Desayuno con Lulú Petite
No he de negar que iba nerviosa. No voy a negar tampoco que el lunes, en la tarde, me preparé para lucir guapísimaQuerido Diario:
Y
sí, el martes desayunamos. En un restaurancito muy mono de Insurgentes
Sur, casi llegando a Miguel Ángel de Quevedo. Un lugar pequeño y
acogedor, de esos donde se reúnen para
almorzar, platicar de cosas serias, hacer negocios o tomar acuerdos
profesionistas, políticos, artistas, empresarios y demás personas que
trabajan donde no se checa tarjeta.
La
mayoría de los comensales rebasan las cuarenta primaveras y casi todas
las mesas son para cuatro personas. Llegué a las nueve y cuarto. Siempre
en una cita de "no trabajo"
es bueno probar la paciencia del galán, darte a desear, que imagine lo
que viene y volteé a la puerta cada que se abra. Me puse unos tacones
altos y un vestido corto de botones, de esos que abrochando o
desabrochando te dejan decidir lo imprudente del escote.
Me puse encima una gabardina azul oscuro, del mismo tono que el vestido
y que me hacía no parecer una loca con ropa tan ligera en estos días
tan caprichosos.
No
he de negar que iba nerviosa. Con un ejemplar de El Gráfico en la
bolsa, el cabello suelto y el maquillaje cubriendo mi incertidumbre. No
voy a negar tampoco que el lunes,
en la tarde, me preparé para lucir guapísima. Fui a que me hicieran la
cara, manicure, pedicure, que me arreglaran el cabello y el resto de
hojalatería y pintura que una buena consejera de imagen recomienda para
lucir como una invitación a la lujuria. Antes
de entrar respiré hondo, me concentré para que no se me notara que iba
como una venadita en cacería y empujé la puerta.
Me
recibió un señor ya grande, con una cara de esas de infinita amabilidad
y una solemnidad que lo hacía parecer el mayordomo de la reina de
Inglaterra.
-La mesa del señor Goliat F. por favor- Anuncié
-Con mucho gusto señorita, por aquí.
Apenas
alcé la vista y allí estaba, levantándose para recibirme. Si no he
negado lo anterior, menos voy a negar que me impresionó verlo de traje,
con su sonrisa tosca y su mirada
tierna, con su cabeza rapada, su camisa blanca, su corbata azul y su
saco negro. Se veía guapísimamente distinto. Sentí que todos nos miraban
cuando caminé hacia él. Generalmente, cuando llego a su habitación,
brinco a comerle los labios, fue distinto saludarlo
frente a más gente, con un beso en la mejilla.
El
desayuno estuvo delicioso. Resulta que es abogado y que es, además, de
aquellos bien perrones. Cuando era más joven trabajó en gobierno, le
encanta hacer ejercicio, es divorciado,
tiene cuarenta y tres años y dos hijos.
Platicamos
largo rato, aun así, no me atreví a sacar el periódico y dárselo a
leer, como lo tenía planeado. Todo el tiempo sentía que el corazón se me
salía, me emocionaba cuando
aprovechaba cualquier pretexto en la conversación para acariciarme las
manos, cuando me clavaba esa mirada de acero y dulce en mis ojos, cuando
peinaba mi cabello.
Tenía
que decirle que no me latía la idea de comenzar nada distinto a una
relación cliente-proveedora. Que adoro acostarme con él, pero que lo
nuestro era un asunto de negocios
y nada más. El caso es que no me atreví, por el contrario, deseaba
entregármele, comérmelo, arrancarle a girones ese traje y besarle los
brazos, comerle el sexo, obligarlo a poseerme.
Afortunadamente, cuando pedimos la cuenta, propuso que de ahí nos fuéramos a un hotel.
-¿Cómo cliente?- Pregunté tajante, pero sonriendo, ganosa.
-¡Claro!- Respondió de inmediato.
-Ok, entonces, déjame a mí invitar el desayuno- dije haciéndome la chistosa.
-De ningún modo- sentenció poniendo su tarjeta en la cuenta y pidiendo que agregaran la propina.
Dejé
mi coche en el valet y nos fuimos en el suyo al motel de siempre. Por
primera vez llegamos juntos, desde el carro, su mano comenzaba a
acariciar mis muslos, a buscar entre
mis piernas, a mover mi lencería. A penas entramos al cuarto y me pegué
a su boca. Aventé la gabardina a la cama, uno a uno aflojé los botones
de mi vestido hasta quedar frente a él, en lencería y tacones.
Él,
también desnudo, se arrodilló en la cama con el sexo erecto apuntando
al techo, yo, dándole la espalda, me fui clavando mientras torcía mi
cuello para encontrar su beso
y, entonces, otra vez, lo dejé hacerme suya como él quiso y obligándome
a adorar mi buena suerte.
Después del amor, regresamos al restaurante por mi coche. Cuando nos despedimos, me miró a los ojos y, sonriendo, me dijo:
-Me encantó tu columna de hoy en el Gráfico, la leí en internet, mientras llegabas.
Sonreí
y le lancé un beso, después de todo ¿Qué? Ya estaba bien desayunada,
bien cogida y bien pagada ¿Podía haber comenzado mejor el día?





