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Primero lo que deje por Lulú Petite

Besa bien y en sus caricias hay siempre un entusiasmo tan parecido al amor, que a veces me provoca reacciones inesperadas. Me gustan sus manos en mi cuerpo, me gusta el calor de su piel, la protección de su abrazo, la sinceridad de su afecto
Despu?s de todo, una tiene su corazoncito y siempre es rico sentirlo burbujear

Lulú Petite Después de todo, una tiene su corazoncito y siempre es rico sentirlo burbujear. (Foto: Lulú Petite )

Ciudad de México | Jueves 15 de marzo de 2012 Lulú Petite | El Universal08:10

Querido Diario: 

 

Prometí evitarme encrucijadas. Llevármela este año tranquila y con disciplina. Mi lema: “¡Primero lo que deje, después lo que apendeje!”. Mis prioridades: la escuela, el trabajo y la columna. Después de todo, cada prioridad tiene un propósito, graduarme, ahorrar y seguir escribiendo.

 

La escuela la termino en julio. Al menos termino con la etapa de achatarme la mercancía en un pupitre. Termina la época de levantarse de madrugada, la maestra mal cogida que augura a toda mi generación un triste destino profesional y el maestro con cara de Lobo Precoz, fantaseando con las pompis de esta inocente Caperuza estudiantil, las tareas interminables, los exámenes, las dudas y las deudas; pero también termina el encanto de los compañeros, la complicidad de los amigos, la impunidad del alumno (que echando a perder aprende), la paciencia y la experiencia de los buenos profesores y profesoras. Los recuerdos, el romance y, sobre todo, la sensación de triunfo cuando al final de cada semestre llegaba la boleta con todas aprobadas.

 

Eso sí, terminar la escuela no es suficiente para sentirme licenciada. Falta escribir mi tesis, liberar servicio social, presentar el terrorífico examen profesional y demás show para titularme, de cuyos detalles debí ocuparme antes, pero que como buena despistada, dejé para el último momento.

 

No es que sea floja, equilibrar tiempos para trabajar y terminar la escuela no es fácil. Claro, me ayuda mucho no tener horarios en la chamba, pero para mantenerla a flote, hay que hacer malabares con el tiempo, aprovecharlo bien, de otra forma, los días pasan y no vas cumpliendo metas.

 

Por eso este año era de puro hacer cosas positivas. No es que pensara cerrarle los brazos (o las piernas) al amor o al cachondeo. Después de todo, una tiene su corazoncito y siempre es rico sentirlo burbujear, pero me tenía prohibidísimo poner esas liviandades delante las cosas que realmente importan: escuela, trabajo y columna.

 

Claro que en esa ecuación no esperaba encontrarme entre dos obras de Shakespeare: El amor de mi Romeo y los celos de mi Otelo. En estas yo, inocente jovencita con la agenda más ocupada que un vagón de metro Hidalgo a las 8:45, debo torear en mis tiempo libres brincando de Julieta a Desdémona, con las románticas y bien intencionadas ganas de coger a toda hora de mi querido Romeo, y los entripados celosos de mi también adorado amigo Mat.

 

Ayer estuve con él. Se portó lindo, me llevó un libro que había estado buscando desde hace tiempo y se sentó largo rato a verme hacer la tarea. Él sacó su computadora y se puso a escribir cosas de su trabajo. Una de las maravillas de estos tiempos es que para trabajar no necesitas oficina, con una laptop e internet, te basta y sobra. De pronto me salió chamba y, con el perdón, le di un beso en la mejilla, le dije “te quedas en tu casa” y me fui a atender al cliente.

 

Cuando regresé, me recibió con la cena lista. Mat es una nulidad en la cocina, pero mandó pedir unos taquitos que me encantan y preparó la mesa lo más románticamente que pudo. Cuando terminamos de cenar me preguntó si podíamos hacer el amor. Desde que acordamos que podíamos coger siempre y cuando controlara sus celos y pagara la cuota correspondiente, la normalidad ha vuelto a nuestra relación. Como amigos es poca madre y como cliente la llevamos bien.

 

Me levanté y nos dimos un beso. Sus manos en mi espalda, las mías en su nuca. Besa bien (debo admitirlo), y en sus caricias hay siempre un entusiasmo tan parecido al amor, que a veces me provoca reacciones inesperadas. Me gustan sus manos en mi cuerpo, me gusta el calor de su piel, la protección de su abrazo, la sinceridad de su afecto. La forma en que me posee, como en un ritual amoroso muy solemne. Cuando entra, siempre lo hace con cuidado con caricias suaves, como me gustan, besos pacientes y sexo con prisa.

 

Ayer me lo hizo al filo de mi cama, yo con las rodillas en la orilla, colgadas hacia el piso. Él, completamente desnudo, me separó un poco los muslos y entró. Despacito se fue clavando. Con sus piernas un poco dobladas empezó a empujar y retraerse, para entrar y salir de mi cuerpo. Sus manos sobre mis cobijas, su cuerpo extasiado, su voz temblorosa, sus besos sutiles. Se vino al mismo tiempo que yo, cerramos los ojos y nos acurrucamos un rato desnudos en mi cama.

 

Entonces sonó el teléfono. Era Romeo.

 

Un beso

 

Lulú Petite

 

 

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