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Hopper y el ocaso del sueño europeo

El Museo Thyssen de Madrid presenta una muestra con la obra de este pintor estadounidense que capturó el espíritu de una época de crisis como la que hoy encara sobre todo España

Los españoles han abarrotado la muestra "Hopper", atraídos por las mujeres encerradas en habitaciones, casi siempre a punto de ir o llegar de algún lado. Archivo / EL UNIVERSAL

La obra del artista retrata personajes con las miradas perdidas, pensando, reflexionando sobre cualquier cosa. Archivo / EL UNIVERSAL

Edward Hopper pretende mostrar, además, la resignación que hay en el retrato de la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Archivo / EL UNIVERSAL

Se puede observar en los trabajos a la América de la gran depresión, y, después, la del triunfo del capitalismo, pintando, sin saberlo, el hombre sin atributos, el ciudadano sin sueños y el ser humano sin horizontes. Especial

Edward Hopper creaba estados de ánimo, atmósferas, contextos emocionales para sus personajes, sin contar ninguna historia. Especial

Hopper, formado en Nueva York, es una de las personalidades artísticas norteamericanas más destacadas de los dos primeros tercios del siglo pasado. Especial

El artista se  pintó  a sí mismo en la década de 1920

"SOL MATINAL". Una de las piezas más representativas del artista, creada en 1952, que se exhibe en la exposición montada en Madrid. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )

MADRID.- | Sábado 18 de agosto de 2012 Alida Piñón / Enviada | El Universal00:15
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ana.pinon@eluniversal.com.mx

Una joven contempla la obra Sol matinal, creada por el estadounidense Edward Hopper en 1952, expuesta en el Museo Thyssen-Bornemisza, ubicado en el Paseo del Prado, en Madrid. En el cuadro hay una mujer que podría tener entre 25 y 40 años, sentada sobre la cama, sus rodillas dobladas, sostenidas por sus manos. La luz entra por la venta y alumbra su rostro inexpresivo, triste, pensativo, mira hacia afuera; muchos se han preguntado qué observa.

El lugar podría estar vacío, quizá es la habitación de un hotel o de un departamento en la capital española o de cualquier ciudad que el artista haya visitado o que sólo existía en la mente del genio nacido en 1882 y fallecido en 1967.

La joven permanece frente a la pieza por largos minutos, a su alrededor caminan decenas de personas, unas hacen fila esperando que ella se retire para tener el mismo ángulo y admirar ese amanecer; pero la chica no se da cuenta, sigue ahí, llora.

Madrid, una ciudad que ha visto en sus calles a miles de españoles manifestándose en contra de lo que para ellos podría ser el fin del sueño europeo, luego de que el gobierno español anunciara recortes, aumento del IVA y reducciones en las prestaciones por desempleo, ha visto que en la obra de Edward Hopper, testigo de la gran Depresión y el primer pintor americano en retratarla, están los capítulos que se escriben después del derrumbe de la idea del progreso.

Los españoles han abarrotado la muestra Hopper -que se exhibe hasta el 16 de septiembre-, atraídos por las mujeres encerradas en habitaciones, casi siempre a punto de ir o llegar de algún lado, con las miradas perdidas, pensando, reflexionando sobre cualquier cosa; por las parejas incomunicadas, que prefieren contemplar a la mascota que a la persona amada; por las calles vacías, las casas solitarias, las ciudades anónimas, las gasolineras abandonadas; por la soledad, el aislamiento, la resignación que hay en el retrato de la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX.

¿Por qué la narrativa de este pintor ha conquistado al espectador europeo? La respuesta podría estar en el ensayo Edward Hopper y el ocaso del sueño americano, de Adolfo Vásquez Rocca: "Aunque Hopper no lo supiese, lo que pintaba era un mundo sin salida, donde sus habitantes estaban atrapados. Todos sus cuadros parecen encerrarse en una impotencia tranquila, resignada, que fluye desde el rostro de las figuras solitarias o se disemina por las escenas urbanas".

