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México 68: Mitin en Tlatelolco el 7 de septiembre, camino a la masacre

Juan Arvizu Arrioja| El Universal
00:15Ciudad de México | Lunes 22 de septiembre de 2008
La plaza de las Tres Culturas, de tezontle, roca, piedra, cristal y acero, enmarcó el frenesí de los huelguistas universitarios, en seis ocasiones, durante septiembre

Sobre las ruinas aztecas de Tlatelolco, aquél sábado 7 de septiembre, un mitin de estudiantes reanudó la exigencia de diálogo público con el gobierno, y contestó con ácido crítico al Informe de Gustavo Díaz Ordaz, una osadía en la época. Desde esa tarde, el movimiento transitó una ruta de 25 días, que fue de dolor y muerte.

La plaza de las Tres Culturas, de tezontle, roca, piedra, cristal y acero, enmarcó el frenesí de los huelguistas universitarios, en seis ocasiones, durante septiembre.

Allí, los estudiantes pelearon con arrojo contra granaderos, soldados y policías de civil, entre edificios, templos, jardines, explanadas, hasta desembocar en la cita con la masacre anunciada, el 2 de octubre.

En el centro habitacional modelo, los senderos, accesos, terrazas y azoteas, eran conocidos por los jóvenes, pero también por las Policías que los perseguían desde julio, así como por los militares a cargo del plan de control y vuelta a la calma de la ciudad.

El conflicto entraba a su día 47, a la vez que en 35 días debían inaugurarse los Juegos Olímpicos; las autoridades informaban la conclusión de la edificación de instalaciones deportivas, y el Comité Organizador maquillaba versiones oficiales para corresponsales extranjeros, sobre disturbios sin muertos, de pocos heridos, y culpaba a la izquierda agresiva de la violencia.

Lo que ocurrió en la plaza y áreas contiguas, el 7, 21, 22, 24, 26 y 27 de septiembre (mítines, zafarranchos, combates), perfiló la solución definitiva, la paz por la fuerza.

En Tlatelolco había circunstancias únicas. Se localizaba la Vocacional 7 del IPN, de estudiantes sin par en el mundo, capaces de atacar cuerpo a cuerpo, lo mismo a policías antimotines que a soldados. Y aguantaban bajo fuego, balaceras de grupos clandestinos. Fueron temerarios.

Mientras la plaza acumulaba tensión, entre el Informe de Díaz Ordaz y el día 12, se frustraron algunos pasos dirigidos a una solución política.

Por ejemplo: El Consejo Nacional de Huelga (CNH) rechazó el llamado del rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, del 9 de septiembre, a volver a clases sin desistir de las seis exigencias.

La misma dirigencia se negaría repetidamente a tomar la sugerencia del Partido Comunista Mexicano (PCM), a acabar el problema, negociar con el gobierno, como lo señala Marcelino Perelló, en los testimonios del Memorial del 68.

Jefferson Morley, en "Litempo: Los ojos de la CIA en Tlatelolco", reporta que Díaz Ordaz "estaba seguro" de que el PCM y la Unión Soviética tenían parte en los disturbios. Estados Unidos no encontró prueba ni evidencia de esa creencia presidencial.

Antes bien, la CIA, como la DFS, soslayaron que el activismo en Tlatelolco no fue de comunistas, sino de adolescentes de familias pobres, en desventaja frente a la fuerza del Estado.

Los adolescentes merecieron el respaldo de vecinos que les dieron auxilio y morada, al peligrar sus vidas, como ocurrió en los días septembrinos.

En suelo tlatelolca, hubo dos mítines convocados por el CNH. El del día 7, que fue el de mayor impacto, de casi 25 mil personas, con lo cual el movimiento dio señal de recomposición, tras el ataque del Ejército del 28 de agosto, sufrido en el Zócalo, tras la marcha más exitosa hasta ese punto.

Luego, el día 27 de septiembre, con un público de sólo cinco mil personas, el CNH reaparecía seguido por el fantasma de la persecución policiaca y la ocupación militar de la UNAM e IPN. Había perdido sus espacios propios; la asamblea andaba errante.

A pesar de los golpes desarticuladores sufridos a lo largo de septiembre, el CNH se resistía a enarbolar la bandera blanca, y desde el edificio Chihuahua, el día 27, convocaba al mitin del miércoles 2 de octubre, allí, donde siempre.

El conjunto arquitectónico de las tres culturas formaba un escenario bello y grande. Era el terreno de la causa estudiantil.

Y sin embargo, las refriegas en secuencia facilitarían planear una estrategia de asalto. "Operación Galeana", la nombró la Secretaría de la Defensa Nacional.

Un intento por encauzar el problema a las vías de los acuerdos, lo llevó a cabo el rector Barros Sierra, el 9 de septiembre, en un comunicado en el que revisa los planteamientos de Díaz Ordaz sobre la posición del Consejo Universitario del 18 de agosto. "Nuestras demandas institucionales han quedado satisfechas".

