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Radiotécnicos, presas de la tecnología barata

VÍCTOR ADRIÁN ESPINOSA| El Universal
Sábado 27 de octubre de 2012

José Alvarado y David Castillo predicen que se irán en silencio. Estos amigos, colegas y radiotécnicos desde hace más de 20 años creen que el final de su oficio en el Distrito Federal está próximo, en menos de una década Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Cuando se les preguntan los motivos, lamentan que en sus talleres reciben dos o tres equipos para reparación al día, mientras que en los años 80 y 90 atendían hasta cinco aparatos diarios Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Actualmente, dicen, las ganancias al mes a veces no superan los dos mil pesos Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Dueños de talleres radiotécnicos estiman que sólo restan 100 lugares como éstos en domicilios particulares y mercados públicos de algunas delegaciones como Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc, Azcapotzalco, Iztapalapa, Venustiano Carranza y Benito Juárez Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

"Ya no hay trabajo como antes por la nueva tecnología que cada vez es más barata, más corriente. Y los almacenes que la proveen tienen sus centros técnicos donde los reparan. Frente a este panorama, nuestros talleres no resistirán más de una década", dice José Alvarado, de 56 años Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Las vitrinas de estos talleres continúan repletas de aparatos empolvados, también los pisos y rincones. Sólo que ahora en vez de televisores de bulbos y videocaseteras, predominan los DVD, hornos de microondas y, a hasta pantallas de plasma Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Radiotcnicos, presas de la tecnologa barata

TRADICIÓN. David Castillo aprendió el oficio de radiotécnico de su padre y aunque tiene su carrera como Ingeniero en Electrónica decidió dejarla de lado y montar un taller en el mercado de San Cosme en 1993. (Foto: ARIEL OJEDA )

José y David llevan más de 20 años ejerciendo el oficio que prevén dejará de existir en una década

metropoli@eluniversal.com.mx  

José Alvarado y David Castillo predicen que se irán en silencio. Estos amigos, colegas y radiotécnicos desde hace más de 20 años creen que el final de su oficio en el Distrito Federal está próximo, en menos de una década.

Cuando se les preguntan los motivos, lamentan que en sus talleres reciben dos o tres equipos para reparación al día, mientras que en los años 80 y 90 atendían hasta cinco aparatos diarios. Actualmente, dicen, las ganancias al mes a veces no superan los dos mil pesos.

Cada vez es más difícil encontrarlos en calles de la capital. Dueños de talleres radiotécnicos estiman que sólo restan 100 lugares como éstos en domicilios particulares y mercados públicos de algunas delegaciones como Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc, Azcapotzalco, Iztapalapa, Venustiano Carranza y Benito Juárez.

“Ya no hay trabajo como antes por la nueva tecnología que cada vez es más barata, más corriente. Y los almacenes que la proveen tienen sus centros técnicos donde los reparan. Frente a este panorama, nuestros talleres no resistirán más de una década”, dice José Alvarado, de 56 años, quien mantiene su local en calles de la colonia Electricistas.

Las vitrinas de estos talleres continúan repletas de aparatos empolvados, también los pisos y rincones, incluso en ciertos tramos se dificulta caminar con normalidad. Sólo que ahora en vez de televisores de bulbos y videocaseteras, predominan los DVD, hornos de microondas y hasta pantallas de plasma.

Tecnología los pone en jaque

En San Rafael, Santa María La Ribera y San Cosme, donde se localiza el taller de David, sólo hay tres radiotécnicos.

“Antes éramos como veinte y pico” de radiotécnicos, dice este hombre que estudió la carrera de Ingeniero en Electrónica, obtuvo su título universitario, que después hizo a un lado para dedicarse a este oficio y montar un taller en el mercado de San Cosme en 1993.

La progresiva desaparición de esta ocupación tiene un doble motivo, según los entrevistados: los bajos costos de los nuevos aparatos, sobre todo de fabricación china, y que se dificulta cada vez más conseguir repuestos, por lo que las reparaciones a veces llegan a costar más que comprar un equipo nuevo.

En estos talleres, hasta 300 pesos puede llegar a costar la reparación de un DVD, mientras que uno nuevo puede valer arriba de mil pesos.