Hopper, escribe Vásquez, muestra la América de la gran depresión, y, después, la del triunfo del capitalismo, pintando, sin saberlo, el hombre sin atributos, el ciudadano sin sueños, el ser humano sin horizontes, atado al tedio infinito, como el que sienten la pareja con traje de baño, en la obra Observadores del mar, ensimismados, refugiados en su propia soledad, en su impotencia vital, que soportan una condena más dura que su aislamiento, pese a que los veamos en una alegría aparente.

"Hopper quería pintarse a sí mismo, pero nos enseñó, sin pretenderlo, la putrefacción del capitalismo, el sueño americano encerrado en un frío restaurante o en una sórdida habitación de hotel", reflexiona el crítico.

Y es que Hopper, además, creaba estados de ánimo, atmósferas, contextos emocionales para sus personajes, sin contar ninguna historia. Sólo daba pistas. Eso permite al espectador que complete las historias por su cuenta, esa es su fuerza y podría ser tal vez, otro motivo por el que la exposición es un éxito en Madrid.

 

Un retrato permanente

En el libro Historia del Arte Universal de los siglos XIX y XX, la especialista Ana María Preckeler establece que Hopper, formado en Nueva York, es una de las personalidades artísticas norteamericanas más destacadas de los dos primeros tercios del siglo pasado. Y fue, escribe, una figura independiente y solitaria, como su obra, plena de un realismo transfigurado de gran modernidad.

"Refleja la vida y su entorno, despojándola de todo aquello que no tiene un sentido fundamental; sus personajes a menudo aparecen solos, ensimismados, pensativos, estáticos y observadores; el entorno que les rodea suele ser el de interiores donde sólo permanecen los elementos necesarios para dar argumento a la realidad personal. Son cuadros íntimos, costumbristas, equilibrados, de gran belleza plástica. Como en los cuadros de Velázquez, en los cuadros de Hopper parece palparse el aire, el ambiente, la atmósfera, el silencio, la cotidianidad, siendo eminentemente narrativos".

El recorrido de la exposición, que reúne 73 obras y que a partir de octubre se verá en el Grand Palais de París, comienza con el célebre autorretrato del artista con sombrero, préstamo del Whitney Museum, que ha cedido 14 obras del legado de Josephine N. Hopper, su viuda.

La pintura más temprana que cuelga en la muestra es: Figura solitaria en un teatro, de 1902-1094; el primer cuadro que vendió, Casa junto a la vía del tren, que en 1930 el famoso coleccionista Stephen Clarck compra y dona al recién inaugurado MoMA, y que inspiró a Alfred Hitchcock para hacer la película Psicosis.

También está la obra más significativa de su primera etapa: Soir Bleu, título tomado de un verso de Rimbaud, un inquietante cuadro de 1914 en el que Hopper se autorretrata como Pierrot, fumando, sentado en una mesa junto a Van Gogh.

Además, su última obra: Dos cómicos, de 1996, en la que vuelve a autorretratarse como Pierrot, junto a su mujer, vestida de Pierrette; ambos, personajes de la Commedia dell´Arte; estos son algunos de los cuadros del desolado mundo de Hopper.

La joven visitante ha recorrido ese universo en silencio, casi como todos los demás. A la salida, hay una instalación de Ed Lachman, quien propone imágenes de lo que podría haber estado mirando la mujer del cuadro "Sol matutino".

La chica, se coloca afuera de la obra que ha sido reproducido en tamaño real y mira por la ventana desde el mismo ángulo que el personaje de la obra, del otro lado hay edificios, luces, sombras. Se decepciona, la ciudad que pensó es distinta a la propuesta por Lachman, incluso diferente a la imaginada por el propio Hopper; afuera está Madrid, tratando de sobrevivir al despertar del sueño europeo.



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