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El “limbo asfixiante” de los reguetoneros

Cinthya Sánchez| El Universal
Sábado 12 de marzo de 2011
El limbo asfixiante de los reguetoneros

PUNTO DE REUNIÓN. Todos los fines de semana grupos de jovencitos “asaltan” el Metro para ellos solos, pues bajan a los pasajeros para dirigirse a los antros. (Foto: TANYA GUERRERO EL UNIVERSAL )

Cientos de jóvenes emprenden todos los fines de semana una travesía frenética que incluye consumo de inhalantes, “secuestro” de vagones del Metro, bailes eróticos y uno que otro delito. Especialistas advierten que, de esta manera, buscan crearse una identidad que les abra un espacio dentro de la sociedad

Los reguetoneros se han convertido en una de las comunidades urbanas más visibles de la ciudad de México. Suelen reunirse cerca de las tres de la tarde en las estaciones del Metro y se apropian de andenes y vagones. La música con constantes referencias sexuales los acompaña durante un frenético trayecto que puede ir acompañado del consumo de inhalantes de bajo costo, como el PVC, y actividades delictivas como el robo a transeúntes y el de autopartes. La mayoría tienen entre 12 y 16 años y provienen de barrios donde la violencia se ha apoderado de calles y se ha colado a los hogares.

Es fácil reconocerlos porque visten Dolce&Gabana pirata o cualquier imitación de las marcas que portan sus cantantes favoritos. Y porque le rinden culto a San Judas Tadeo. Muchos de ellos se tatúan la imagen del santo al que visitan los días 28 de cada mes. Su baile tiene nombre propio: “perreo”, un estilo de contoneo erótico que emula el apareamiento de los canes.

El sociólogo Daniel Manchinelly, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dice que “estos jóvenes crean bandas porque al no encontrar una figura de autoridad en la familia, escuela, gobierno, iglesia, policía o alguna otra institución, caen en una especie de limbo asfixiante donde es necesario originar una identidad propia para poderse integrar a la sociedad e interactuar a su forma”.

El experto en temas relacionados con la juventud asegura que para ellos es necesario encontrarse con la mirada de alguien que sea igual que ellos. “Por eso se juntan en masa, porque necesitan pertenecer a un grupo donde cada integrante les sirva de espejo, donde compartan los mismos gustos musicales, los mismos códigos de vestimenta, las mismas drogas e incluso los mismos lazos de amistad y percepciones sobre el sexo”, dice.

Expresión de la cultura de consumo

Decenas de bandas que se autodenominan reguetoneros pasean por la ciudad todos los días. Los Warner’z rondan la estación Romero Rubio, Los Sikarios se dejan ver en Garibaldi, Estilo y Clase hacen suya la parada de Chabacano, Los Tepichulos son los dueños de la estación Hidalgo y Uvas Kangri se pasea por toda la línea B del Metro.

Durante sus recorridos dejan claro que su imagen es el sello de un colectivo urbano que busca diferenciarse de otros grupos de jóvenes. Llevan la cabeza rapada en forma de honguito, aretes brillosos, lentes oscuros, cadenas y dijes con la imagen de San Judas Tadeo, pantalones flojos y tenis Jordan. Ellas usan pantalones y tops ajustados, flecos o mechones pintados de rubio, armazón de lentes sin micas y maquillaje con mucho brillo, sobre todo en pestañas y párpados. El atuendo tiene todo que ver con el “perreo”. Las chicas deben verse bonitas y “apetecibles” para tener el privilegio de que las saquen a bailar. Las que no son elegidas para esta danza erótica pierden estatus dentro de la comunidad.

Daniel Manchinelly dice que este baile es una forma de expresión con la que ellos dicen “aquí estamos, existimos”, “así nos expresamos”. El sociólogo añade: “Estudios sociales indican que la población de clase popular suele tener una mayor soltura corporal, usan más su cuerpo para expresarse que otras clases sociales; son más libres para comer, para reír y para manifestarse sexualmente. Son menos rígidos con el cuerpo y por lo tanto un campo fértil para fenómenos como el ‘perreo’”.

