Atrapados en la cárcel y en sus problemas mentales

FAMILIA PRESTADA. Para evitar que los enfermos mentales se sientan abandonados, las autoridades piden a los custodios que se conviertan en su visita. (Foto: ARIEL OJEDA )
“Mamá y papá murieron hace un año”, le soltó, sorpresivamente, su hermana. Y “Jimmy”, que no la había visto en más de 600 días, sintió un retortijón en el estómago y trató de mantenerse en pie. Después, se puso a llorar en el área de visitas de la cárcel.
Esa fue la última vez que el hombre de 46 años vio a un familiar. Desde hace casi dos años es la única visita que ha recibido en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), la cárcel varonil en el DF para reos con problemas psiquiátricos.
Pasó de vivir en la calle al dormitorio tres de ese penal por una doble combinación: delitos contra la salud y un diagnóstico de esquizofrenia.
“Me agarraron drogándome en la calle… dijeron que andaba vendiendo, pero no es cierto”, dice “Jimmy”, mientras su mirada perdida se eleva sobre algún muro de la cárcel. ”Me hubiera gustado despedirme de ellos”, susurra.
Por el patio del Cevarepsi, rapados y vestidos con color caqui, deambulan asesinos esquizofrénicos, violadores con trastorno de personalidad, ladrones con retraso mental, dejados a su suerte por sus familias.
“En el enfermo psiquiátrico, esa actitud (el abandono) es muy frecuente. Tenemos un alto porcentaje de interno-pacientes que la familia, aunque esté ubicada, les visita poco o los abandona”, comenta Jaime Abasolo, director del centro, perteneciente a la Subsecretaría del Sistema Penitenciario del DF.
La historia de “Jimmy” se repite en 79 de 401 internos: sin alguien que los visite, se deprimen, agreden a otros reos o amenazan con colgarse en sus dormitorios.
Ese grupo de reos abandonados, además de delirantes, comparten otras características: vienen de familias pobres y son consignados por delitos simples, como robo.
Como “Botitas”, de 18 años y diagnosticado con retraso mental, quien llegó a Cevarepsi acusado de hurtar un celular. Su única hermana, que dice vive en Tepito, nunca se aparece por ahí.
Ante esto, autoridades han creado un programa para acompañar a esos interno-pacientes, aunque sea armándoles una familia artificial. “El técnico penitenciario se convierte en la visita de ese interno abandonado. En horas de trabajo, acompañan a un interno, platican con él, lo escuchan, lo hacen sentir importante”, dice el funcionario local.
No los quieren de regreso en casa
Pero el problema del abandono no se detiene ahí, pues cuando cumplen su sentencia la ley obliga al centro a entregarlos a un familiar que se haga responsable y, en ocasiones, nadie quiere recibirlos.
“Hacemos un acta de entrega y a veces no tenemos a quién entregarla, entonces hay que buscar una institución o albergue. Y es otro esfuerzo para que los reciban”, señala el director, mientras recuerda el caso de Guadalupe, que aún le estremece.
Él era un esquizofrénico abandonado, quien había estado recluido más de 20 años en esa cárcel.
Caminaba siempre sobre la línea blanca de la cancha de basquetbol del penal y sólo hacía lo que el “Águila Real” le autorizaba.
“Nos abocamos a buscar a la familia y en ese avatar de complicaciones llegamos hasta Lagos de Moreno, Jalisco. Encontramos allá a la hermana mayor y nos dijo que Guadalupe ya estaba muerto, que lo habían enterrado”, cuenta.
Extrañados, Abasolo y su equipo insistieron que estaba vivo, pero ante su indiferencia, sólo lograron que les diera el teléfono de otra hermana en Ciudad Neza, quien después de mucho insistirle —ni había ido al funeral de su hermano— accedió a ir al Cevarepsi, convencida de que se trataba de un error.
“Ese día Guadalupe y su hermana se presentaron al área de visita y los dejamos ahí un rato. Cuando regresamos, la mujer estaba en llanto. Sí era su hermano. Sólo nos preguntó ‘entonces, ¿a quién enterró mi familia?’”, relata Jaime Abasolo y después guarda silencio.
“Así son las historias de este lugar”, dice. “Hasta entierran falsos cadáveres con tal de olvidar a su familiar enfermo”.
El Cevarepsi, la única cárcel en el DF que atiende a reos con problemas psiquiátricos, se encuentra a un costado del Reclusorio Sur.





