En el baño por Lulú Petite
Era una mezcla encantadora de rudeza y ternura, de inexperiencia e instinto. Éramos dos chavitos, yo curtida por el trabajo, él experimentando los placeres de la carne, pero los dos disfrutando nuestra piel jovenLulú Petite Pegó su cara a mis senos y así se quedó unos segundos, sin moverse. (Foto: Lulú Petite )
Querido Diario:
Te contaba el martes de una fiesta con los clientes del
Hada, hace varios años. Éramos cinco chavas con unos diez señores onda
empresarios, todos ya con sus alcoholes bien servidos. Uno de ellos era algo
así como el jefe de la tribu y los demás retozaban a su alrededor.
No había servidumbre, pero si un chavito fresón, más o menos
de mi edad sirviendo los tragos (en ese entonces yo tenía diecinueve). La orgía
se puso a todo lo que daba. Cada chica, con sus mejores estrategias, se
organizaba para satisfacer a la clientela, ganosa de festejar con nosotras.
Cuando me metí a una recamara con uno de los señores, ya
habían parejitas cogiendo en los sillones, en la alfombra y en la mesa. Como yo
siempre he preferido cama, jalé al mío a un cuarto que tuviera una. El caso es
que ya en labor, al caballero ni cantándole el himno nacional se le puso firme.
Era tanta su guarapeta que en vez de coger, se quedó dormido.
Como en este negocio el intento es lo que cuenta, a ese
caballero yo ya tenía el derecho de cobrarlo, así que esperé un poco a ver si
despertaba, después me levanté y me dispuse a dejarlo roncar.
Me arreglé el vestido, retoqué el maquillaje y, cuando me
disponía a volver a la fiesta por si había un segundo candidato, escuché ruidos
en el baño de la habitación, desde la puerta entreabierta alguien tronaba los
labios: “pst, pst”.
Me asomé curiosa, a ver quién había estado de fisgón detrás
de la puerta, mirándome lidiar con las dificultades flácidas de aquel hombre y
los tequilas que traía encima. No me cabía en la cabeza que a alguien le
entusiasmara ver semejante fracaso.
Cuando entré al baño, vi que era el chavito que había estado
sirviendo los tragos. Me esperaba quietecito, con una tremenda erección bajo
sus pantalones, temblando como conejito, con sus ojos suplicantes y la voz
trémula.
-¡Hazlo conmigo!- Me dijo -Yo también te pago- remató antes
de permitir que yo le contestara. Entonces sacó varios billetes y los puso
sobre el lavamanos. Era un poco más de lo que cobraba por servicio.
Eran como las dos de la madrugada. Los fiesteros ya estaban
más ebrios que ganosos, y entre atender a un chavito calenturiento de mi edad
con ganas de experimentar algo nuevo o salir a pescar a un pedote con más ganas
de meter mano que gol, pues tenía que tomar una decisión muy sencilla.
Le di un beso al chavito y me metí con él al baño. Saqué un
preservativo de mi bolsa, le desabroché el pantalón y le vestí la erección con
el globito de látex. Él me tomó de la cintura, me empujó suavemente hasta pegar
mi espalda al mosaico, levantó mi falda, hizo a un lado mi lencería y me la
clavó allí mismo de una sola estocada.
Sentí entre mis piernas la irrupción destemplada de ese
pedazo tibio de carne viva. Sentí cómo casi me levantaba en vilo con cada
estocada, como al entrar mis talones se levantaban del piso y su cuerpo pasaba
al mío. Recuerdo que puso sus manos en mis nalgas y se metía con la
desesperación de quien quiere apagar una calentura brava, como la de las fieras
en celo. Sus labios, agitados, saciaban su sed en los míos, trataban de visitar
mi escote, de hurgar en mi cuello, de probar los lóbulos de mis orejas.
Era una mezcla encantadora de rudeza y ternura, de
inexperiencia e instinto. Éramos dos chavitos, yo curtida por el trabajo, él
experimentando los placeres de la carne, pero los dos disfrutando nuestra piel
joven, nuestros besos sinceros, nuestra calentura, nuestras ganas locas de
sentir esa alegría de vivir que proporciona el sexo placentero.
Llegó un momento en qué, para disfrutar de mi orgasmo, me
colgué de su cuello y lo rodeé con mis piernas. Él, con un movimiento suave, me
sentó en el lavamanos y siguió clavándome, poseyéndome, haciéndome sentir cosas
inesperadas en una noche de trabajo. Entonces se vino. Las piernas le temblaban
y la voz se le quebró. Inundó el condón con una copiosa eyaculación, después
pegó su cara a mis senos y así se quedó unos segundos, sin moverse, aún con su
sexo dentro mío. De pronto, levantó la cabeza, sonrió y me dio un beso. La sacó
con cuidado, se quitó el condón y salió corriendo del baño, repitiendo:
-Gracias… gracias… gracias…
Cuando salí el ñor con el que entré al cuarto seguía
roncando como león. Nunca imaginé volver a ver a ese chavito hasta hace unos
días. Coincidimos en una fiesta de amigos, los años le sentaron bien, se veía
guapo. Si no me había reconocido, creo que al menos le quedó la duda cuando vio
lo nerviosa que me puse. No dijo nada.
No es un amigo muy cercano de Romeo, pero si abre de más el
pico, puede ponerle en la torre a esto que apenas está comenzando con esta
Capuleto de la Nápoles. Lo más gracioso es que ¿Sabes dónde estaba Romeo cuando
me encontré con aquel fantasma del pasado? Pues sí ¡En el baño! ¡Picarón!
Un beso