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Entre citas con Lulú Petite

Qué rico es que te paguen por consentirte, qué rico es saberte deseada. De verdad que si el placer es una droga, me declaro adicta. ¡Ah, que maravilloso trabajo tengo, me cae!, confiesa nuestra pícara colaboradora

Entre citas Nuestra bella colaboradora nos relata en su nueva intervención las sensaciones inexplicables que vivió con uno de sus más recientes clientes. (Foto: Lulú Petite )

Ciudad de México | Martes 13 de julio de 2010 Lulú Petite | El Universal07:56

Querido Diario:


Hoy atendí a un tipo especialmente guapo. Cuarentón, bien conservado, con algunas canas iluminando sus sienes, mirada profunda y porte elegante. Me gustó. Para acabarla de amolar, besaba riquísimo, su lengua sabía a menta y sus labios eran suaves, pero eficaces.


Me tomó por la cintura y, sin dejar de besarme, metió la mano por debajo de mi falda, acarició mis muslos y buscó reacciones entre mis piernas, rozó mi lencería que (¡oh vergüenza!) para ese momento ya estaba empapada. Me sonrojé, él sonrió y me apretó contra su cuerpo haciendo de aquel beso una experiencia más franca.


Nos recostamos desnuditos. Guiada por él, acaricié sus muslos, tomé el miembro hinchado y anhelante, para llevármelo a la boca. Él puso su mano en mi nuca y suspiró, jugaron labios, saliva, succión. Me excitó más verlo tan dispuesto. Después, me puso boca abajo, con una almohada bajo el vientre, levantándome un poco y dejando mi sexo expuesto a sus caricias.

Separó mis piernas y jugueteó con su lengua entre ellas, después, despacito, fue entrando. Me tomó por la cintura y me hizo el amor, empujándome y jalándome hacia él como si lo gobernara el ritmo del mar. No pude sofocar un grito cuando al fin me llevó a las estrellas.


Salí contenta. Bien cogida y mejor pagada. A veces me pregunto si tendré algo descompuesto en la sesera como para pasarla tan bien con perfectos desconocidos (a veces no tan perfectos y, con el tiempo y la reincidencia, tampoco tan desconocidos). El caso es que a veces pienso que debería sentir al menos culpa o un poquito de vergüenza, pero no, simplemente me siento de maravilla.


Y es que cuando reviso los manuales de supervivencia femenina o los prontuarios de consejos que libros, revistas y panfletos de moda nos dan para abrirnos paso en un mundo primordialmente masculino, me convenzo de que simplemente soy una mujer moderna y segura, que disfruta su sexualidad y sabe sacarle provecho.


He de admitirlo, las prostitutas la pasamos bien. Desde luego no hablo por todas, me ha tocado conocer chavitas que viven entre la explotación y la tortura. Niñas en tacones que tienen que pasar horas entre una banqueta y los resortes destemplados de un colchón maltrecho, de hombres agresivos y hoteles miserables, de dolor, de abuso.

Sé que hay millones de historias de terror en el oficio al que me dedico, historias de mujeres tristes a las que respeto mucho, pero con quienes no me identifico.


Para mí, trabajar en esto ha sido otra cosa. Sin explotadores ni padrotes, sin ir con nadie a la fuerza ni ser obligada a hacer algo que no quiero. Me manejo en un nivel equilibrado, en el que tirarme a un cliente resulte bueno para los dos. Yo me voy bien pagada y él se queda bien cogido, sin injusticias, abusos ni remordimientos.

Desde luego hay malos ratos y anécdotas más escalofriantes que un invitado de Laura en América (Y que paaaase el desgraciaoooo), pero son cosas manejables que, después de vivirlas, se convierten en pretextos para reír o en cosas para contarle a este diario.


Por eso me gusta escribir, desahogarme y describir aquí lo que hago, con la pimienta y el picante de un relato erótico, pero sin llegar a la vulgaridad de contar a qué les olía ni dónde me salpicaron. Creo que hablando de sexo, siempre es más estimulante lo que se va dejando a la imaginación.


El caso es que estaba por subirme al coche cuando sonó el teléfono. Era Carlos, un cliente de fuera con buen varo y varios negocios acá en el defectuoso, que me llama cuando, entre una reunión y otra, le queda un rato libre.


-Quiobo Bichita- me dijo -ando acá ¿podemos vernos?

-Claro cosita, ¿cómo a qué hora?

-¿Podrás ahorita?

-Ok, con mucho gusto


Acordamos vernos en el mismo hotel, así que, para hacer tiempo, saqué mi lap del carro, subí al bar y me puse a escribir esta columna (ahorita que tengo frescas las caricias del cliente de hace rato). Estoy contenta porque, además, el cuate a quien espero también me gusta. No es precisamente guapo, pero tiene algo que seduce. Es divertido, tiene buenos negocios, una conversación amena, paga bien y coge riquísimo.

Nomás de pensar que ya no tarda volvió a palpitarme el deseo. Qué rico es que te paguen por consentirte, qué rico es saberte deseada. De verdad que si el placer es una droga, me declaro adicta. ¡Ah, que maravilloso trabajo tengo, me cae!


Me despido porque no tarda en llegar Carlitos y, en honor a ustedes, le voy a dar una encamada de esas que no se olvidan.


Hasta el martes


Lulú Petite



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