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Falló el miedo a las tanquetas, bazucas y bayonetas

Juan Arvizu Arrioja| El Universal
00:03Ciudad de México | Lunes 18 de agosto de 2008
¿Qué pasa en México?, fue la pregunta que recorrió el mundo con noticias de desórdenes, primero; disturbios, después; manifestaciones de protesta en las calles del país tranquilo hasta entonces, de avance económico, equiparable a un milagro

Contra el movimiento estudiantil, en el verano del 68, falló el miedo a las tanquetas, bazucas y bayonetas del Ejército. Esa generación fue inmune a la bacteria anticomunista inyectada en México e, incluso, al terror combinado de cárcel, tortura y justicia por consigna, como lo demostró entre el 1º y el 10 de agosto, al organizar su causa y desafiar al centro del poder a bajar de su pirámide a negociar un final de hostilidades.

"¿Qué pasa en México?", fue la pregunta que recorrió el mundo con noticias de desórdenes, primero; disturbios, después; manifestaciones de protesta en las calles del país tranquilo hasta entonces, de avance económico, equiparable a un milagro, pero de estancamiento político.

Desde finales de julio, el gobierno descalificó a los jóvenes como presas de comunistas; el regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, un general del Ejército, sostuvo en sus cargos a los jefes de la Policía, otros dos generales, cuyas destituciones habrían mitigado la furia juvenil que se enlutaba por muertos y desaparecidos.

Corona del Rosal se reunió el 8 de agosto con el servicio de Limpia de la capital, que fue la cobertura de Los Halcones, y allí acusó a que desde las filas de los estudiantes, otros grupos pretendían llevar a cabo un complot contra el país, organizado con mucha anticipación, y que ocurriría durante los Juegos Olímpicos, que se inaugurarían dos meses después.

Para el gobierno, los estudiantes estaban contaminados de lo "extraño", lo más nocivo. Eran "revoltosos", según la propaganda de los líderes del Congreso, del PRI, sindicales, patronales.
En esas condiciones, dialogar en ningún momento fue una salida real. El Presidente Gustavo Díaz Ordaz dijo el 1º de agosto, que su mano estaba tendida para restaurar la tranquilidad, pero dirigía su mensaje al "mexicano verdadero, genuino", el de tradición. En las barricadas y las asambleas, la respuesta fue: "A esa mano hay que hacerle la prueba de la parafina".

Las manifestaciones del 1º de agosto, con el rector Javier Barros Sierra a la cabeza y del día 5, presidida por el director del Politécnico Guillermo Massieu, aportaron fortaleza a la protesta de las comunidades de la UNAM y del IPN unidas.

Y desde ese momento, la agitación adquirió un ritmo creciente, que estremeció a México, pero no movió a las autoridades a detener la brutalidad policíaca, a dar la libertad a estudiantes detenidos. Y aunque la ofensiva militar había fracasado, los soldados no regresaron a los cuarteles y fueron parte del conflicto.

El Consejo Nacional de Huelga (CNH), a partir del 9 de agosto, fue el cerebro, el nido de éxitos y fracasos del movimiento. Lo formaron más de 114 representantes de 38 comités de lucha, con la adhesión de padres de familia, profesores, así como universidades particulares y de los estados.

Los estudiantes eran creativos en su lucha, valientes en la acción, como pocos en el mundo de ese 1968. Pero antes de ello, tenían una característica de origen: eran ingenuos, hijos de un país cerrado y provinciano, como describen diversos de sus integrantes. Disputaban por dar las conferencias de prensa, aunque sabían que la mayoría no eran periodistas, sino policías.
El Ejército estableció retenes para aislar a la ciudad de México de grupos de estudiantes solidarios. Apoyó a la Policía a contener protestas locales contra los excesos de la autoridad.

Esa era aún la bandera de los jóvenes.

Hacia el final del conflicto, la revista francesa L´Express escribió: "Al principio, los estudiantes querían poca cosa. Lo que reclaman ahora es otro México".
La revuelta estaba viva y robusta, a base de sangre, fuego y terror.

Cuando el primero de agosto, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, decretaba el luto universitario, por la violación a la autonomía, por parte del Ejército en San Ildefonso, cientos de estudiantes seguían detenidos en las cárceles, y se decretaban paros de protesta en escuelas de Guanajuato, Chiapas, Tabasco, Puebla, Jalisco, Veracruz, Guerrero e Hidalgo.

La manifestación del duelo universitario movilizó a cien mil personas, y era esa la primera de las grandes marchas del 68, que sorprendió al mundo cuando esperaba el festejo olímpico, no protestas contra el gobierno.

Aquella marcha estuvo observada por un numeroso destacamento militar, emplazado para impedir que la columna civil avanzara hacia el norte y entrara al Zócalo, meta que no fue autorizada.

Tanquetas, vehículos de transporte de tropas armadas, tensaron la situación, mientras que en la marcha se aplicó un dispositivo para impedir la infiltración de provocadores. La manifestación transcurrió en orden y recibió la simpatía de la gente, fue el primer gran triunfo del movimiento.

Los transeúntes aplaudían a los manifestantes; cayó una lluvia y les obsequiaron pliegos de plástico para protegerse, y los estudiantes corearon: ¡Únete, pueblo! ¡Nuestra lucha es lucha tuya, también! ¡Únete, pueblo!

En el IPN, estudiantes y profesores demandaron la destitución de los jefes policíacos, los generales Raúl Mendiolea Cerecero y Luís Cueto Ramírez, así como del teniente coronel Armando Frías, como responsables de la violencia ocurrida del 23 al 31 de julio.

