El aerosol es su arma de protesta
EJEMPLO. En cada misión, el objetivo son los 60 metros que mide un tren naranja, aproximadamente, para dejar un mensaje claro y contundente en protesta por algunas medidas que rechazan del gobierno . (Foto: TANYA GUERRERO / EL UNIVERSAL )
Al final de esta noche, reconoce Duckse, existe la posibilidad de que uno del equipo no regrese a casa. Un balazo en la pierna o una descarga de alto voltaje son los riesgos de hacer “esto” con poca iluminación y clandestinamente, pero vale la pena, porque alguien tiene que protestar.
Aunque el equipo lo ha hecho unas 50 veces desde hace diez meses, los nervios los tienen crispados. Los cuatro hombres que viajan el domingo 1 de diciembre de 2013 en esta camioneta saben que la experiencia en estas misiones les servirá de poco, porque cada noche es distinta y un mínimo error les podría dejar lesiones graves.
Avanzan por Circuito Interior y llegan hasta el costado del resguardo de trenes del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la estación Rosario. Dejan el vehículo en una calle oscura y solitaria, y a las 22:30 horas comienzan a descargar el material oculto en la cajuela: pinzas para trozar candados, cámaras para registrar la hazaña, máscaras, 48 latas de aerosol y dos palos de madera con punta de clavos.
“Si un guardia te agarra, le das con esto”, alecciona Ríete, de 25 años, su carcajada nerviosa contagia. De lejos, su imagen parece de película, como si éstos cuatro fueran a entrar a un banco.
El plan, repite Duckse, es teóricamente simple: Erska, de 37 años, brincará la barda hasta entrar en el predio del Metro y con las pinzas romperá por dentro la cadena que bloquea una de las puertas de acceso. Entonces él, Ríete y Rees se cubrirán el rostro, se adentrarán en el terreno del GDF, evadirán las cámaras de seguridad y llegarán hasta un tren que hace unas horas circulaba por la Línea 7.
Al estar frente al vehículo, todos sacarán sus aerosoles y trazarán ese grafiti planeado hace días, que tendrá un largo aproximado de 60 metros. La pinta debe quedar lista en menos de 20 minutos y ser clara: “esto piensa el colectivo de grafiteros sobre la intención de subir a 5 pesos la tarifa del Metro”.
“Ponemos el mensaje, firma y salimos”, explica Dukse, los integrantes del colectivo Team Destructo sonríen. Recuerden: nadie pise la vía electrificada. Un sonido metálico rompe la quietud de la noche. Erska está adentro y ya rompió el candado. La puerta está abierta. Todos se tapan el rostro. Toman los maderos con clavos y corren.
Van directo a las entrañas
Team Destructo es el colectivo gra-ffitero “metrero” más importante del DF. Lo integran Ríete, Duckse, Ersk, Stunt, Rees y Zest y juntos desde febrero de este año se dedican a vulnerar de madrugada la seguridad del Metro y meterse en sus entrañas. Han “rayado” los trenes hasta dos veces por semana.
Sus integrantes, de entre 24 y 37 años, se conocieron pintando consignas en la calle, pero pronto se dieron cuenta que el lugar ideal para sus protestas eran los trenes, donde sus mensajes podían ser vistos por decenas de miles de personas una sola vuelta a una línea.
Así que dedicaron días completos a examinar los puntos débiles del organismo que dirige Joel Ortega Cuevas, revisando malos resguardos y hasta ladrillos flojos.
Su estreno como equipo ocurrió en la estación Mixcoac, de la Línea Dorada, que se suponía era la más vigilada por ser la más reciente. Han pintado en las 12 líneas y tienen como meta “rayar” en cada una de las 195 estaciones con mensajes como “#PeñaNoEsMiPresidente” y “Dignidad y rebeldía”.
Sus pintas han dado la vuelta a la red en varias ocasiones y su perfil de Facebook cuenta con 5 mil 234 seguidores, donde alojan sus fotos como enmascarados infiltrados en Buenavista, Misterios, Taxqueña, La Paz, entre otras estaciones.
Las misiones siempre son un riesgo: sus anécdotas incluyen la vez que un guardia les tiró balazos a los pies en Indios Verdes, la vez que un velador en Zaragoza blandía batazos para noquearlos, la noche que uno del equipo casi muere electrocutado porque al caer apoyó las manos en la vía electrificada y terminó con la espalda chamuscada.
“Lo tenemos claro: si nos agarran, es delito federal y al bote. O peor: nos podemos morir o que nos maten… pero tenemos que alzar la voz”, cuestiona Duckse.
Su orgullo, afirman, es burlar la seguridad de la dependencia y luego exhibir en internet a un gobierno que no cuida el patrimonio capitalino y aumenta la tarifa.
Ejecutan el plan
Erska abre la puerta por dentro y, junto a él, aparece Stunt, un quinto miembro de la misión que lo ayudó a brincar al predio y romper el candado. Con una sonrisa invitan a pasar al resto del equipo y todos se pegan a una pared para evitar ser vistos por una cámara de videovigilancia. A partir de ahora, todo se hace caminando o trotando con el cuerpo doblado al frente para camuflarse en la oscuridad.
La única luz utilizable es la que hay de algunos focos en este terreno que parece baldío y la de la luna. Van en silencio, susurrando mientras caminan por una maleza que anida ratas y tres camionetas con calcomanías del gobierno capitalino arrumbadas, echadas a perder.
