Espino Arévalo, un líder de metro y medio
Fernando Espino Arévalo y su lista de negocios en el Metro de la ciudad de México: Si había que otorgar una licitación, Espino Arévalo decidía a qué empresas.
Si había que comprar refacciones, el visto bueno lo tenía que dar la gente de Espino Arévalo.
Si los trabajadores deseaban horas extras, Espino Arévalo y sus allegados debían recibir un beneficio, así que creían justo les dieran la mitad del sueldo.
Si los empleados querían asistir a las fiestas del Sindicato del Metro, habría que caerle bien a Espino Arévalo.
Si los obreros soñaban con jugar en un equipo de futbol, aunque fuera de tercera división, entonces habría que ser reverente con Espino Arévalo, pues él era el dueño del conjunto Chalco Metro.
Si había que pedir un préstamo, aunque fuera de la caja de ahorro, Espino Arévalo era el indicado para aprobarlo.
Si la gente necesitaba uniformes, Horacio Pereznegrón, brazo derecho de Espino Arévalo, era el indicado: a él pertenecía la empresa proveedora.
Si los empleados pretendían obtener juguetes para el 6 de enero o relojes en reconocimiento a su antigüedad, Espino Arévalo era quien determinaba su entrega.
Si sus amigos, como Nadia Tapia, directora de las guarderías del Metro, necesitaban "una chacha" para el aseo en casa, Espino Arévalo sabía dónde conseguirlos: en el Deportivo del Sindicato, los gastos corrían por parte de los agremiados. O si necesitaban servicios de limpieza, Espino Arévalo se contrataba a sí mismo, bajo la empresa llamada Limpidus.
Todo esto ha perdido. De ahí las razones, de acuerdo con un documento interno del Gobierno del Distrito Federal, para que Espino Arévalo esté enfrentado con el director del Metro, Javier González Garza.
Y aunque parezca una larga lista de negocios caídos, todavía le quedan algunos: Si un empleado desea subir el escalafón, Espino Arévalo es el único que crea las jerarquías, con dinero de por medio.
Si un trabajador desea que un familiar suyo entre a laborar al Metro, doña Evita, la secretaria de Espino Arévalo, puede solucionarlo: es cuestión de anotarse en una lista e ir a firmar cada miércoles, acompañado de su respectiva "cuota voluntaria". Si se trata de los comedores, Espino Arévalo es el dueño de ellos; obtiene ganancias, sólo por esto, de cerca de 5 millones de pesos mensuales. O si alguien desea ser conductor, la gente de Espino Arévalo lo arregla mediante una cooperación.
Los incondicionales
Dicen que le dolió mucho a Espino Arévalo la "renuncia voluntaria" de Gerardo Requis Bustos, entonces director general del área técnica. En otras palabras, el que determinaba las compras, y uno de los primeros que la nueva dirección despidió.
De ahí siguieron unos 25 más, todos gente de Espino Arévalo; entre ellos: Mario Arteaga, ex director de Vías Fijas, quien solía crear la necesidad de horas extras. ¿Cómo lo hacía? Lavando los aisladores pegados a la vía guía y cuya función es que la energía no llegue directamente al piso. Un trabajo innecesario, pues todos los días terminan sucios.
Sin embargo, ocupó a 70 aviadores, a quienes les quitaban la mitad de su sueldo. Se ha llegado a hablar que de este negocio, Espino Arévalo recibía unos 3 millones de pesos al mes. Arteaga fue echado del Metro. Grace Badillo, una mujer que empezó como telefonista en el sindicato allá por 1978, y Maricela Nolasco, eran las encargadas de los ingresos en las taquillas. Muchos millones desaparecieron. También fueron despedidas.
Fausto García corrió igual mala suerte: gerente de Recursos Humanos, solía limpiar los expedientes de los trabajadores que lograban "conseguir", con dinero, un mejor puesto en el Metro, sobre todo de conductores, luego de un curso de capacitación, el cual era coordinado por un tipo que ni siquiera estudió la secundaria, pero le gustaba que le dijeran licenciado Machado , quien renunció.
El resto son, principalmente, directores generales de las áreas técnicas como: Antonio Torres, de Instalaciones; Antonio Chávez, de Mantenimiento; Gerardo Escalona, de Instalaciones Hidráulicas y Mecánicas; e Ignacio Vera, de Comunicaciones y Peaje, "el área donde Espino Arévalo fincaba sus negocios".
Y sobre el equipo de futbol, la Federación Mexicana expulsó definitivamente a Espino Arévalo por no cumplir con los requisitos mínimos: un estadio adecuado y jugadores que no rebasaran los 20 años. Pero todavía no está tan solitario el hombre. Le sobreviven, entre otros: el ingeniero Zúñiga, topógrafo, utilizado casi siempre para hacer los estudios que se entregan a la prensa y que hablan del mal estado en que están algunas estaciones. También Constanza Gutiérrez, ex gerente de Compras en el Extranjero y que ahora es, casualmente, proveedora del Metro; Adolfo Blanquet, del almacén de herramientas, quien "ha permitido el robo de éstas"; Héctor Manuel Zavala, secretario general del Sindicato; Pereznegrón, posible relevo de Espino Arévalo; y El Mexicano , el golpeador del líder sindical, un hombre que ha sido su secretario particular, el principal acusado en 1994 de la golpiza que recibió en el Zócalo el disidente José Guadalupe Castro; un tipo, además, que le ha ayudado mucho a Espino Arévalo a "conseguir ideas" robándoles proyectos a empleados, para que el líder sindical gane, como cada año, el Premio Nacional de Productividad en la Administración Pública.