Sin embargo, la reparación de una televisión de plasma puede costar hasta 90% del aparato nuevo.

“Hay algunos equipos que me los echo hasta en unas dos horas, es rápido, lo malo es que hay gente que no los recoge. Incluso yo los estoy molestando: ‘págame el taxi y yo te los llevo’”, explica David. “Se quejan de la crisis, de la situación económica, pero cuando se les descompone un aparato, lo tiran a la basura y se compran uno nuevo. ¿Pues no que están en crisis?”, añade.

“Me lo recomendaron los vecinos”

A pesar del auge del “usar y tirar”, como dicen los radiotécnicos, hay propietarios que sí gustan de invertir en la reparación. “Vengo a solicitar los servicios del señor David porque se me descompuso el microondas. Tengo 83 años y ya no puedo ir a comprar otro, me cuesta trabajo salir, caminar”, dice Juana Martínez, quien lleva 60 años de vivir en la San Rafael.

Para Enrique Vega, de 37 años, es la segunda vez que visita en este año el taller por la reparación de sus televisores. Se lo recomendaron sus vecinos de la Santa María La Ribera.

El ingeniero radiotécnico pone manos a la obra en sus locales contiguos 440 y 442 que tiene en el mercado de San Cosme, que heredó en vida de su padre, un eléctrico que comenzó a trabajar desde la mitad del siglo XX.

Mientras labora, el experto no mira el reloj; para qué, dice.

Su título no cuelga en las paredes: “Pensarían que cobro más y no”. El taller lleva por nombre “Sagitario”, en honor a uno de sus personajes favoritos de la caricatura “Los Caballeros del Zodiaco”, el cual, dice, le trajo suerte.

La primera vez que David vino aquí fue en 1982, cuando tenía 10 años: jugaba entonces con las piezas que ya no servían mientras su papá atendía a los clientes. Hoy, en ese mismo pasillo del mercado, abre su local al mediodía y lo cierra hasta pasadas las 22:00 horas. A veces lo acompañan su esposa y su hija, de apenas dos años de edad.

Cuándo se va de aquí, ¿en qué piensa?— se le pregunta, luego de escuchar que este radiotécnico apoda a su taller como su segunda casa, donde pasa más horas de su vida.

—En por qué no le atino a este aparato, en las visitas que tengo programadas en los próximos días y en que mañana vengo.

“La electrónica perfecta”

“Desde los 17 años que estoy en esto, fue mi hermano quien me inculcó en el oficio, pero él ya murió”.

El hombre que habla es José, quien visita a su amigo el día de la entrevista. Cuenta que lleva 40 años trabajando como radiotécnico, oficio en auge en los años 70, que aprendió en el Instituto Radiotécnico de México, ya desaparecido.

Pese a todo, este hombre intenta mantener con vida su taller. Aunque día a día continúa escuchando el ruego de su hijo para que abandone su trabajo y busque otro: “Me dice que me dedique a otra cosa, porque el oficio va a morir y porque me está acabando la vista”.

—¿Y qué le contesta?— pregunto

—Que no sé hacer otra cosa. Aunque si hubiera yo sabido de la situación actual, sí me hubiera preparado. Pero nunca lo pensé… —dice antes de respirar profundo.

—¿Cuánto tiempo más piensa resistir a la escasez de clientela?

—Mientras Dios me dé vida— responde tras una breve pausa. Luego, cruza los brazos y regresa el silencio.

En la radio anuncian las 13:00 horas. Ahí, frente al local 440 de este mercado, don José aprovecha para despedirse con un fuerte apretón de manos, no sin antes susurrar emocionado, con los ojos enrojecidos, llorosos: “Discúlpeme, no vaya a pensar que siempre soy así”.

Vuelve a tomar la palabra David Castillo para decir que le gusta su trabajo porque no tiene jefes; sin embargo, esa década final que predice para su oficio se debe también a la incertidumbre de que alguien, en algún lugar del mundo, invente la electrónica perfecta. “Ese día se acabó mi trabajo. Mi papá me ha insistido que si tengo un título universitario, por qué no me voy a trabajar en su comercio. Trabajo no me va a faltar con él, lo sé, sólo que ahí ya tendré que responder a un jefe: mi papá”, concluye entre risas.



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