“¡Shhh! ¡No hagan ruido!”, pide Rees, de 24 años, el más joven del grupo, cuando alguien patea una piedra que pega en una caseta de lámina. El sonido alerta a todos y se congelan por un momento. Luego, siguen el camino.
Con las latas de aerosol y palos a cuestas, pasan del césped a caminar sobre grandes tubos encimados. La altura les permite brincar a un árbol y trepar una barda. Han dejado atrás la parte fácil del plan, ahora afrontan el reto importante: dejarse caer en la otra parte del terreno, ya no hay césped, sino grava y las vías que conducen a los trenes desde la terminal de pasajeros al estacionamiento. Son cinco rutas paralelas y electrificadas en un campo abierto, donde cualquiera podría verlos correr.
Si de día atravesar eso es complicado, la clandestinidad y la noche elevan la complejidad, pues hay que hacerlo rápido, cuando el reloj marca las 23:15 horas, con el rostro cubierto y evitando pisar el mortal carril de alto voltaje.
“¡En chinga, agáchense!”, susurra Erska, quien va al frente del grupo y con la mano hace una señal para que todos corran hasta llegar a la vía más alejada. Este es el punto de no retorno porque ya están muy adentro, ilegalmente, en el corazón del Metro.
“¡Ese, ese, ese!”, señala Duckse, y 50 metros más adelante, en línea recta, aparece el lienzo que esperan: el tren P.R. 3282, estacionado, solo. Eligen el costado que bloquea la vista de posibles guardias y dos se ponen en un extremo, dos en el otro y uno vigila de lejos, con el madero en la mano, que no aparezca un guardia con un bat que les quiera romper la cabeza.
En segundos sacan los aerosoles y pintan con negro y distintas tonalidades de verde. Trazan líneas y el mensaje va tomando forma… hasta que, a los diez minutos, en el fondo del paisaje oscuro una figura se mueve. Viste de blanco. Es una señora. “¡Vámonos, nos descubrieron!”
El mensaje se lava con agua
Actualmente, el Metro tiene 105 trenes detenidos por falta de mantenimiento y, según la bancada del PAN en la Asamblea Legislativa del DF, 25 de estos vehículos inhabilitados ya se perdieron y deberán convertirse en chatarra.
Team Destructo ha pintado, al menos, unos 50 y es probable que algunos de esos trenes detenidos tengan sus pintas y por ello no brinden servicio; otros, ya fueron puestos en circulación, luego de que personal del Metro limpiara las pintas.
“Nuestra pintura no es permanente, el mensaje se lava con agua caliente. Ellos van a imponer una tarifa de 5 pesos que ya no nos vamos a poder quitar y nuestros diseños sí se borran, ¿quiénes son los malos?”, cuestiona Ríete.
El sonido del aerosol
Aquella mujer, la veladora de blanco, salió de su caseta de vigilancia, pero no los vio. Lo saben porque, en lugar de huir, todos se pusieron en cuclillas y la vigilaron por varios minutos hasta verla desaparecer. El único miedo, dicen, es no terminar el trabajo que vinieron a hacer.
“¡Órale, acabémoslo y a la chingada!”, pide Ríete y todos van al ataque. Son 15 minutos en los cuales sólo se escucha la pintura en aerosol y un silencio que acalambra. Apenas se escucha la respuesta de Duckse a mi pregunta de por qué es injusto el aumento de la tarifa.
“Es injusta porque hay más clase baja y media que no tiene para, con un salario mínimo, pagar ese dinero”, dice el joven, con una playera en el rostro, mientras pinta.
Faltan minutos para terminar el diseño, así que Stunt inicia la última etapa del plan: con una llave rompe una reja de alambre que conecta a otro patio para poder fotografiar, el resultado. “¡Ya acaben, fotos y nos largamos!”, les dice.
A unos 300 metros, aparece otra mujer vestida de negro y con un radio en la mano. Los han descubierto. Hay que afinar detalles y correr, porque en cualquier momento los guardias saldrán a cazarlos.
Todos brincan al patio. Toman fotos y graban. No han llegado tan lejos como para no registrar su obra. Listo.
Al fondo, se escuchan los radios de seguridad de los guardias.
Están más cerca de lo que todos piensan. El corazón traquetea y las piernas tiemblan, pero más vale que aguanten hasta salir de ahí.
“Sin correr, sin correr, tranquilos, acá traemos los palos”, serena Stunt y todos trotan, nerviosos, desandando el camino y antes de abrir la puerta por la que entraron, Dukse echa un vistazo para asegurarse que no haya policías emboscándolos en la calle.
Hace la señal manual y todos salen. Se quitan las capuchas, caminan con naturalidad y por la calle lucen como cinco jóvenes que caminan a deshoras. Entran a la camioneta con rapidez, suspiran aliviados, gritan eufóricos, brotan las carcajadas y arrancan a toda velocidad.
Revisan las fotografías y se felicitan. “¡Para que aprendan a no joder al pueblo!”, dice Ríete.
De fondo, suena en la radio el Himno Nacional. Ya es medianoche y en la huida todos festejan esa “pinta madreadora”: “No al aumento. Team Destructo”. “¡Quedó de lujo! ¿A dónde la siguiente? ¿Zaragoza o Indios Verdes?”