Primero lo que deje por Lulú Petite
Besa bien y en sus caricias hay siempre un entusiasmo tan parecido al amor, que a veces me provoca reacciones inesperadas. Me gustan sus manos en mi cuerpo, me gusta el calor de su piel, la protección de su abrazo, la sinceridad de su afectoLulú Petite Después de todo, una tiene su corazoncito y siempre es rico sentirlo burbujear. (Foto: Lulú Petite )
Querido Diario:
Prometí evitarme encrucijadas. Llevármela este año tranquila
y con disciplina. Mi lema: “¡Primero lo que deje, después lo que apendeje!”.
Mis prioridades: la escuela, el trabajo y la columna. Después de todo, cada
prioridad tiene un propósito, graduarme, ahorrar y seguir escribiendo.
La escuela la termino en julio. Al menos termino con la
etapa de achatarme la mercancía en un pupitre. Termina la época de levantarse
de madrugada, la maestra mal cogida que augura a toda mi generación un triste
destino profesional y el maestro con cara de Lobo Precoz, fantaseando con las
pompis de esta inocente Caperuza estudiantil, las tareas interminables, los
exámenes, las dudas y las deudas; pero también termina el encanto de los
compañeros, la complicidad de los amigos, la impunidad del alumno (que echando
a perder aprende), la paciencia y la experiencia de los buenos profesores y
profesoras. Los recuerdos, el romance y, sobre todo, la sensación de triunfo
cuando al final de cada semestre llegaba la boleta con todas aprobadas.
Eso sí, terminar la escuela no es suficiente para sentirme
licenciada. Falta escribir mi tesis, liberar servicio social, presentar el
terrorífico examen profesional y demás show para titularme, de cuyos detalles
debí ocuparme antes, pero que como buena despistada, dejé para el último
momento.
No es que sea floja, equilibrar tiempos para trabajar y
terminar la escuela no es fácil. Claro, me ayuda mucho no tener horarios en la
chamba, pero para mantenerla a flote, hay que hacer malabares con el tiempo,
aprovecharlo bien, de otra forma, los días pasan y no vas cumpliendo metas.
Por eso este año era de puro hacer cosas positivas. No es
que pensara cerrarle los brazos (o las piernas) al amor o al cachondeo. Después
de todo, una tiene su corazoncito y siempre es rico sentirlo burbujear, pero me
tenía prohibidísimo poner esas liviandades delante las cosas que realmente
importan: escuela, trabajo y columna.
Claro que en esa ecuación no esperaba encontrarme entre dos
obras de Shakespeare: El amor de mi Romeo y los celos de mi Otelo. En estas yo,
inocente jovencita con la agenda más ocupada que un vagón de metro Hidalgo a
las 8:45, debo torear en mis tiempo libres brincando de Julieta a Desdémona, con
las románticas y bien intencionadas ganas de coger a toda hora de mi querido
Romeo, y los entripados celosos de mi también adorado amigo Mat.
Ayer estuve con él. Se portó lindo, me llevó un libro que
había estado buscando desde hace tiempo y se sentó largo rato a verme hacer la
tarea. Él sacó su computadora y se puso a escribir cosas de su trabajo. Una de
las maravillas de estos tiempos es que para trabajar no necesitas oficina, con
una laptop e internet, te basta y sobra. De pronto me salió chamba y, con el
perdón, le di un beso en la mejilla, le dije “te quedas en tu casa” y me fui a
atender al cliente.
Cuando regresé, me recibió con la cena lista. Mat es una
nulidad en la cocina, pero mandó pedir unos taquitos que me encantan y preparó
la mesa lo más románticamente que pudo. Cuando terminamos de cenar me preguntó
si podíamos hacer el amor. Desde que acordamos que podíamos coger siempre y
cuando controlara sus celos y pagara la cuota correspondiente, la normalidad ha
vuelto a nuestra relación. Como amigos es poca madre y como cliente la llevamos
bien.
Me levanté y nos dimos un beso. Sus manos en mi espalda, las
mías en su nuca. Besa bien (debo admitirlo), y en sus caricias hay siempre un
entusiasmo tan parecido al amor, que a veces me provoca reacciones inesperadas.
Me gustan sus manos en mi cuerpo, me gusta el calor de su piel, la protección
de su abrazo, la sinceridad de su afecto. La forma en que me posee, como en un
ritual amoroso muy solemne. Cuando entra, siempre lo hace con cuidado con
caricias suaves, como me gustan, besos pacientes y sexo con prisa.
Ayer me lo hizo al filo de mi cama, yo con las rodillas en
la orilla, colgadas hacia el piso. Él, completamente desnudo, me separó un poco
los muslos y entró. Despacito se fue clavando. Con sus piernas un poco dobladas
empezó a empujar y retraerse, para entrar y salir de mi cuerpo. Sus manos sobre
mis cobijas, su cuerpo extasiado, su voz temblorosa, sus besos sutiles. Se vino
al mismo tiempo que yo, cerramos los ojos y nos acurrucamos un rato desnudos en
mi cama.
Entonces sonó el teléfono. Era Romeo.
Un beso