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25 años, 25 historias

Alejandro Suverza| El Universal
Domingo 19 de septiembre de 2010
25 aos, 25 historias

NADIE PARA CONTAR En el centro de la fotografía aparece María de Jesús y su hija Karina, entre los otros niños está Juan Alberto, ellos murieron en un edificio del multifamiliar Juárez. Como muchas familias enteras donde no quedó alguien vivo, no hay quien cuente su historia.. (Foto: )

Instantes, momentos contados desde el recuerdo de la mañana del 19 de septiembre de 1985. Una sacudida de 8.1 grados, muchas tragedias. Dolor, muerte, esperanza y nueva vida. 25 historias breves. La mayoría de la víctimas nunca había sido entrevistada

UN CORAZÓN MUTILADO

"¡Cómo voy a levantar tanta tierra... yo sola no voy a poder!", pensaba llorando. La memoria va muy atrás. La mañana del 19 de septiembre de 1985, una mujer hincada cerca del metro Hidalgo le hizo presentir algo grave. María Elena junto con su esposo Humberto regresaron, el edificio ya no estaba. En su lugar habían quedado un montón de escombros y varillas dobladas. Sus tres hijos y su sirvienta Catita no se veían por ninguna lado. Cuando ella miró el cerro de escombros se le doblaron las rodillas. Un militar intentó alejarla del lugar: "¡No me voy a mover de aquí hasta ver a mis hijos!". Desde abajo en la calle, su hija Adriana vio cómo el edificio se había desplomado junto con sus tres hermanos dormidos. Ricardo, David, Javier y Catita no aparecían. La señora Buendía pasó ocho días con sus noches en el lugar hasta que encontraron dos de sus cadáveres. Al noveno apareció el tercero. Ella no le encontró sentido a la vida, vivía en el limbo, se quería suicidar. Muchos años fue al siquiatra quien le dijo que tenía que aprender a vivir con el corazón mutilado. Los hijos del matrimonio Buendía fueron cremados. Su madre durmió abrazada a sus cenizas más de 20 años, hasta que las fue a arrojar al mar de Acapulco.

SOLIDARIDAD

EN LA DESGRACIA

Junto con otros tres vecinos, Mario y su madre son los únicos que permanecen en el edificio Nayarit. No hay luz, ni agua, huele a gas. Desde las ventanas pasan la madrugada apoyando a los rescatistas, les avientan pinzas, guantes, cubetas, trapos, pedazos de mangueras. Dos módulos del edificio Nuevo León con 12 pisos se derrumbaron. Abajo la gente llora, grita, hace silencio total para escuchar a los sobrevivientes bajo los escombros. Mario y su madre siguieron apoyando hasta el día siguiente.

CONTROL HASTA EL FIN

El profesor Enrique Gardón estaba agarrado al pizarrón. Intentaba controlar a los estudiantes para que no abandonaran el salón de clase. Segundos después ya nadie le hace caso. Todos salen corriendo por encima de las bancas. Pedro Mora es el último en abandonar el aula, a la salida ve a una estudiante con una silla en la cabeza, se la quita y sigue corriendo. Alcanza a bajar las escaleras desde el tercer piso, pero ya no lo dejan salir. Después, reacciona y regresa para sacar a todos los compañeros inmovilizados por el miedo.

REACCIÓN PATERNAL

Una hija estaba dormida, la otra se bañaba, y su esposo se alistaba para ir a trabajar.

Magdalena estaba en la cocina cuando sintió un jalón espantoso en la cabeza, como si hubiera sido un golpe. Lo primero que pensó fue que su esposo había sido el agresor. ¡Qué le pasa a este! Y pensó en responder con lo que tenía en la mano. El marido lanzó una toalla a la hija que se bañaba, y la sacó antes de que el baño se sumiera, mientras la madre jalaba a la otra niña dormida. Después, su esposo reunió a toda la familia y no dejó que nadie se saliera hasta que el terremoto pasó. Todos vivos.

AMANDITITITA PERDIÓ A SU PADRE EN LA JUÁREZ

Su padre, el músico Rockdrigo González, murió en el edificio del número 8 de la calle de Bruselas en la colonia Juárez. Ella estaba lejos: en Tampico, Tamaulipas. Dice que perder a un padre es terrible, pero que se muera y además sea famoso y todo el tiempo tener que escuchar sus canciones... La muerte de su padre rompió su vida. La hizo un ser fuerte y solitario. Definitivamente, desde el día de su muerte siempre voy a estar un poco triste...