Los politécnicos demandaron respeto a las libertades democráticas; libertad a los estudiantes, profesores y ciudadanos, detenidos a partir del 26 de julio; la derogación de los artículos 145 y 145 bis (sobre la disolución social) del Código Penal Federal; la desaparición del cuerpo de Granaderos, así como la indemnización a familias de estudiantes agredidos. Esa fue la base del pliego petitorio del movimiento.

Los señalamientos contra el Partido Comunista Mexicano (PCM), como causante de la violencia, alimentaron el sentimiento anticomunista, con un cóctel de culpables al gusto: "provocadores extranjeros", troskistas, maoístas, guevaristas, castristas.

Manuel Bernardo Aguirre, presidente de la gran Comisión del Senado, reclamó la participación de los padres de familia, a fin de que "se oriente a los jóvenes estudiantes para que rechacen la intromisión de las influencias extrañas que los extravían".

Otro personaje entraba a escena. Era el juez 1º de Distrito, Eduardo Ferrer Mac Gregor, quien dictó autos de formal prisión a decenas de estudiantes, que rindieron declaraciones bajo tortura, y que poblaron la Cárcel de Lecumberri, al lado de otros presos políticos. Era el verdugo con la guillotina del delito de la disolución social.

Según Corona del Rosal, en su reunión con los barrenderos, del 8 de agosto, "la agitación había sido cuidadosamente preparada, pero felizmente los desórdenes estallaron antes de lo que habían previsto las gentes que atentan contra la tranquilidad y estabilidad de México".

El jefe de la Policía Preventiva, Luís Cueto Ramírez, había señalado que la ruptura de la tranquilidad mexicana, se debía "a un movimiento subversivo", dirigido a crear hostilidad hacia el gobierno, en vísperas de los Juegos Olímpicos.

La prensa extranjera puso bajo sospecha la teoría de los comunistas subversivos, como causa de la revuelta, con la evidencia de la debilidad del PCM y del resto de la izquierda de México muy fragmentada, de manera que no les reconoció capacidad para levantar la violencia.

Mientras, el 5 de agosto, en el campus del IPN, se desarrolló una manifestación de estudiantes y profesores, en repudio de la represión sufrida hasta ese día.

Periódicos como Le Fígaro y Le Monde, llamaron al Politécnico "la universidad de los pobres", al dar cuenta de que sus estudiantes formaron las columnas con mayor bravura y que chocaron con mayor frecuencia con la Policía y el Ejército a lo largo del conflicto.

Un estudio del investigador Sergio Zermeño, quien fue integrante del CNH, que describe la composición y relaciones de ese grupo de dirigentes, señala que la mitad de los votos representaban a adolescentes y jóvenes de las vocacionales y preparatorias. En buena parte, fueron el motor del activismo de la causa.

Desde su formación, el 9 de agosto, el CNH representó a más de 150 mil estudiantes, la mayor formación opositora al gobierno, que hubieran conocido los mexicanos de la época, y surgió después del término del plazo dado a las autoridades para responder las demandas de los jóvenes.

El pliego petitorio quedó expresado en seis puntos, que resumían la lucha de los jóvenes:

1. Libertad a los presos políticos.

2. Destitución de los jefes de la policía, generales Luis Cueto Ramírez y Rafael Mendioela, y del teniente coronel Armando Frías, jefe del cuerpo de Granaderos.

3. Extinción del cuerpo de Granaderos, instrumento directo de la represión, y no creación de cuerpos semejantes.

4. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de disolución social), instrumentos jurídicos de la agresión.

5. Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión, desde el viernes 26 de julio en adelante.

6. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo, por parte de las autoridades a través de la Policía, los granaderos y el Ejército.

El movimiento estudiantil se extendió a universidades particulares de la capital, como la Iberoamericana, Anáhuac y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, además de El Colegio de México.

Hubo réplicas del movimiento estudiantil en Tabasco, Sinaloa, Nuevo León y Chihuahua, donde se persiguió a los "subversivos". A su vez, brigadas de enlace del CNH viajaron a distintas ciudades de 19 estados, en las que pararon unas 70 escuelas y habían llevado a cabo 10 manifestaciones en apoyo a los estudiantes de la ciudad de México.

A pesar de ello, el gobierno se negó a destituir a los jefes policíacos y liberar a cientos de jóvenes detenidos. Las posibilidades de maniobra eran riesgosas para el Presidente Díaz Ordaz y el gabinete, por el sinónimo de debilidad en el ceder a las demandas, o de reconocer a un interlocutor en los estudiantes, cuando no eran un ente institucional, sino una fuerza desacreditada por la propaganda anticomunista.

El tiempo avanzaba y los estudiantes seguían en pie. Ninguna expresión de brutalidad apagó su inconformidad: porros, vándalos, fósiles, grupos de choque armados, diversos cuerpos de Policía, Ejército; fiebre anticomunista, persecución, cárcel, torturas, muerte.

Pese a todo, la juventud con su ánimo festivo, su energía inagotable, su alegría sin eclipse, dirigió el movimiento. Atrás de ellos -no al lado, ni adelante--, estaban los profesores y los padres de familia.

La generación del 68, en ese agosto, se expresó en consignas, carteles, frases y enarboló símbolos como Ernesto "Che" Guevara, el guerrillero "dulce", muerto un año antes en Bolivia, con cuyo nombre, desde esas jornadas, fue bautizado el auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Con esas imágenes contrastadas se dibujaba la faceta romántica del movimiento del 68.



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