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La corrupción viaja en metro

Karla Casillas| El Universal
Lunes 09 de diciembre de 2013

Video. Líderes de ambulantes del Metro entregan unos 3 millones de pesos al mes a intermediarios de los coordinadores de vigilancia del transporte colectivo para permitir la venta de productos en los vagones, pasillos y accesos de estaciones

La corrupcin viaja en metro

TESTIMONIO. Cada pasillero, torero, vagonero o bocinero tiene que entregar al mes a su líder entre 400 y 2 mil pesos. (Foto: Ariel Ojeda )

Líderes sindicales, documentos y cabezas de comerciantes acusan a los coordinadores de vigilancia de manejar el "negocio". Un jefe de sector se queja: "Antes había respeto, ahora nos amenazan"

metropoli@eluniversal.com.mx 

“La botanaaa, el cacahuateee, el garapiñadooo... de a cinco peesooos, cinco, cinco peesooos...”. El alargado sonsonete de la palabra “pesos” retumba en los oídos desde el primer escalón gris que conduce al laberinto subterráneo de la capital. “La liga para el cabello, el estuche de maniquiur, la crema para labios... de a 10 peesooos, 10, 10 peesooos”. El término “pesos” taladra la mente de los cinco millones de personas que a diario abordan el Metro de la Ciudad de México.

El sonido del dinero, en voz de los ambulantes, anuncia que los pasillos y vagones del gusano naranja funcionan como escenario de un negocio millonario del que no sólo se benefician los vendedores.

Una investigación realizada por EL UNIVERSAL revela que cada uno de los 2 mil 700 ambulantes que trabajan en el Metro obtiene entre 6 mil y 16 mil pesos al mes por sus ventas, dependiendo de la línea donde ofrezcan sus productos. Así, cada pasillero, torero, vagonero o bocinero tiene que entregar al mes a su líder entre 400 y 2 mil pesos, para que éstos, a su vez, repartan a los intermediarios de los cuatro coordinadores de Vigilancia del Metro unos 3 millones de pesos mensuales, aproximadamente.

Otro tanto se distribuyen entre policías y vigilantes que resguardan el STC. En total, los ambulantes del Metro generan alrededor de 30 millones de pesos al mes.

De esta manera, el mecanismo de “cuotas” hace que los ambulantes sean el eslabón visible de una cadena de corrupción que sostiene un negocio que pasa diario frente a la vista de los usuarios.

Testimonios de vendedores, líderes ambulantes, vigilantes, dirigentes sindicales y documentos internos del STC señalan que la espiral del dinero llega a Ángel César Izazola, coordinador de Vigilancia Zona A, mejor conocido por su clave de trabajo como “Cuarzo”; a José Ricardo Flores Chávez, encargado de la Zona B, “Bronce”; a Irving Barrera López, responsable de la Zona C, “Cromo”; y a José Antonio Chávez Reyna, coordinador de la Zona D, “Tigre”.

Ellos dependen de José Alfredo Carrillo García, gerente de Seguridad Institucional, quien a su vez está bajo las órdenes de Joel Ortega, director general del Metro, quien ha señalado que acabar con este tipo de corrupción es una de sus metas.

El “modus operandi”

Desde las 5 de la mañana, Hansel —nombre ficticio de un líder ambulante— se pone en marcha. A esa hora él ya tiene listas sus maletas repletas de mercancía, la cual adquirió previamente en La Merced, Tepito o Corregidora. Con sus bultos a cuestas, emprende camino hacia a una de las “bases de ambulantes” en el Metro, donde líderes y vendedores se reúnen para iniciar su jornada en los tramos que ya les pertenecen y que se ganaron a punta de “madrazos” hace años.

Hansel, y sus 70 vendedores, se unirán al ejército de comerciantes que invadirán, poco a poco, pasillos, vagones y escaleras del Metro. Él asegura que cobra a sus vendedores una cuota semanal barata: “un cientito”, pues se maneja en un “tramo chico”. Pero en la Línea 1, una de las más cotizadas, el líder cobra a cada uno de sus ambulantes 500 pesos a la semana. “Y hay unos 500 ambulantes, imagínate, así quién no se vuelve corruptible”, dice el líder. Estamos hablando de 250 mil pesos a la semana; un millón de pesos al mes por esa línea.

Ahora, de ahí en adelante, la ruta del dinero es simple, las migajas del negocio se van regando entre policías o vigilantes, que dejan entrar a los ambulantes o se hacen de la “vista gorda” para no remitirlos.

“El cambio (cuota) va de acuerdo a la gente que tienes y la línea en que trabajes. Tú llegas a un acuerdo. Entonces si a mí llega personal (del Metro) y me intenta mover a mi gente, yo nada más tengo que hacer contacto con el coordinador de esa gente, de esos vigilantes, y él inmediatamente me los desaparece... Si ellos me dan sus cien pesos a la semana, y yo hago mi aportación, ahí está mi palabra; y si no se cumple, hago el refuego”, cuenta.

