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De tal palo con Lulú Petite

Puso sus labios en mis pezones y apretó suavemente. Yo le abrí la camisa y hundí mis dedos en el pelo de su pecho

Lulú Petite Se hizo un buen cliente. Cuando llama, sé que me espera muy buen sexo y una espléndida conversación. (Foto: Lulú Petite )

Ciudad de México | Martes 23 de agosto de 2011 Lulú Petite | El Universal08:16

Querido Diario:

-Me llamo Thomas, con hache- Me dijo cuando nos conocimos, como para distinguirse de los Tomás sin hache (cuyo acento se pronuncia en la "a" y no en la "o"). Es un hombre próspero, atractivo y carismático, de cincuenta y tantos años, delgado, un poquito más alto que yo, ojos azules muy chiquitos y el cabello prematuramente blanco. Aunque se siente -por la textura de su piel- que es de barba cerrada, siempre está perfectamente afeitado y muy pulcro. Generalmente viste ropa casual, pero de muy buen gusto y huele delicioso. Es, además, un buen amante y un espléndido conversador.

El día que lo conocí había despertado cachonda. Con ganas de pasarla bien con algún cliente. Encendí el teléfono y, en lo que salía chamba, abrí mi compu. Tenía la responsable intención de escribir mi colaboración para El Gráfico (escribo mejor cuando ando ganosa), el caso es que -para no variar- me distraje respondiendo correos electrónicos y tuiteando. Entre cosa y cosa me dieron las dos de la tarde y me preparé de comer. Para cuando iba a comenzar a escribir, recibí la llamada de Thomas.

Como ya había dicho, tenía ganas de parchar, así que entre usar la calentura para inspirar mi colaboración o calmarla con un buen cliente (y una lana), me decidí por atender a Thomas. Me metí a bañar, me puse bonita y justo a la hora que habíamos acordado, toqué a su puerta.

-Soy Lulú- Me presenté
-Me llamo Thomas, con hache- Respondió él.

La conversación se desarrolló con fluidez. Le pregunté a qué se dedicaba, si era casado, qué le parecía el clima y las demás naderías que se preguntan para romper el hielo con un perfecto desconocido a quien te has de tirar minutos después. Él me respondía en automático, sin dejar de mirar mis tetas. Es casado, tiene tres hijos ya pasados de los veinte, es empresario y demás datos a medias que iban armando la primer conversación.

De pronto nos quedamos callados, él con sus ojos en mi escote, desnudándome con la mirada, yo acariciando su brazo tupido de vellos. Entonces se me echó encima, con un beso competente. Sus manos fueron a mis pechos y los sacaron del escote. Puso sus labios en mis pezones y apretó suavemente. Yo le abrí la camisa y hundí mis dedos en el pelo de su pecho.

Estuvimos un rato en la cama, besándonos desnudos, hasta que él se levantó, abrió un condón, se lo colocó y se paró frente a mí, dirigiendo con la mano su miembro hacia mi cara. Entendí la sugerencia y me lo llevé a la boca.

-Quiero penetrarte- Me dijo.

Me dejé caer boca arriba sobre la cama, con las piernas separadas, una mano en mis pechos y la otra rozándome el clítoris. Él se subió a la cama y me penetró al instante, acoplándose perfectamente a mi deseo, que estaba a punto de turrón.

Después de esa primera vez vinieron otras. Se hizo un buen cliente. Cuando llama, sé que me espera muy buen sexo y una espléndida conversación. Siempre tiene temas interesantes de qué hablar y un impecable sentido del humor. Me encanta atenderlo y, con el tiempo, además de cliente, se ha convertido en algo así como mi amigo.

Hace unos días, sin embargo, sucedió algo que me dejó de a seis. Igual estaba comenzando a escribir mi colaboración, cuando recibí la llamada de un chavo preguntándome si podía atenderlo en ese momento. Era martes -como hoy- y aunque estaba vestida para trabajar en cuanto saliera algo, no tenía aún ninguna cita programada, así que cerré mi compu y me fui al hotel acordado a atender al chavo.

Tardé unos veinticinco minutos en llegar, cuando me abrió la puerta casi me voy de nachas. Era un tipo guapo, delgado, más o menos de mi edad, un poquito más alto que yo, ojos azules muy chiquitos y el cabello rubio. Tenía la espalda ancha y los brazos y pecho tupidos de vello. Estaba recién afeitado, pero con la sombra de esas barbas que crecen rápido. Era el vivo retrato de Thomas, pero con menos de la mitad de su edad. Me le quedé mirando sorprendida, con los ojos redondos como monedas e incrédula de que el mundo fuera tan chiquito.

-Soy Lulú- Me presenté
-Me llamo Thomas, con hache- Respondió él, para terminar de sorprenderme.

Claro, lo atendí. Ni modo que le dijera que no podía ponchármelo porque ya había pasado por las armas de su papá. Afortunadamente él no tenía ni idea y no fue sino una coincidencia o el hecho de que comparten los mismos gustos, el caso es que, acá entre nos y ya poniéndome a comparar, aunque puedo decir que el hijo está más guapo, el padre coge mejor. Lo que hay que ver.

Hasta el jueves

Lulú Petite



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