Llamó entonces a evitar que la UNAM resulte "la mayor víctima" del conflicto, y advirtió del peligro, entonces, de ser "campo abierto a lucha de facciones".

Al día siguiente, el 10, el CNH resolvió seguir la huelga, "hasta que sea resuelto nuestro pliego petitorio". El paro es "la forma de presión más efectiva con que contamos", apuntó el órgano dirigente.

Ramón Ramírez, en su libro sobre "El Movimiento estudiantil de México", rescata una de las declaraciones del CNH, publicada en el número 7 de la Gaceta del movimiento, sobre los peligros de la falta de una negociación.

En ese caso, "la respuesta será una represión masiva para descabezar el movimiento, debido a la cercanía de la celebración de las Olimpiadas". Y el Senado apoyó al Ejecutivo a utilizar al Ejército, "cuando sea preciso".

Otro analista, Sergio Zermeño, en "México: Una democracia utópica; el movimiento estudiantil de 1968", señala que el PCM estaba por la apertura de negociaciones, el diálogo.

Lejos de la salida política, La movilización fue intensa durante septiembre, y en particular en Tlatelolco. El día 20, la Vocacional 7, fue blanco de una ofensiva de gases lacrimógenos; la reacción fue una lluvia de bombas de gasolina.

Pero también hubo disturbios en Zacatenco y La Ciudadela. Por los separos de la policía Judicial pasaron decenas y decenas de muchachos; eran estertores de un movimiento que había sido humillado con la toma militar de la CU, mientras se preparaba la ocupación del barrio politécnico de Santo Tomás.

La noche del 21 regresaron los granaderos a Tlatelolco, y chocaron con los estudiantes del lugar desde las 19 horas y hasta las dos se la mañana siguiente. Ganaron los locales a pedradas y palos.

Entonces entró en acción la tropa reforzada con tanquetas. Y tuvo lugar el desquite de los granaderos derrotados horas antes, con una violencia que causó la muerte de una niña y la de un granadero.

La menor Silvia Rebeca Ceja Mata, recibió impactos de bala de un agente de tránsito que vació la carga de su pistola contra su casa. Un militar, Benjamín Uriza, que acompañaba a su madre en una visita, la defendió de los golpes brutales de granaderos; hirió con su arma a tres y mató a uno.

De es color estaban las cosas, que la unidad habitacional quedó con patrullaje militar; siguió la jornada de la toma de las instalaciones del IPN. La madrugada del 24, en la Vocacional 7 fue de combate.

Y por la tarde, a las 18 horas, hubo un mitin de escasos dos mil asistentes, con oradores que denunciaron la violencia de las horas recientes.

Los politécnicos --señala Ramón Romero-- anunciaron que "ante la pérdida del Casco de Santo Tomas, en lo sucesivo se concentrarán en la zona estudiantil de la Unidad Nonoalco Tlatelolco".

En consecuencia, siguió la preparación del mitin del 27, convocado por el CNH, y antes se registró una concentración menor, de apoyo al rector Barros Sierra.

Desde luego, el conflicto estaba empalmado al evento internacional del sexenio, los Juegos Olímpicos, que tenía entre sus frases alusivas: "Todo es posible en la paz".

El borrador de un comunicado para corresponsales extranjeros, localizado en el expediente del "movimiento estudiantil" del Grupo Documental del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada, ofreció una versión oficial del problema.

Señala que los propósitos académicos (que no tuvo el movimiento), "se han mezclado en no pocas ocasiones con los políticos". Han actuado "personas ajenas a la vida escolar".

Reporta el desalojo del Zócalo de la madrugada del 28 de agosto, y la detención "en uno de los edificios de la Universidad, de personas que no eran estudiantes y que habían acumulado armas o botellas con líquidos inflamables, conocidas como bombas Molotov".

Resume actuaciones de las autoridades de la UNAM y del IPN, así como de ofrecimientos de Díaz Ordaz, y la negativa estudiantil a la petición de Barros Sierra de retomar clases.
Insiste el comunicado del Comité Organizador en que los estudiantes están acompañados en sus actividades, por "personas no estudiantes".

Quedó fuera de ese texto cualquier reporte sobre la forma en que la agitación pública pudo haber alterado los planes de la preparación de los Juegos.

Lo cierto es que ya para entonces, desde el 7 de septiembre, Tlatelolco, con toda su carga histórica y cultural, había desaparecido de la ruta de la Antorcha Olímpica.

Según un borrador de trabajo anterior al conflicto, la plaza de las Tres Culturas recibiría la estafeta de la flama, el 12 de octubre, en una ceremonia enmarcada por la torre de Relaciones Exteriores, el templo de Santiago Tlatelolco, los edificios habitacionales, entre ellos el Chihuahua, así como la Vocacional 7.

A Tlatelolco, sería designada otra fecha por las circunstancias, el 2 de octubre, y pasaría a la historia moderna, con otro fuego, el de las armas, no el de la paz.

 

 



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