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Personaje. El científico con el estigma de político

Nayeli Cortés| El Universal
Domingo 30 de marzo de 2014

Video. En la Ciudad y sus Personajes, el secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación, de 77 años, eminencia científica por sus estudios sobre el ciclo del sueño e izquierdoso empedernido

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OPINIÓN. "Participé activamente en el PRD, después empecé a ver una sarta de cosas y con el tiempo se fue diluyendo el interés, pero siempre he sido un hombre de izquierda". (Foto: YADÍN XOLALPA EL UNIVERSAL )


nayeli.cortes@eluniversal.com.mx  

“Tómale a ésta para que vean que sí estoy mamey”, pide René Drucker, secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México.

La petición se refiere a una de las muchas fotos que adornan una de las paredes de su oficina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Y sí. Este hombre, de casi 77 años, eminencia científica por sus estudios sobre el ciclo del sueño, izquierdoso empedernido, además de todo, sí esta mamey.

El día del científico empieza a las 6:30 de la mañana. Después del gimnasio, va a su laboratorio de Fisiología Celular y hace doble turno atendiendo la secretaría de Ciencia: “Ahora trabajo más que antes, pero nunca voy a dejar mi laboratorio porque eso es lo que soy: un investigador de la UNAM”.

A Drucker Colín los políticos no le gustan, de hecho, le disgusta que lo confundan con uno. Sin embargo, acepta llevar el “estigma”.

Está convencido de que la clase política ve primero por su interés personal. También es consciente de que una preparación sólida ayuda a mejorar la vida propia y la de los demás. Sin embargo, no se engaña y acota: “Lo doctor no quita lo pendejo”.

"Me gustaba el relajo"

Drucker pasó sin pena ni gloria la educación básica y la media superior. El Liceo Franco Mexicano fue testigo de su poco interés en los asuntos escolares.

“Me gustaba el relajo”, dice. Por aquella época, su interés estaba puesto en el futbol, el basquetbol, la natación, el beisbol y el tenis.

“No hablaba una sola palabra de inglés y el profesor nos hacía saludarlo todos los días con el ‘good morning teacher’. Al año siguiente cambiaron de profesor y nos pidió hacer lo mismo. Yo llegué a mi casa y dije, qué curioso. Este año nos cambiaron al profesor de inglés y también se apellida teacher. Mi papá se levantó y me dijo: ‘¡Qué haces en la escuela, qué no sabes que teacher quiere decir profesor?’ Pos no, respondí. Entonces me sacó de ahí y me metió al Colegio Americano”, recuerda.

Después de año y medio en el Americano, Drucker regresó al Liceo para concluir su bachillerato.

Reconoce que la única materia que le atraía (“sin que por eso estudiara más”) era la biología.

Ingresó a la UNAM y optó por estudiar psicología. Ahí conocería a Raúl Hernández Peón, un neurocientífico que haría que Drucker cambiara de profesión.

Con él realizó su primer estudio para investigar si algunos animales tenían movimientos oculares: “Me dijo: ‘Te dejo unos cangrejos, registras a ver si tienen sueño’”.

Fue un experimento difícil. Cada vez que Drucker trataba de prender un alfiler entre los ojos del cangrejo, éste vertía una hemolinfa (sustancia análoga a la sangre) y se moría.

Después de que varios crustáceos fallecieron, al estudiante se le ocurrió utilizar cera de hueso para tapar la perforación e impedir que los animales siguieran muriendo sin contribuir a la ciencia.

Al final, el experimento salió, pero resultó que estos animales no tenían movimientos oculares.

Drucker comenzó a trabajar con Hernández Peón, luego de regresar de Estados Unidos (total, ya hablaba inglés), donde estudió una maestría en Psicofisiología.

En abril de 1968, las vacaciones con motivo de la Semana Santa estaban próximas. Antes de partir a tomar unos días de esparcimiento, Hernández Peón prometió a su pupilo enviarlo en septiembre a estudiar el doctorado en la Universidad de California.

“Él se fue a Acapulco. Al regresar, tuvo un accidente automovilístico en Chilpancingo y se mató. Mi maestro se murió y nos dejó desamparados a los que trabajamos con él”, narra.

Gracias a un amigo, el secretario de Ciencia tuvo la posibilidad de estudiar el doctorado en Fisiología en la Universidad de Saskatchewan, Canadá. Su partida le impidió estar cerca del movimiento de 1968.