TODOS SE SALVARON

Aún en la ciudad de la tragedia de aquel septiembre de 1985, había un hueco para la felicidad.

Ahí estaban todos en la calle descalzos, sin camisas, ni blusas, llenos de tierra, despeinados, pero contentos. Se abrazaban, lloraban y reían al mismo tiempo. El reencuentro fue emotivo. Dos de ellos, María Labra y su hijo Pedro habían logrado salir del edificio. Los otros cuatro, Raquel, Maribel, Araceli y el Pedro papá quedaron atrapados con una frase: ¡Miren hijas si Dios nos da la vida y Dios nos la quita, aquí nos quedamos! Y se quedaron abrazados mientras el edificio caía. Luego de un tiempito los fueron sacando uno por uno. Volvieron a estar juntos. María los daba por muertos hasta que escuchó sus voces bajo la tierra. María no lo podía creer. "Dios nos guardó en ese momento tan difícil. Gracias a Dios, aquí estamos vivos después de tanto tiempo".

NO LA ENCONTRARON

La mañana del terremoto, cuando no vio el edificio donde trabajaba su madre Irma María del Socorro Vargas, imaginó que había entrado a otra dimensión.

Él trabajaba como administrativo y cuando terminó de temblar fue en busca de ella. Alguien le dijo que su madre, que era administrativa en ese edificio, había quedado atrapada en el elevador. Lloró y se puso a buscar. Pasaron las horas, algo explotó. Todo se quemaba. Los bomberos llegaron. Ya nadie pudo pasar. Salió del hospital como ido y luego regresó a buscar a su madre, aunque corría el riesgo de perder el trabajo, su jefe se lo advirtió. La madre y el elevador no aparecieron. Casi 10 años después, se corrió un rumor: que mientras construían un nuevo edificio en el espacio donde había estado el de gineco obstetricia, encontraron el elevador con cinco personas adentro. No quiso averiguar.

BODA SIMBÓLICA

La noche del 12 de octubre de 1985, en la iglesia de la Sagrada Familia de la colonia Roma, un novio permanecía elegante, vestido de negro, hincado al pie del altar.

Sabía que la novia no iba a llegar, pero aún así decidió casarse con ella. El matrimonio se celebraba simbólicamente, mientras el padre ofrecía un sermón y pedía a todos orar por el descanso eterno de Elida García García, su futura esposa; quien junto con su hermana y su padre nunca fueron encontrados después de que el terremoto los sepultó bajo un edificio del eje Central. Su madre, que también se llama Elida, una asturiana de pelo cano y 85 años que buscó refugio en México tras la Guerra Civil Española, no puede detallar más, los ojos se le inundan. Es peligroso porque desde el terremoto, física y emocionalmente padece del corazón. Un clóset le salvó la vida. El conductor de un trolebús y un policía le hicieron un hoyo al mueble y por ahí la sacaron. La jalaron de los pies. Se la llevaron a la Cruz Roja, pero más tarde regresó. Le había encargado al policía que estuviera pendiente por si encontraban a su esposo o a sus hijas, pero nunca hubo noticia alguna. Los buscó durante ocho días en cada hospital de la ciudad. Hojeó los álbumes con fotos de cadáveres en una casa de la colonia Narvarte. Nunca encontraron los cuerpos. El vestido de novia de Elida lo confeccionaba la modista y las invitaciones ya se habían repartido. Por eso aquella noche del 12 de octubre una boda simbólica se celebraba.

CUATRO HORAS ETERNAS

Es perito fotógrafo en criminalística. Tiene 75 años, 15 intervenciones médicas y dos operaciones en la columna. El terremoto lo mantuvo en cama más de 300 días, 25 años después está furioso. Lo dejaron sin trabajo. Interpuso una demanda en contra del ISSSTE. La perdió.

Mario Héctor quedó atrapado bajo los escombros del edificio judicial durante cuatro horas que le parecieron 400. La mañana del 19 de septiembre, mientras elaboraba un dictamen, un compañero de trabajo se quejó del mareo: "¡Qué crudota! ¿Cuál crudota? ¡Está temblando!" Mario corrió hacia la salida, su jefe lo detuvo. Entonces se aferró a una pared que se le desmoronó entre las manos. ¡Recíbeme Señor!, gritó. Cayó hasta el fondo: oscuridad, el cráneo abierto, una pierna casi desecha, la mano derecha ensartada con una varilla. Gritos, gemidos.

