Uno al día por Lulú Petite
Me invitó a pasar y, después de una muy breve plática, me pidió que me desnudara. Él quería mirar cómo me quitaba la ropa, sentado en un sillón. Me pidió que caminara y me diera una vueltecita antes de sentarme en sus piernas
Lulú Petite Me le quedé mirando, como buscando en sus ojos para interpretar qué quería. Él se me acercó y me dio un beso en los labios, primero tímido, poco a poco más cachondo. (Foto: Lulú Petite )
Querido Diario:
Antier me llamó un cliente.
-Hola. Soy Flavio- Me dijo en la puerta de su habitación,
interceptándome cuando estaba subiendo las escaleras. Me dio un beso en la
mejilla y me invitó a pasar con un ademán. Olía rico y tenía una sonrisa tierna.
Se veía joven, treintón, de cara bonita, moreno y muy alto,
como de uno noventa, con todo y tacones le llegaba apenas al pecho. Estaba
“cogible”, aunque dos-tres chonchis. En la calle hacía un calor de los mil
demonios, así que en cuanto entré, como el aire acondicionado estaba puesto,
sentí la habitación súper fría. Instintivamente me froté los brazos, que
llevaba desnudos, él lo notó y apagó el aparato.
-¿Te dio frío?- Preguntó
-Un poquito, es que se siente el cambio de la calle a aquí
adentro- respondí, luego nos quedamos callados cinco incómodos segundos de esos
que parecen largos.
-¿De dónde eres?- Le pregunté para hacer plática. Cuando
entré al garage, vi que las placas de su coche no eran chilangas. Naturalmente
sabía de dónde era, de qué otro lugar pueden ser unas placas con el cerro de la
silla en marca de agua y “Nuevo León” escrito en letras coloradas bajo el
registro alfanumérico.
-Soy de Monterrey- respondió con orgullo norteño- Me caen
bien los regios, todos los que he conocido son buena onda y querendones. Además
son muy divertidos cuando hablan con ese acento tipo Piporro.
Me le quedé mirando, como buscando en sus ojos para
interpretar qué quería. Él se me acercó y me dio un beso en los labios, primero
tímido, poco a poco más cachondo, acariciándome el cuerpo, levantándome el
vestido. Unos segundos después ya estábamos tirados sobre la cama, desnudos. Él
boca arriba, yo con su erección en mis labios.
-¿Podemos hacer un sesenta y nueve?- Preguntó acariciando mi
trasero.
-¡Claro!- Respondí, antes de prácticamente sentarme en su
cara y apretar contra su boca mis labios vaginales. Lo hizo tan bien, que en
unos minutos estaba ya sintiendo las cosquillitas del orgasmo. Después me tocó
cabalgarlo. El cuate estaba tan caliente, que prácticamente en cuanto me le
senté encima se vino.
Estuvimos platicando un rato en la cama. Nos la pasamos
bien. Él vino de Monterrey a un asunto de trabajo, generalmente tiene mucha
chamba y no sale de su tierra, pero ahora que estaba acá en la ciudad, venía
decidido a darse el gusto conmigo. Al despedirnos prometió que volvería a
llamarme antes de regresar a tierra regia.
Ayer, más o menos a la misma hora que antier, volví a
recibir su llamada.
-Hola Lulú, soy Flavio ¿Podemos vernos hoy?
-Hola corazón, claro que sí.
-¿Mismo lugar?
-Ok, llámame cuando tengas habitación.
-Por eso digo que mismo lugar, sigo en la misma habitación
-Perfectamente, voy para allá.
Bien pensado, si pretendía volver a llamarme y de todos
modos debía pagar hotel, se quedó hospedado donde nos vimos.
De nuevo hacía un calor insoportable. Me invitó a pasar y,
después de una muy breve plática, me pidió que me desnudara. Él quería mirar
cómo me quitaba la ropa, sentado en un sillón, acariciándose el pene. Me pidió
que caminara y me diera una vueltecita antes de sentarme en sus piernas. Allí
me dio un beso.
Estuvimos en ese sillón unos minutos, besándonos,
acariciándonos, conversando, riendo. Ya en la cama iniciamos con unos besos
sabrosísimos. Sentir su lengua jugar en mi boca, besar mis senos, mis hombros,
mi vientre. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos ya desnudos, conforme él
bajaba dando besos por las curvas de mi cuerpo. Entonces puso mis muslos sobre
sus hombros y me besó. Separando mis labios suavemente, buscó con su lengua mi
clítoris hasta ponerlo tenso, alerta, encantado. No pude dejar de gemir hasta
que me recetó un orgasmo parecido al del día anterior.
Sus manos se mantuvieron recorriendo mi cuerpo: vientre,
piernas, senos. Estuvo rico. Desde luego, me tocaba. Llevé su sexo a mi boca y
lo sentí crecer en ella. Recorrí su piel con la punta de mi lengua, lamí el
tallo, apreté un poco, chupé con entusiasmo. Al poco rato me pidió que lo
montara. Él ofreció su erección y yo me senté lentamente, sintiendo cómo, poco
a poco, aquella hombría me ocupaba profundamente.
Movimientos, besos, caricias, arremetidas. La danza suave de
dos cuerpos que se tienen, hasta que él anunció que se venía y luego “aghhhh
¡Qué rico!” Hay veces en este oficio que encuentras personas con quienes te
entiendes perfectamente en la cama.
Volvimos a platicar largo y tendido, sobre la vida, el
oficio, los foros, internet. Acordé con él que volvería a abrir cuenta en
Facebook. Nos despedimos de nuevo con la promesa de volver a vernos antes de
que regresara a Nuevo León.
Hace un rato recibí su llamada, quiere verme esta noche. Ya
me arreglé para gustarle y tuve tiempo para escribir este texto. Creo que se va
mañana y no sé si también me llame, pero hasta el momento se ha aventado uno al
día. No sé si de verdad le gusté mucho o de plano es un regio muy cachondo,
pero he de admitir que me encanta atenderlo. Cojamos pues.
Hasta el jueves