Defensor de su madre

Erick Drucker, cardiólogo francés nacido entre Alsacia y Lorena, vino a México con la promesa de conocer a la amiga de la esposa de uno de sus amigos.

Se lanzó a la aventura y conoció a Margot Colín, una michoacana que se convertiría en su esposa: “De ahí salió Druckercito”.

De su padre, René Drucker heredó el sentido social: “No le interesaba ganar dinero, hacía visitas domiciliarias y a veces le pagaban con tamales y huevos. Una vez mi mamá le dijo: ‘¡No quiero que me traigas ni huevos ni tamales, quiero que traigas dinero’. Mi papá le decía que la gente era pobre. Ella le respondía: ‘¡Consigue pacientes que tengan dinero!’”.

Muchas de las pacientes se sentían atraídas por él guapo doctor y su vástago (él único descendiente de los Drucker Colín), defendía los intereses de su madre.

“Tenía 12 años y acompañé a mi papá a ver a un paciente en Veracruz. El paciente tenía una hija, una señora cuarentona a la que se veía que le gustaba mi papá. Fuimos al hotel Mocambo y el mesero y le preguntó a la señora que qué quería comer. Ella contestó: ‘Sesos a la mantequilla negra’. Yo le respondí : ‘Qué bueno que va usted a comer eso, señora, porque bien que le hacen falta’. La señora me volteó a ver y me dijo: ‘Mira niño, no te vayas a comer la lengua, porque bien que te sobra’.

“Cuando salimos, mi papá me reclamó y yo le contesté ‘pues me cayó gorda la señora’. Ahí estaba yo, defendiendo los intereses de mi señora madre. Por eso siempre he dicho, hay que tener la cola corta para tener la lengua larga. Nunca van a encontrar que yo haya hecho alguna corruptela, entonces uno puede hablar”, afirma.

Izquierdoso por convicción

Durante su estancia en Canadá, René Drucker participó en las marchas contra la guerra de Vietnam: “Me volví parte de un grupo de izquierdosos, empezamos a distribuir el Libro Rojo de Mao”.

“Nunca me detuvieron, pero cuando me ofrecieron trabajo en Montreal y fui a pedir un cambio de estatus migratorio, me preguntaron ‘¿cuándo termina usted su doctorado?’, les dije que en 2 meses, y me respondieron ‘bueno, cuando termine se va usted de aquí’”, rememora.

Regresó a México y comenzó a dar clases en la máxima casa de estudios. Desilusionado porque no conseguía una plaza, volvió a California, donde tenía un ofrecimiento laboral. Estaba a punto de comenzar cuando una llamada lo hizo volver a México. Por fin tenía plaza en la UNAM.

“Les dije ¡mañana me regreso! No me hallo allá y no es por la falta de tacos. La sociedad norteamericana no me gusta, soy un poco anti yankee”, asegura.

Su rostro de izquierda también quedó de manifiesto durante la conformación del PRD.

Él fue uno de los primeros 100 convocantes a formar esta organización: “Yo participé activamente en el partido, después empecé a ver una sarta de cosas que no me gustaban y con el tiempo se fue diluyendo el interés, pero siempre he sido un hombre de izquierda con una fuerte inclinación a tratar de disminuir las terribles brechas que lastiman mucho”.

Justo en uno de los primeros eventos conoció a Andrés Manuel López Obrador, ex candidato presidencial de la coalición Movimiento Progresista.

“Cuando se crea el PRD, Cuauhtémoc Cárdenas me pide que hable en el evento. Estaba sentado entre Cárdenas y López Obrador. Yo pensaba, ¿de qué hablaré? Me dije, voy a escuchar a los demás y cuando me toque hablar a mí, pues ya diré algo.

“El problema es que Cárdenas presenta el programa del PRD y luego dice ‘ahora tenemos algunos invitados que nos van a dirigir unas palabras’ ¡y al primero que llama es a mí! Cuando bajé del pódium, López Obrador me dijo ‘oiga, qué buen orador es usted’. Yo temblaba; si me hubieran preguntado que había dicho no me habría acordado”, recuerda.

La relación de respeto entre ambos personajes se estrecharía a tal grado que, durante la campaña presidencial de 2012, López Obrador aseguró que, de llegar al gobierno federal, nombraría a Drucker secretario de Ciencia.