Después un bloqueo cerebral, no dolor, no sed, no hambre. Ni esperanzas de que lo rescataran, intuía que había quedado hasta abajo. Le pidió a Dios morir lo más pronto posible. Alguien de afuera comenzó a hacer un hoyo, a buscar, se escucharon voces. "¡Aquí estamos! ¡Cállense. Yo soy el que va a contestar"!, dijo un jefe perito. Lo absurdo: "¿Dónde están? Alumbren con una lámpara". "¡No tenemos!". "¡Vayan por una!". -O sea sí, pero cómo-. Eran cinco los peritos criminalistas atrapados en esa área. Se escuchaba otro grupo, los de balística, eran dos. Gritos de desesperación, de impotencia, maldiciones, chingados, después padres nuestros y aves marías.

Nadie podía moverse, intentar rascar, apretaban, lastimaban al de al lado. Más chingados, maldiciones, más oraciones. Largos silencios. Conversación del grupo de balística, estaban cerca el uno del otro. Murmuraciones. Luego la voz de uno de balística: "¡Ya no soporto, pero para que no sea suicidio mejor tírame tú". "¿Ya tienes tu pistola en mi cabeza?". "¿Tú?". "También". 1, 2, 3, se oyeron dos disparos y un largo, largo silencio. Después rezos. Los rescatistas se oían cerca. Lo raro: el jefe tocaba y pedía nombre y cargo. Alguien contestó: "Yo no tengo ni nombre ni cargo, soy igual que ustedes, y si siguen este rezo van a salir de aquí". Mario Héctor dice que debió tratarse de un ángel porque nunca reconocieron la voz de quien les hablaba en esos momentos.

El perito fue rescatado y llevado al Centro Médico. En 1987 lo reinstalaron en la procuraduría. Pero una secuela de terremoto le producía pus en la columna. Siete años después un doctor le diagnosticó cáncer, perdió el trabajo y lo mandaron a su casa a "morir dignamente". Era mentira. Sigue vivo y enojado, quiere recuperar su trabajo.

FUE LA ÚNICA QUE CORRIÓ

A su hermana Catalina no le cupo el miedo en el cuerpo. Fue la única de la familia que salió corriendo en cuanto comenzó el terremoto. El resto de la familia sobrevivió bajó los escombros. A ella la aplastó una barda. Los paramédicos prohibieron ver el cadáver. La madre entró en shock, después le sobrevino la diabetes. Después del terremoto, que mató a su hermana, María del Pilar dice que ahora le da más miedo que tiemble porque tiene hijos y una nieta.

"DIOS EXISTE"

No se explica cómo fue el descenso desde el onceavo piso.

Lo que recuerda es que cuando el terremoto empezó, ella y su esposo, con la bebé en los brazos, se hincaron bajo el marco de la puerta, cerraron los ojos y rezaron. Cuando tomó conciencia sintió el hombro atorado. Había polvo, después una luz. Se veían niños con uniforme de secundaria. Miró a su esposo que enconchado protegía a la bebé: -¿Está viva? -Yo creo que sí porque mueve la boquita con el chupón. Su esposo se arrastró hacia la luz. Eva estaba atorada: -¡Llévate a la niña. Vete! -¡No. De aquí salimos los tres! La desatoró, se filtraron por el hueco. La niña Mónica hoy tiene 26 años y una bebé de meses. "Lo que nos pasó es prueba de que Dios existe", dice su madre.

NIÑO HÉROE

Se comportó como un héroe. Se encontraba sentado en el patio de la escuela. Empezó a temblar, los niños corrían aprisa para bajar las escaleras. Uno de los estudiantes se arrojó desde el tercer piso, otros más, desde el primero. Héctor estaba atónito. El edificio cayó. Se hizo de "noche", después el polvo se asentó. Un maestro salió bañado en sangre: -¡A ver tú, tú, y tú!. Héctor se metió por los huecos. Sacó a un compañero con el brazo deshecho. A otro que se había escondido bajo una mesa. Había otro más, al que sólo se le veían las piernas. -¡Ya no se puede sacar maestro, está muerto! Evacuaron a los más pequeños y a las maestras. Héctor llevó a tres compañeros a sus casas. Al final terminaría en el parque de béisbol intentando encontrar a su tía.

NADIE PARA CONTAR

En el centro de la fotografía aparece María de Jesús y su hija Karina, entre los otros niños está Juan Alberto, ellos murieron en un edificio del multifamiliar Juárez. Como muchas familias enteras donde no quedó alguien vivo, no hay quien cuente su historia.

