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El profe con Lulú Petite

"Se puso de rodillas para desabrochar mis tenis. Me senté en la cama para dejar que me los quitara, luego jaló los pants y la lencería para dejarme sin más prenda que mis calcetas"

Fin de clases Él metió su mano por mi camiseta y la levantó buscándome los senos, los apretaba suavemente, como calándolos. (Foto: Lulú Petite )

Ciudad de México | Martes 12 de julio de 2011 Lulú Petite | El Universal08:40

Querido Diario:

Hace unos días me contrató un profesor. No mío, desde luego, pero sí profesor de otra universidad. Es un señor atractivo, no muy alto, de cuarenta y tantos, tirándole a cincuenta, delgado, cabello corto, sonrisa colgate y buena conversación. Trae un bigotito entre Pedro Infante y Lupillo Rivera que no le sienta tan bien y ojos negros, profundos como abismos.

Lo vi saliendo de mi escuela, justo después de celebrar el inicio del periodo vacacional. Me alivia tener unas semanas para levantarme un poco más tarde, tener más tiempo para la chamba y, cumplir con mi promesa de visitar Veracruz, Cuernavaca, Puebla y otras ciudades, además, cada verano es un peldaño más para mi título.

El profe llamó temprano, también para él iniciaban las vacaciones (al menos frente a grupos) y quería celebrarlo conmigo. Cuando llamó pidió vernos lo más temprano que me fuera posible. Le expliqué que estaba en la escuela y que debía pasar a mi casa a ponerme linda para atenderlo, pero me rogó que no lo hiciera, me hizo jurarle que iría a verlo con la ropa que llevaba puesta.

Casi todos los días, antes de la escuela voy al gimnasio, así que llego con pants y el cabello agarrado con una cola de caballo, coqueta sí, pero nada que ver con la forma en que me arreglo para ir a trabajar. Después de todo, los clientes pagan para que, además de hacerles el amor, nos veamos súper lindas, así que generalmente antes de empezar a trabajar, paso a mi casa a arreglarme. Le advertí que traía ropa deportiva, muy femenina, pero no glamorosa. De todos, insistió que así me fuera.

Volvió a llamar justo a la hora en que le dije que salía de la escuela, para confirmarme el número de habitación que tenía en el hotel que habíamos acordado. Cuando llegué, me explicó. Según él, algunos de sus colegas han tenido aventuras con alumnas, pero él es muy tímido para eso y, como es casado, le aterra la posibilidad de tener que enfrentar un escándalo.

El caso es que, aunque no lo haga, ganas no le faltan. Según dice, hay alumnas que le tiran el chon o, al menos, le dan a entender que están disponibles. Él, además del miedo a meterse en líos, siente que eso, por más que la chavita lo consienta, no deja de ser una situación de riesgo, en la que puede estar en juego una calificación, un trato preferencial, un chantaje, así que, como buen profesional, aunque no le falten, se aguanta las ganas.

Por eso le encantó la idea de que fuera a verlo vestida como voy a la escuela. Aunque yo no sea su alumna, le pareció muy cachondo imaginar que sí, que era una de las estudiantes, más o menos de mi edad y apariencia, que tanto se le antojan y a quienes nomás mira pasar, como al bocado prohibido, al deseo reprimido, la prudencia, el imposible.

Estuvimos platicando un rato y me explicó todo eso, después, como si de pronto un embrujo se hubiera apoderado de él, puso su mano en mi trasero y me dijo al oído que le encantaba. Sonreí, puse mis brazos sobre sus hombros, le acaricié la nuca y besé sus labios. Él metió su mano por mi camiseta y la levantó buscándome los senos, los apretaba suavemente, como calándolos. Lo hacía bien y, entre los besos y las caricias, comenzaba a ponerme a tono. Con nuestros labios pegados y arrimándome su cuerpo, me sacó la playera y el sostén, me estuvo besando las tetas un rato, lamiendo mis pezones, acariciándolos. Se puso de rodillas para desabrochar mis tenis. Me senté en la cama para dejar que me los quitara, luego jaló los pants y la lencería para dejarme sin más prenda que mis calcetas, separó mis muslos y empezó a juguetear a lengüetazos entre mis piernas, me dejé caer de espaldas sobre la cama, ya con mis corvas en sus hombros.

Cuando él se levantó, yo me volví a sentar sobre la cama y le desabroché los pantalones, le puse un condón y me la llevé a la boca. Después de un rato, me puso en cuatro a la orilla de la cama y me la metió hasta el fondo de una estocada. Sentí una convulsión por todo el cuerpo, él tomó mi cintura con sus manos y empezó a jalarme hacia él marcando el ritmo a nuestros movimientos. Cuando me vine, él siguió moviéndose, haciéndome sentir, dándome rico en cada embestida, yo grité cuando sentí venir un segundo orgasmo, me retorcí y arqueé mi cuerpo, empujando la cama con mi cabeza. Al empinarme así, sentí la penetración más profunda, y sentí también como su sexo se hinchaba y palpitaba hasta vaciarse dentro de mí, entre los gemidos de ambos. Fue una delicia.

Me encanta cuando empiezan bien las vacaciones.

Un beso

Lulú Petite



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