“Ahora —agrega el líder—, hay algo bien lógico, si tienes al corrupto en medio y no lo quitas, pues por algo es, ¿no?; él (el coordinador de Zona) es el que tiene el poder de mover (a los ambulantes)... entonces se va un director (del Metro), llega otro; se va un director, llega otro, y el modus operandum (sic), acá, pues ya sabes con quién tienes que manejar el dinero, no ha cambiado; pues es de risa, ¿no? Sus chavos, acá, los que recolectan, son intocables; llevan 10 años recolectando los mismos nombres; yo siempre me he referido a los mismos (los que reciben el dinero) en 10 años..., que son los mismos que les manejan sus camionetas (a los coordinadores) y los mismos que están en sus oficinas y son los mismos güeyes que te cobran... su bandita hace toda la chamba”.

La entrega del cambio, se hace a la gente del círculo más cercano a cada uno de los coordinadores, ya sea fuera o dentro de las instalaciones del Metro, pues ellos saben dónde se encuentran los “puntos ciegos” del monitoreo.

Los documentos

El 7 de noviembre de 2013, el Comité Ejecutivo de la Seccional XI de Vigilancia del Sindicato hizo entrega oficial a Irving Barrera López, coordinador de la Zona C, de una serie de documentos con 9 anexos, en los que un conjunto de vigilantes denuncia irregularidades.

Todos estos escritos, en poder de EL UNIVERSAL, hacen referencia al problema del ambulantaje. Uno de ellos, fechado el 14 de agosto de 2013 y dirigido a José Alfredo Carrillo García, gerente de Seguridad Institucional, señala: “Ponemos de manifiesto las irregularidades que imperan en el SCT, al prevalecer la corrupción, dado que hay un claro y marcado contubernio de los mandos de las Coordinaciones de la Zona, de la Gerencia de Seguridad Institucional y policías auxiliares que laboran para el STC, toda vez que les cobran ciertas cuotas a los vendedores ambulantes por permitirles seguir ejerciendo el comercio informal al interior de las instalaciones”. Este escrito se refiere al Conjunto Pantitlán, considerado el paradero más grande de América Latina y por el que transitan millón y medio de personas al día. Otro escrito, fechado el 6 de julio de 2010, solicita que “retire el operativo (para desalojar ambulantes), pues no funciona, dado que se le ha requerido apoyo en enfrentamientos con vendedores toreros y no acuden”.

Vendedores envalentonados

En el Metro “hay un gravísimo problema de corrupción. Los cuatro coordinadores de Vigilancia están corruptos, y cada uno tiene un compañero de vigilancia que se ha prestado a ello... ellos cuatro manejan el ambulantaje”, dice Rubén Ledesma, secretario del Trabajo de la Seccional XI del Sindicato Nacional de Trabajadores del Metro.

Este hombre lleva 18 años trabajado en el STC. Ledesma entró al Metro en 1995 como vigilante; en 1999 ascendió a jefe de sector y luego se hizo cargo de la seguridad de la Dirección. Posteriormente estuvo en las líneas A y 9. Ledesma asegura que los ambulantes están “coludidos” con los coordinadores desde hace al menos “dos administraciones: la de Florencia Serranía (2004 a 2006) y la de Francisco Bojórquez (2006 a 2012)”.

De hecho, los encargados de la zonas B y C están en el cargo desde 2004. José Antonio Chávez entró como vigilante también en 2004 y, a partir de que se abre la Línea 12, es destinado a la Zona D. Ángel Izazola fue nombrado en 2009. “Todos son viejos conocidos en el Metro”, dice Ledesma.

“Yo creo que hay un plan para culpar a todo el personal de vigilancia del ambulantaje y la corrupción, por eso se pretende reestructurar este cuerpo y sustituirlo por mil 200 policías, lo que a todas luces nos parece injusto... Yo no puedo meter las manos al fuego por todos los vigilantes... pero en lo que hago hincapié es en que si los coordinadores siguen en esos puestos, la corrupción continuará”, añade.

Esta problemática, agrega, se ha acentuado desde 2006. “Antes los ambulantes nos veían con uniforme y guardaban su mercancía, había algo de respeto; ahora les vale, te contestan, te agreden, te amenazan, saben que están protegidos”.

El gato y el ratón

“El ambulantaje no es un delito, es una falta cívica que consiste en obstruir el paso de los usuarios”, comenta en voz baja el vigilante Mario —nombre ficticio— a quien acompañamos en una jornada laboral. Los ambulantes pasan sin pagar boleto y se mueven a sus anchas. “Si les remites (a una oficina o a un policía) en una hora están libres”, dice Mario, entonces se da el juego del gato y el ratón: “los quitas, se mueven, los remites, salen, llaman al coordinador y te dicen que los ‘dejes en paz’”.

En ese recorrido nos enteramos que un líder de ambulantes de la L-1 está “encabronado” porque las autoridades les han subido la cuota. Hasta hace unas semanas le pedían “180 mil pesos al mes, a cada líder de tramo, ahora son 300 mil”.

Hansel cuenta que decidió hablar porque está “hasta la madre” de lo que considera un abuso: “Somos un cheque en blanco para los políticos, cuando no hay política piden dinero, cuando hay política piden paros”.

Nos despedimos, pero al minuto regresa. “¿Sí me van a distorsionar la voz verdad?”, pregunta Hansel con preocupación. Asiento. El hombre macizo se dirige a la entrada del Metro. Su figura se diluye entre el cántico de todos los días: “...a cinco peesoos, cinco, cinco peesoos...”.



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