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En el tráfico con Lulú Petite

Excitada todavía, puse mis manos en la suya y la saqué de donde andaba, la acomodé en el lugar correcto y moviéndola desde la muñeca le enseñé el ritmo y la presión ideales, después solté y me abandoné a las sensaciones

Atorada en el tráfico "Cerré los ojos y dejé que las burbujas en mi sangre treparan de mi sexo, al vientre y de allí se distribuyeran por mis zonas más sensibles, hasta que reventaron en un grito, en un caudal de oxígeno que desbordó mi espina dorsal y fue a crisparme hasta la última de mis terminales nerviosa". (Foto: Lulú Petite )

Ciudad de México | Martes 07 de junio de 2011 Lulú Petite | El Universal07:49

Querido Diario:

Hoy vi algo interesante. Para no variar, el tráfico a reventar, el calor igual de inclemente que en las últimas semanas y todos encerrados en nuestros carros, con cara de mal humor y de prisas, dispuestos a recordársela al primero que nos robara un segundo en ese estancamiento interminable.

Así estábamos, en una fila perpetua entre Padrotismo y Benjamín Franklin: Se ponía la luz verde, sonaba un concierto de bocinazos, pasaban tres coches y los demás nos hacíamos pelotas. Los bocinazos arreciaban cuando la luz cambiaba a amarillo y se volvían mentadas, cuando el rojo nos marcaba el alto.

Así, de tres en tres, se iba desahogando una enorme hilera de energúmenos, urgidos de llegar a nuestros destinos. Para acabarla de amolar, se veía que, si Patriotismo iba lento, Benjamín Franklin era un inmundo estacionamiento. Niños vendiendo chicles, limpiaparabrisas, un señor vendiendo aguas, repartidores de volantes y peatones, todos se movían más rápido que el montón de vehículos que tuvimos a bien meternos en semejante atolladero.

Por si fuera poco, ya cuando estaba acercándome a la esquina y la luz verde nos dio esa efímera esperanza de avanzar un poco, al coche de enfrente le valió gorro. Como si no estuviera tripulado, no se movió ni un milímetro, a pesar del sonoro claxoneo de "me saludas a la tuya" con que fue vituperado.

Desde luego, mi claxon y vocecita no se hicieron del rogar para reclamar al inútil de enfrente, que no hubiera reaccionado al paso del verde. Como buena chilanga, aventé lámina, me alcancé a colar al carril de al lado y aunque el inevitable rojo suspendió mis sueños de fuga, quedé al menos en primera fila para el siguiente verde y a un ladito del mequetrefe que bien merecidos tenía los insultos que pensaba dedicarle, cuando volteé a verlo, me encontré con algo sorprendente.

El tipo, valiéndole gorro el mundo, prácticamente se estaba tirando a su chava, allí, a mitad del tráfico, con los labios en su boca y los pechos casi de fuera, acariciándoselos, el papacito se estaba dando una agasajada de aquellas. Ya tenía la ventana abajo y el grito listo para dispararlo, pero la escena casi porno me dio tanta maldita ternura, que junté las yemas de mis dedos y les lancé un beso. La chava vio mi ademán, sonrió y le dijo algo al tipo que, de inmediato, se incorporó y puso atención al tráfico.

Si soy sincera, el hecho me trajo a la memoria una de mis experiencias más eróticas. Hace varios años, con un novio que tenía, fuimos a cenar y, como es costumbre, nos encontramos con un embotellamiento. Si mal no recuerdo, comenzaban con la construcción del segundo piso y, si de por sí en el día el tráfico estaba del nabo, a ciertas horas de la noche, corrías el riesgo de caer en trampas de avenidas cerradas, sin otro consuelo que hacerte de una paciencia budista.

Y así fue, en un momento íbamos circulando bien y de pronto ¡Zaz! Estábamos atrapados en un hilera de esas que ni para delante ni para atrás, estás condenado a memorizar las placas del de enfrente hasta que a alguien se le ocurra hacer más transitable el embudo. Ya en el tráfico, mi novio y yo comenzamos a besarnos, cómo él iba manejando, no podía distraerse demasiado, así que, cuando traté de sacársela para hacerle más placentero el viaje, él lo evitó, en cambio, metió su mano bajo mi falda.

La ventaja de los coches automáticos, a mitad de un tráfico interminable, es que con una mano basta y sobra para conducirlo. Así que puso su mano derecha entre mis piernas. Gemí fuerte cuando metió sus dedos con brusquedad y empezó a moverlos rápidamente, como si cavara un hoyito en la arena. Se sentía rico pero, no sé porque algunos hombres piensan que autocomplacer a una mujer implica una especie de exploración ginecológica en busca del ovario perdido o te pican como si en vez de ponerse románticos, les hubieras dicho que tenías comezón.

Excitada todavía, puse mis manos sobre la suya y la saqué de donde andaba, la acomodé en el lugar correcto y moviéndola desde la muñeca le enseñé el ritmo y la presión ideales, después solté y me abandoné a las sensaciones. Él, mansito, entendió rápido las instrucciones y supo interpretar los gestos y gemidos que me provocaba con sus dedos bien aplicados.

Cerré los ojos y dejé que las burbujas en mi sangre treparan de mi sexo, al vientre y de allí se distribuyeran por mis zonas más sensibles, hasta que reventaron en un grito, en un caudal de oxígeno que desbordó mi espina dorsal y fue a crisparme hasta la última de mis terminales nerviosas. Cuando abrí los ojos, el tráfico ya no estaba allí. Llegamos rápido a mi depa y ahí le devolví las atenciones, ponchando como conejitos hasta quedarnos dormidos.

Un beso

Lulú Petite



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