Ana Guzmán, mejor conocida como doña Mary, es una mujer de 65 años de edad. Ella es empleada de una empresa que ofrece el servicio de limpieza a un hospital ubicado en el norte de la ciudad de México.

De lunes a sábado, la señora Mary se presenta en punto de las 6 de la mañana en el hospital; su trabajo es limpiar, barrer y trapear las instalaciones.

A las 2 de la tarde termina su jornada laboral y se retira a su hogar. Por este trabajo, cada quince días recibe una paga de mil 80 pesos.

“Lo único que compro es frijol, que es lo más importante. Azúcar, aceite, sopitas y jabón. Además tengo que pagar 30 pesos de transporte diariamente”, asegura Doña Mary, quien, además, es la única que mantiene su hogar.

“Mi hijo vive en Estados Unidos, pero no me manda dinero y mi esposo está enfermo, anda mal de sus pulmones y de su próstata, en unos días lo van a operar. Además, como él ya tiene 67 años no le dan trabajo”, explica doña Mary.

Ana Guzmán, su verdadero nombre, afirma que desde que entró a trabajar a esa empresa de limpieza —de la cual no quiso decir el nombre para evitar represalias— les han aumentado, a ella y sus compañeros 50 pesos cada año a su paga.

Sin embargo, han pasado dos años y Doña Mary sigue percibiendo el mismo sueldo, “y eso que nos llevamos buenas friegas”, explica.