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Desayuno con Lulú Petite

No he de negar que iba nerviosa. No voy a negar tampoco que el lunes, en la tarde, me preparé para lucir guapísima

Lulu Petite Desayuno. (Foto: Archivo )

Ciudad de México | Jueves 07 de julio de 2011 Lulu Petite | El Universal09:44

Querido Diario:

Y sí, el martes desayunamos. En un restaurancito muy mono de Insurgentes Sur, casi llegando a Miguel Ángel de Quevedo. Un lugar pequeño y acogedor, de esos donde se reúnen para almorzar, platicar de cosas serias, hacer negocios o tomar acuerdos profesionistas, políticos, artistas, empresarios y demás personas que trabajan donde no se checa tarjeta.

La mayoría de los comensales rebasan las cuarenta primaveras y casi todas las mesas son para cuatro personas. Llegué a las nueve y cuarto. Siempre en una cita de "no trabajo" es bueno probar la paciencia del galán, darte a desear, que imagine lo que viene y volteé a la puerta cada que se abra. Me puse unos tacones altos y un vestido corto de botones, de esos que abrochando o desabrochando te dejan decidir lo imprudente del escote. Me puse encima una gabardina azul oscuro, del mismo tono que el vestido y que me hacía no parecer una loca con ropa tan ligera en estos días tan caprichosos.

No he de negar que iba nerviosa. Con un ejemplar de El Gráfico en la bolsa, el cabello suelto y el maquillaje cubriendo mi incertidumbre. No voy a negar tampoco que el lunes, en la tarde, me preparé para lucir guapísima. Fui a que me hicieran la cara, manicure, pedicure, que me arreglaran el cabello y el resto de hojalatería y pintura que una buena consejera de imagen recomienda para lucir como una invitación a la lujuria. Antes de entrar respiré hondo, me concentré para que no se me notara que iba como una venadita en cacería y empujé la puerta.

Me recibió un señor ya grande, con una cara de esas de infinita amabilidad y una solemnidad que lo hacía parecer el mayordomo de la reina de Inglaterra.

-La mesa del señor Goliat F. por favor- Anuncié

-Con mucho gusto señorita, por aquí.

Apenas alcé la vista y allí estaba, levantándose para recibirme. Si no he negado lo anterior, menos voy a negar que me impresionó verlo de traje, con su sonrisa tosca y su mirada tierna, con su cabeza rapada, su camisa blanca, su corbata azul y su saco negro. Se veía guapísimamente distinto. Sentí que todos nos miraban cuando caminé hacia él. Generalmente, cuando llego a su habitación, brinco a comerle los labios, fue distinto saludarlo frente a más gente, con un beso en la mejilla.

El desayuno estuvo delicioso. Resulta que es abogado y que es, además, de aquellos bien perrones. Cuando era más joven trabajó en gobierno, le encanta hacer ejercicio, es divorciado, tiene cuarenta y tres años y dos hijos.

Platicamos largo rato, aun así, no me atreví a sacar el periódico y dárselo a leer, como lo tenía planeado. Todo el tiempo sentía que el corazón se me salía, me emocionaba cuando aprovechaba cualquier pretexto en la conversación para acariciarme las manos, cuando me clavaba esa mirada de acero y dulce en mis ojos, cuando peinaba mi cabello.

Tenía que decirle que no me latía la idea de comenzar nada distinto a una relación cliente-proveedora. Que adoro acostarme con él, pero que lo nuestro era un asunto de negocios y nada más. El caso es que no me atreví, por el contrario, deseaba entregármele, comérmelo, arrancarle a girones ese traje y besarle los brazos, comerle el sexo, obligarlo a poseerme.

Afortunadamente, cuando pedimos la cuenta, propuso que de ahí nos fuéramos a un hotel.

-¿Cómo cliente?- Pregunté tajante, pero sonriendo, ganosa.

-¡Claro!- Respondió de inmediato.

-Ok, entonces, déjame a mí invitar el desayuno- dije haciéndome la chistosa.

-De ningún modo- sentenció poniendo su tarjeta en la cuenta y pidiendo que agregaran la propina.

Dejé mi coche en el valet y nos fuimos en el suyo al motel de siempre. Por primera vez llegamos juntos, desde el carro, su mano comenzaba a acariciar mis muslos, a buscar entre mis piernas, a mover mi lencería. A penas entramos al cuarto y me pegué a su boca. Aventé la gabardina a la cama, uno a uno aflojé los botones de mi vestido hasta quedar frente a él, en lencería y tacones.

Él, también desnudo, se arrodilló en la cama con el sexo erecto apuntando al techo, yo, dándole la espalda, me fui clavando mientras torcía mi cuello para encontrar su beso y, entonces, otra vez, lo dejé hacerme suya como él quiso y obligándome a adorar mi buena suerte.

Después del amor, regresamos al restaurante por mi coche. Cuando nos despedimos, me miró a los ojos y, sonriendo, me dijo:

-Me encantó tu columna de hoy en el Gráfico, la leí en internet, mientras llegabas.

 Sonreí y le lancé un beso, después de todo ¿Qué? Ya estaba bien desayunada, bien cogida y bien pagada ¿Podía haber comenzado mejor el día?



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