Este estilo de baile, explica el investigador de la UNAM, es una expresión de la cultura del consumo, donde uno de los lemas es “gozar”. “Estos chicos encontraron en el baile una expresión corporal sin tabúes, aunque con tintes machistas, donde los hombres siguen una cultura de macho dominante aprobada y aplaudida por las mujeres de su comunidad”, dice.

Son grupos organizados

Brenda es dirigente de Los Warner’z y dice que hicieron suya la estación Romero Rubio de la línea B porque al principio se quedaban de ver debajo del reloj una docena de jóvenes, pero el grupo fue creciendo al grado que a veces llegan a ser más de 100. “Nos esperamos por una hora ahí y una vez que estamos todos completos bajamos a la gente de los vagones para subirnos y viajar casi siempre hasta la estación Múzquiz donde está el Traketeo”.

El Traketeto es uno de los antros que recibe a Los Warner’z y otras bandas de adolescentes para “perrear” y “monear”. El negocio es redondo, pues junto al Traketeo hay una tlapalería donde los chicos se surten de PVC.

“Nos dejan monear adentro. A la banda nos cobran 10 pesos, nos hacen un descuento de 5 pesos porque la entrada general cuesta 15. Hay “perreo” los jueves y viernes de 2 de la tarde a 9 de la noche y los sábados hasta las dos de la madrugada. No siempre vamos ahí, porque a veces aprovechamos cuando las casas de alguno de Los Warner’z están solas”, dice.

A Brenda aún no se le desarrollan las caderas por completo y ya provoca emociones eróticas en niños de 13 años. En pantalones blancos y entallados se agacha simulando la posición de apareamiento de los perros y se mueve a la derecha e izquierda al ritmo de reguetón. Enmarca su rostro de niña con un fleco pintado de güero lleno de gel, cubre sus ojos con un armazón sin mica y su mano abraza un pedacito de estopa mojado con PVC.

No es la única. A su alrededor otras parejas de adolescentes bailan tan eróticamente que a primera vista parecen tener un acto sexual con ropa, pero para quitársela están los baños y a veces Brenda termina en ellos teniendo sexo con alguna de sus parejas. Lleva dos de sus 14 años asistiendo a “perreos”.

No hay parejas de novios, “de cada 100 integrantes habrá unas dos o tres parejas, “, dice Brenda, pues lo importante es “perrear” con todos y tener sexo con quien te guste. Aunque hay reglas. “La chava siempre tiene que estar adelante del chavo, agacharse y moverse. Tú sientes cuando se empiezan a calentar porque te manosean o se les ‘para’, ahí cada quien decide si sigue o se cambia de pareja”, explica.

Drogas y baile

Los inhalantes los consumen todos. Sin distinción de género ni edad, en un “perreo” es habitual que tanto niñas como niños se droguen mientras bailan. Sólo PVC. No suelen consumir mariguana, ni metanfetaminas, tampoco cocaína y muchas veces prefieren la “mona” a una bebida con alcohol.

La tarea de Brenda como dirigente, además de calmar los pleitos con las otras bandas como Sikarios y Uvas Kangri, es administrar los pesos de los integrantes para comprar PVC para todos. “Desde el Metro comienza la cooperación, les pido entre tres y cinco pesos por cabeza y compro unas tres latas de PVC con eso les mojo la ‘bolita’ a todos durante toda la fiesta”, dice.

Los papás de Brenda (él comerciante y ella ama de casa) no saben que es dirigente de su grupo, tampoco que a veces le toca recoger del suelo a sus amigas cuando se pasan de droga o arreglar “los problemas” como ella llama a las peleas entre bandas o encuentros con la policía. El efecto del PVC les dura poco, por eso y sus cortas edades las fiestas duran sólo tres o cuatro horas. “Antes de regresar a casa nos bajamos los efectos con picante o leche, casi siempre llegamos a nuestras casas como si nada hubiera pasado”.



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