SOLO Y SIN FAMILIA

Su madre quería ponerle el nombre de Mario, pero su padre se impuso, lo bautizó como José Gustavo. De cualquier forma, ella desde niño le llamó Mario y así quedó establecido. Mario es él único sobreviviente de un departamento que sepultó el terremoto en el multifamiliar Juárez. Ahí murieron su madre, su abuela, su tía, su hermanita y dos primitos. Se desmayó en el aire cuando el edificio se derrumbaba y cuando despertó a oscuras tenía el pie de su hermana en el estómago y tocaba la media de su madre. Ambas estaban muertas. El resto de la familia tampoco contestaba. Gritaba, lloraba, se desesperaba. Contaba los números para tranquilizarse, pero volvía a desesperarse. Estaba en calzón, sin poderse mover, sentía el cuerpo dormido. Horas después de que lo rescataron le dijeron que se había quedado sin familia.

FUE COMO UN RELÁMPAGO

Simplemente pasó. No hay culpables, ni a quién juzgar. Cuando empezó el terremoto todo el mundo salió corriendo, sus dos hijas con el bebé y su otro hijo. Sólo quedaron ahí en la oscuridad y entre muros caídos, Sofía y su nieta Viridiana. Dice que la capacidad de destrucción del terremoto la mantuvo atontada, hasta que su hijo la rescató. La jaló de la mano. Ella no quería irse del lugar. Como que presentía que su nieta estaba ahí. Su hijo Jesús se la llevó a jalones y en cuanto salieron ¡pum! La Mansión, como se le conocía a esa vecindad, desapareció de la Guerrero. La hora de la verdad les agarró en la calle: -"¿Y la niña?", le preguntó su hija. -Yo creí que tú la tenías, respondió la abuela. Sin palabras. No había nada que hacer. "Haga de cuenta que fue como un relámpago".

EN MEMORIA DE "FRENCH"

Cuando Matilde Hernández recuerda a "French", le escurren las lágrimas por debajo de los anteojos porque dice que el perrito les salvó la vida a todos.

Su esposo Guillermo y ella estaban desvelados. Poco antes de que comenzara el terremoto, "French" ladraba y rascaba la puerta hasta que despertó a su esposo. Cuando éste se levantó, el departamento comenzó a moverse. Vivían en el piso 6 del edificio. Guillermo acomodó a la familia en los marcos de las puertas. Todo tronaba, los muebles, refrigerador y estufa se salieron de su lugar. El edificio cayó de frente. Guillermo quedó de pie, parado sobre la espalda de su esposa, su nieto Juan Carlos de un año estaba ahí como si nada hubiera pasado, sobre la pared convertida ahora en piso. Toda la familia viva. El único que no salió fue "French". "Él dio la vida por nosotros", dice Matilde.

FALSA ALARMA

Apenas tenía 15 años. Salió del departamento, bajó por el elevador, dejó atrás el edificio, caminó por los pasillos de la unidad Tlatelolco y cuando estaba a punto de entrar al metro, sintió el temblor. El subterráneo dejó de funcionar. Regresó a su casa, pero al acercarse no vio completo el Nuevo León. La muchedumbre le impedía el paso. Alguien trató de detenerla. No le importó, se zafó y entre escombros, paredes caídas y escaleras quebradas, subió en busca de su familia. Su madre la alcanzó y le confirmó que todos estaban bien. A partir de ese momento tomó conciencia de lo que no había visto ni oído a su paso. Brazos y piernas sueltas entre los escombros. Paredes donde se veía que alguien había quedado aplastado. "No se veía el cuerpo, sólo la ropa, la sangre...". Miró que personas llenas de polvo con las manos aferradas a algo permanecían inmóviles, pasmadas. Escuchaba gemidos que provenían de los huecos de los escombros. Las imágenes no se han borrado.

EL HUBIERA EXISTE

Es septiembre de 2010 y la casa en el número 96 de la calle Doctor Efrén Rebolledo en la colonia Obrera está a punto de caerse. La historia que salió de aquí involucra a Faustino y a su esposa que quedaron aplastados por una barda. Su hija María de Lourdes cuenta lo extraño de la vida. Momentos en que el hubiera siempre queda adentro del alma. Cuando comenzó a temblar corrió para advertir a sus padres. Éstos salieron y al momento cayó la barda. El cuarto donde dormían quedó intacto. "Si se hubieran quedado ahí no les hubiera pasado nada", dice. Faustino estuvo en terapia intensiva más de un año, no podían decirle que su esposa había fallecido. Cuando el momento del dile tú, no mejor tú, llegó, les pidió a sus hijas que lo llevaran al camposanto para llorarle.