En algunos eventos de López Obrador, llegó a ver a Miguel Ángel Mancera. Fue ahí donde le planteó que si el proyecto federal no se concretaba, él debería crear una dependencia de este tipo en la Ciudad de México. Mancera cumplió y Drucker se convirtió en secretario.

No le gustan los políticos

Drucker encarna la paradoja de quien se siente incómodo con los políticos pero termina convirtiéndose en uno. Pese a su rechazo, acepta el calificativo con tal de demostrar que, desde la Secretaría de Ciencia capitalina, se pueden mejorar las cosas.

—¿Por qué aceptó un cargo?

—Tengo muchos años sugiriendo que el Estado mexicano le ponga atención a la ciencia, que tenga un plan de desarrollo para mejorar el futuro de este país. También he considerado que el gobierno debe crear una Secretaría de Ciencia para elevar el rango de este ramo en la política pública. Esto se hubiera hecho si López Obrador hubiera ganado las elecciones. El hecho de que me hayan nombrado secretario no me convierte en político, sino en una persona que puede demostrar que la ciencia ayuda a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

—¿Le gustan los políticos?

—No y no me gusta que me consideren como uno, pero no tenemos muchas alternativas como personas. Uno tiene la actividad que lo remunera, pero también debe cumplir con una responsabilidad social. No puede divorciarse de la vida pública. Si esto significa que uno es político, pues tendremos que cargar con ese estigma que no es muy bueno.

—¿Regresaría al PRD?

—El PRD se fue desvirtuando, se fueron generando estos pequeños grupos al interior y eso me desilusionó bastante, pero soy de izquierda y soy simpatizante de los partidos con esa tendencia.

Lamentablemente, también eso se ha desvirtuado, tenemos partidos que no entendemos bien a bien. La izquierda se ha fragmentado y hay grupos que tienen intereses diversos que no necesariamente son los que representarían a un movimiento de izquierda, da la impresión de que lo que más les importa es lograr lo personal.

—¿Esta visión incluye al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), liderado por López Obrador y que está en vías de convertirse en partido?

—Yo creo que todos los movimientos que hay entran en esa categoría, sin tratar de criticar a Morena, pero obviamente, es otra corriente diferente y lamentablemente eso divide. Espero que en los momentos en que se requiera una unificación de grupos de izquierda esto se logre.

—¿Lo ideal es que AMLO no hubiera dejado el PRD?

—Eso podría ser una alternativa, pero porque hay esos grupos se siente la necesidad de crear un movimiento diferente a los que ya existen. Ésa es una cosa muy lamentable que tiene la izquierda: fragmentarse y cuando eso ocurre le haces el favor al enemigo.

“Echar la hueva”

Más que un neurofisiólogo, René Drucker es un productor de ideas. A sus estudios para inhibir los efectos secundarios del Parkinson, realizar trasplantes y disminuir procesos neurodegenerativos, se suma su interés en crear un centro de estudios sobre el envejecimiento y en aplicar tecnología en las tienditas para ponerlas a nivel de las de conveniencia.

Tanto trabajo, sólo le deja tiempo para “echar la hueva” los fines de semana.

Pese a esto, no descarta poder escribir una novela o tocar la guitarra. Cuando el tiempo y la distancia lo permiten, también le gusta pasar tiempo con sus cuatro hijas y sus nietos.

De sus hijas, Mariana está dedicada a la medicina y vive en Hamburgo; Lorena es cirujano plástico y está abocada a realizar reconstrucciones de mama en mujeres que sufrieron cáncer; Lorena es diseñadora gráfica y Ana Laura (fruto de su “segunda vuelta” como él dice) estudia diseño en Barcelona.

“Estoy contento de que a mis hijas les haya ido bien. No soy muy niñero, pero creo que soy un abuelo buena onda”, concluye.

Hemos terminado la entrevista. Drucker se levanta de su asiento y nos conduce a su laboratorio.

“Toma al cerebro”, pide, mientras señala una máquina en la que procesan muestras del órgano.

Toca otra puerta con un letrero que dice: “Silencio o Shrek se los va a comer”.

Regresa a su oficina y en señal de despedida, nos muestra un personificador con la leyenda: “Cuidado, jefe enojado”.

“¡No se crean!”, exclama y da vuelta a la pieza para mostrarnos otra frase: “Sonríe, jefe feliz”.



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