Manual para principiantes II por Lulú Petite
Traigo un vestido blanco con estampado negro, estrapless, muy ceñido al cuerpo hasta la cintura y después una caída en dos aguas hasta arriba de las rodillas. Traigo zapatillas negras de tacón de aguja. Volteo a verte y mi cabello descubre mi espalda y hombros
Lulú Petite Despacito, voy trazando un camino de besos por tu cuerpo, en tu cuello, en tus hombros, en tu pecho, rozándote al mismo tiempo con mi cabello que cae sobre tu piel. (Foto: Lulú Petite )
Querido Diario:
El martes pasado nos quedamos a mitad del juego de la
imaginación. Se trata simplemente de que imagines que el protagonista de esta
historia eres tú y que cada cosa que sucede la estás viviendo tú, como una
forma de aprender cómo se juega este deporte.
¿En qué nos quedamos? Ah sí: Te estás lavando los dientes
con una toalla ceñida a la cintura, cuando escuchas que llamo a la puerta.
Miras tu reloj, llevas exactamente veintitrés minutos esperando, imaginando la
sensación de tus manos en mi piel y el sabor de nuestros besos. Si cuando me
llamaste estabas ganoso, ahora tus hormonas están vueltas locas, tanto que tu
cerebro no da para otra cosa que pensar en coger, en hacerme tuya.
Por eso el “toc, toc, toc” en la puerta te sobresalta.
Habías oído que generalmente anuncian a la chica desde la recepción. Esperabas
que te llamaran para preguntar si esperabas a alguien y te anunciaran que venía
para acá, pero como llegué directo al elevador, no pasé por la aduana de la
recepción y te sorprendí cepillándote los dientes.
Me recibes con un beso. Mi boca sabe a pastilla mentolada,
mis labios son suaves y reciben con agrado la caricia de los tuyos, todavía con
la frescura de la pasta dental. Me observas mientras paso a la habitación.
Traigo un vestido blanco con estampado negro, estrapless, muy ceñido al cuerpo
hasta la cintura y después una caída en dos aguas hasta arriba de las rodillas.
Traigo zapatillas negras de tacón de aguja. Volteo a verte y mi cabello
descubre mi espalda y hombros. Sonrío cuando veo que no quitas tus ojos de mi
trasero.
Mi pago lo tienes listo en el tocador y me pides que lo
tome. Te agradezco con una sonrisa y lo pongo en mi bolso. Me acerco de nuevo a
ti, pongo mis manos en tu pecho desnudo y te doy un beso. Sientes mis labios
asaltar los tuyos. Mido un metro sesenta centímetros, los tacones me ayudan a
ganar un poco de estatura, pero sigo siendo bajita y manejable. Tus manos me
acarician la espalda y tu lengua, traviesa, roza el filo de mis dientes. Tu
pene se endurece de nuevo y la toalla cae al piso.
Sin dejar de besarme, bajas el cierre de mi vestido como una
arañita que camina por mi espalda. Nuestras lenguas se baten en un beso
atornillado mientras tus manos resbalan de mi espalda hasta mis nalgas. Doy un
paso para atrás y te ayudo a quitarme la ropa. La acomodo en un sillón y regreso
a donde estás, sólo en tacones y panti, mis senos están desnudos, disponibles y
apetecibles. Me acerco a ti, pego mi cuerpo contra el tuyo, sientes mi piel
rozando la tuya, mis pezones duros surcando la piel de tu pecho, mi vientre
plano, mi cintura breve. Pones tu mano en mi espalda, justo donde comienzan las
nalgas y me das otro beso. Entonces te jalo poniendo mi mano en tu nuca y te
digo al oído:
-Cógeme.
Te tomo de la mano y te conduzco hasta la cama. Quito las
cobijas y te pido que te recuestes sobre las sábanas. Me obedeces con una
sonrisa y te acuestas boca arriba, con una mano detrás de tu nuca y la otra
acariciando tu erección. Se ve bien, y notas cómo se me antoja. Yo me subo a la
cama, sobre ti, con mis rodas a tus costados y te doy un beso en los labios.
Despacito, voy trazando un camino de besos por tu cuerpo, en tu cuello, en tus
hombros, en tu pecho, rozándote al mismo tiempo con mi cabello que cae sobre tu
piel. Con mi mano acaricio tu sexo, te lo arrebato. Sientes mi mano tomar tu hombría
y jalarla un poco, con suavidad. Tocas mis muslos, los acaricias, los sientes
tensos, duros, femeninos.
Me ves abrir el preservativo y ponérmelo en la boca,
entonces sientes como mis labios rodean tu pene y éste se va clavando, sientes
la caricia de mi lengua, siente como va hacia mi garganta, me retiras el
cabello que cae sobre mi cara, para ver como devoro tu hombría. Sientes rico.
Te dejas llevar, dejas que te la chupe.
-Súbete- me pides de pronto. No quieres terminar sin
probarme toda. Me pides que te monte y me ofreces tu erección. De frente te doy
un beso y, con las rodillas sobre el colchón y el cuerpo echado un poco hacia
atrás, me comienzo a clavar tu sexo. Lo hago despacito, para sentirlo y para
que sientas. Soy estrecha y tú lo notas, las paredes de mi vulva se ajustan
perfectamente a tu deseo. Exhalo. Sientes cómo disfruto teniéndote dentro.
Pones tu mano en mi abdomen cuando empiezo a moverme, te
gusta tocar un vientre plano, sentir unos senos redondos, buscar mis nalgas que
se mueven, acariciar mis pezones firmes, sentir el resorteo de mis muslos, cómo
tu cuerpo se clava en el mío, como estamos sintiendo esa gravedad maravillosa,
esos cuerpos que se atraen, ese pedacito de cielo. Entonces ves mi ombligo y
recuerdas: Sientes unas ganas tremendas de poner tu lengua en ese ombligo, de
probar la piel ¿Será salada? ¿Será dulce? ¿A qué olerá?
Me pides que cambiemos de posición, ahora quieres que yo me
recueste boca arriba. Y me besas, tocas mis pechos y, casi de inmediato, bebes
de mi ombligo. El olor es suave como a perfume floral, el tacto es exquisito y
el sabor, dulzón con ese toque salado que regala la actividad sexual. Me la
metes de un tirón, de frente, con tus manos en mis hombros y tus labios en un
beso. Bombeas varias veces antes de escuchar mis gemidos, mi grito ahogado, el
perlado sobre mis labios. Sientes que mis manos aprietan más tus hombros cuando
me vengo y eso te excita tanto que igual terminas llenando el condón con tu
simiente.
Después de una larga plática nos despedimos, hasta la
próxima, claro.
Un beso
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