INSTINTO DE RESCATE

Estaba trabajando desde las seis de la mañana en las jardineras de Tlatelolco.

Cuando empezó el temblor se encontraba en la segunda sección de la unidad habitacional. Minutos después de que concluyó el terremoto, le avisaron que el edificio Nuevo León se había caído. Llegó con pico y pala a rescatar a los primero sobrevivientes.

MEMORIAS IMBORRABLES

Tenía apenas siete años. Incluso jugando, tomó el inició del terremoto. Se burló de su hermano porque se cayó. Después todo fue traumático. Los ojos de un niño vieron el terremoto así: un edificio derrumbado en la colonia Guerrero, polvo, humo, gente sangrando, corría, lloraba, con la ropa rota. Ya no entraron a su casa, le gritaron a su mamá y toda la familia se subió al Maverick del padre. Vio el hotel Regis incendiado, la antena de Televisa atravesada, el edificio de la Superleche en escombros, a Jacobo Zabludovsky, un edificio que quedó como sándwich. Se oían sirenas, tragedia por todos lados, encima del Nuevo León había una muchedumbre, costales blancos sobre la calle, que con los años, supo que eran muertos. Por la noche la familia regresó a la casa. No quisieron dormir ahí. Recogieron cobijas, comida, un televisor, durmieron en el auto. A los pocos días la familia se fue a vivir a Tampico. Luis dice que el terremoto le arrebató su infancia feliz.

RECUERDOS MÉDICOS

Había sido jefe en el edificio de médicos residentes del Hospital General y cuando ocurrió el terremoto fue llamado por un superior para identificar los cadáveres de sus compañeros.

No quiso. Pidió mejor que le dejaran asistir a los médicos heridos de gravedad. Los heridos y muertos iban llegando al área de patología. Uno de ellos estaba totalmente aplastado, pero las imágenes de terror impedían la concentración. El doctor Javier le decía a un compañero que entubaran a la víctima, hasta que otro doctor le mencionó que era inútil, que ya estaba muerto. Otro doctor sobreviviente había salido de los escombros gritando que se había salvado, poco después perdió la vida. El doctor Javier Ruiz continuó haciendo lo posible por salvar vidas.

SANTOS ÓLEOS

El padre Avelino en aquellos días era el ave de mal agüero en este hospital.

Su presencia significaba la muerte de un paciente. Por eso, cuando atrapado bajo los escombros vio su rostro, el doctor Brugada pensó que su fin había llegado. Mal pensado porque lo único que hacia el párroco era ayudar en el rescate. Brugada había descendido ocho pisos hasta que quedó en la oscuridad y el silencio total. Desesperación, pánico, gritos, llanto, alternado todo, pero poco a poco los halos de luz que comenzaron a filtrarse le significaron el rescate y le fueron llenando también poco a poco el cuerpo de esperanza. La cara del párroco significaba la vida.

"NO ERA ROSITA"

Su cuñado se salvó porque salió a calentar el coche.

También su sobrina porque esa noche se había quedado a dormir con la abuela. Pero su hermana Rosita y su otra sobrina nunca salieron. José y sus hermanos se cansaron de buscarlas. Se turnaban día y noche, hicieron base en una jardinera de Tlateolco. No las hallaron. Una semana después les entregaron un cuerpo. Él cree que no era el de Rosita. "Es algo que uno siempre guarda de una forma no conforme".

CONTACTO "TIGER"

Faltan unos minutos para la siete, camina por avenida Juárez. La bruma de la mañana es densa. Sube a la escuela.

Comienza a temblar. Mira a tres compañeras que se abrazan. Escucha un gran estruendo. Siente polvo en los pulmones. Silencio total, todo en negro intenso, luego gritos, desconciertos.

-¿Qué pasó? ¿Nos caímos nosotros?

-¡Oye "
-
Tiger", sácanos de aquí!

-¡Estoy igual que tú!

"El Tiger" queda acostado con un techo a centímetros de la cara. No lo puede ver, pero lo toca. Cerca de la pierna derecha siente a Maribel, entre las piernas al compañero Soto y pegada a la otra pierna a otra Maribel. Pasan los minutos, las horas. Nadie está seguro de lo que ocurrió. Los estudiantes están regados, enterrados, muertos y vivos por todas partes, en diferentes posiciones bajo los escombros.

-Vamos a empujar el techo con los pies. -No, se cayó la escuela -dice el "Tiger".

