieron lugar, los chamacos gandallas solían entonar una canción que en muy poco tiempo se popularizó en la radio. El sonsonete de su letra decía así: "Se acabaron las pelonas, se acabó la presunción... la que quiera ser pelona pagará contribución". Y por supuesto esta última palabra se traducía en cabellos cortados y el llanto lastimero de la afectada, quien ni tarda ni perezosa corría a la estación de policía a quejarse del ataque; todo mientras las risitas burlonas de los tamarindos y de algún reporterillo de guardia, le echaban en cara su nuevo aspecto de cabeza de rodilla chayotera.

-Y ¿qué quiere exactamente que hagamos señorita?

-¿Cómo que qué? Agarrar a esos mozalbetes infames y enchironarlos ¡mire nomás! quedé como monje franciscano, nadie se va a fijar en mí... me voy a quedar para vestir santos.

-¡Ejem! Pos yo soy soltero señorita... y no es por darme a desear pero ¡ejem! nunca me han importado unos cuantos pelos de menos.

Sin embargo, la mayoría de las féminas no se amedrentaron y continuaron adelante con su "rebelión pelona". Ni compungidas ni asustadas acudían a cortarse el cabello al estilo de la diva del momento y hasta llevaban sus recortes de revistas para que no hubiera pierde.

Pero el hecho que terminó por escandalizar a los detractores, fue cuando algunas mujeres decidieron romper con los tabúes y se atrevieron a profanar el mismísimo territorio de los peluqueros, de esos que durante años habían inmortalizado el casquete "a la charro" y el corte "a la basinica". Aunque al principio muchos de ellos se negaron a atenderlas, con el tiempo recapacitaron y se dieron cuenta que el verdadero billete se encontraba en la "estética unisex". Lo malo es que eso terminó también con muchos de los clubes masculinos de peluquería, lugares donde un manojo de fulanos se juntaban a chismear peor que las lavanderas, sobre coches, política y futbol... con semejantes burradas ¡luego por qué nos comen el mandado! hgibranmx@yahoo.com



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