Quejidos, gritos, angustia. Oraciones. Pasan más horas, las cuentan porque un compañero tiene un reloj con iluminación. La compañera Mercedes Bolaños se queja de que no puede respirar.

-¡Pedroza, ayúdale a Mercedes!

-¡Está muerto, no contesta!

Más horas. Se escucha un helicóptero. El compañero del reloj ya tampoco contesta. A partir de entonces, destiempo. "El Tiger" oye ruidos, como que están cavando.

-¡Cállense! Imposible. Hablan, gritan, se desesperan, lloran, rezan. Rescatan al primero. Más desesperación.

-¡Diles que hay mucha gente aquí! Largo silencio. El letargo debajo de los escombros se hace eterno. Hace calor, huele a muerto. Más tarde alguien se acerca. "El Tiger", en una posición harto incómoda con la cabeza hacia atrás, distingue un poco de luz. Un rescatista le pasa una lámpara y un radio de comunicación. Se convierte en el contacto y por la radio intenta dar la ubicación.

-¡Oigan, no sean malos, rescátenos!

Le dicen que hay mucha gente trabajando en el rescate. Nadie se explica por qué el rescatista pudo entrar y no los pueden sacar. Los huecos se cierran a cada momento. El lugar está lleno de mangueras que oxigenan. Por la radio: -¿Quiénes están? Nombres y teléfonos para avisar a familiares.

-¡En 10 minutos nos comunicamos! Alguien se queja de que las ratas lo están mordiendo. Sus compañeros piensan que ya alucina. "El Tiger" tiene prohibido encender la linterna porque también huele a gas. La que mató al gato lo vence y la enciende, ve la tragedia en crudo: Las bancas son amortiguadores, dedos sueltos, sangre, una Maribel quedó sentada. Ya no quiere averiguar más. Perdieron la noción del tiempo aunque contradictoriamente dependen de éste para salvarse. No saben si es sábado o domingo. Por la radio le informan a "El Tiger" que un cura les dará los santos óleos. "El Tiger" y sus compañeros se confiesan, todos lloran y hablan al mismo tiempo. Las esperanzas se mueren. Abajo, por la radio, "El Tiger" escucha que se acabó la búsqueda. También escucha una voz que dice que ya no se puede hacer nada. Se lo guarda, no comenta con sus compañeros. Arriba, familiares, padres y compañeros estudiantes hacen valla para que no entren las máquinas. El techo casi le roza la nariz.

Maribel dice que ya no aguanta. Pide a "El Tiger" darle la mano. Lo aprieta, se despide. Muere. Los nombres de los que van muriendo se pasan de voz en voz. "El Tiger" cuenta más de 120 compañeros muertos. Renace la esperanza: por la radio le dicen que la única opción es sacarlos por arriba. Después vuelven a contactarlo:

-Si nos escuchan, vamos a dar tres golpes. En el último golpe "El Tiger" ve la luz. Rescatan a la otra Maribel y al compañero Soto. "El Tiger" está atorado. Hace fuerza, se mueve, le agarran un pie, luego el otro. Lo jalan. Vuelve a nacer a los 17 años.

UNA PESADILLA QUE SE HIZO REALIDAD

Se despertó abruptamente, como quien lo hace para escapar de una pesadilla.

Estaba enterrado hasta la cintura. Su cama, la de su hermana y su hermano, se desplomaron junto con el tapanco que a su vez fue tirado por el muro del vecino. Una caída consecutiva, en cadena, que sepultó a sus padres dormidos en la planta baja. Gerardo no estaba seguro si lo que vivía era un sueño o una realidad, hasta que se talló fuerte los ojos. El instinto de sobrevivencia se apoderó de él, se quitó la tierra como pudo, pero instantes después reaccionó: "¡Mi papá y mi mamá!", le gritó a sus hermanos. En calzones y de rodillas sobre los escombros quitó las piedras, rascó y rascó la tierra. Después de casi una hora, la desesperación y el cansancio lo desvanecieron. No pudo recuperar a sus padres. Horas más tarde ellos fueron sacados sin vida. Los llevaron a una casa de la colonia Morelos. Ahí estaban los dos juntitos sobre una cama tapados con una sábana blanca. Gerardo y sus hermanos se fueron por unos días de la casa, pero hasta que regresaron cayeron en la cuenta de que se habían quedado sin padres. Cada uno buscaba un rincón para llorar a solas. Sin sospecharlo, a sus 19 años Gerardo se convirtió en madre y padre de sus hermanos.



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