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68. Paraíso mexicano coexistía con disturbios estudiantiles

Juan Arvizu Arrioja| El Universal
00:09Lunes 18 de agosto de 2008
En ese época los únicos problemas dramáticos en el firmamento de 1968, venían enlatados de Hollywood en filmes como Nacidos para perder

Como un presagio era ese nombre --"Nacidos para perder"-- de película de violencia y sangre, que abarcó la marquesina del Teatro Metropolitan, en su estreno una semana antes del inicio del conflicto estudiantil del 68, y cuya publicidad preguntaba: "¿Quién tiene la culpa de la desviación de la juventud, ellos o nosotros los mayores?"

Con la lógica de esa idea de "juventud desviada" transcurrirían jornadas de la fuerza pública contra estudiantes, que pronto tuvieron de su lado a la gente. Los civiles estuvieron lejos del temor, y el gobierno sacó al Ejército a las calles. El conflicto creció rápido.

"Nacidos para perder", en inglés Born Losers, una cinta del cine Gore, de efectos sanguinarios, protagonizada por John Laughlin y Jane Russel, escapaba al bolsillo de los estudiantes de las populares Vocacionales 5 y 2, en racha de más de un año de riñas de pandillas en la Ciudadela.

La publicidad incitaba la curiosidad por la historia: "La familia, alma de la sociedad, debe conocer los hechos de esta película para evitar la desunión familiar y con esto los problemas de la juventud moderna".

Como fueran las cosas, en julio de 1968, México se mostraba como una isla de paz y progreso, visto desde la atalaya de la publicidad y el control oficiales. No había espacio ni para la inconformidad ni para llamar la atención en la marginación de muchos. El paraíso mexicano coexistía, sin embargo, en un mundo sacudido por disturbios estudiantiles, magnicidios, guerras, guerrillas, revoluciones, dictaduras, conflictos raciales.

Dominaba el mensaje de un país que se preparaba como anfitrión de las Olimpiadas de la Paz, en ese Año Internacional de los Derechos Humanos. No, no, no. Los dramas estaban en Hollywood. Y no se diga, en el cine de temas revolucionarios, como "La Batalla de Argel", cinta italiana que retrata las acciones de guerrillas de nacionalistas argelinos en pelea por la independencia de su país, en cartelera mexicana desde la primavera, antes que en Francia.

Esas eran algunas historias del séptimo arte, en un país donde el presidente de la República tenía la última palabra del sistema político, y que iba a recibir la protesta social, como no había ocurrido en 40 años de régimen.

El cine Roble, en Paseo de la Reforma, donde ahora se construye el edificio del Senado, proyectaba con meses de éxito, "Corona de Lágrimas", protagonizada por Marga López, Enrique Lizalde, Daniela Rosen y Juan Ferrara. Los promotores del filme preguntaban al público de la capital:

"Sus hijos, ¿qué son para usted? ¿Un problema, una esperanza, una eterna preocupación o una poderosa razón de vivir?" Días y noches de batallas y su pesadilla ulterior traerían respuestas a granel. ¿Qué son sus hijos?

Esos muchachos encerrados en las preguntas de la época, 40 años después son abuelos (los muertos fueron inumerables). Habían crecido en una sociedad 94% católica, acostumbrada a que el PRI ganaba todas las elecciones. La emigración rural a las ciudades estaba en su apogeo y la economía crecía 7%, al amparo de la Revolución que, sin embargo, no resolvía los problemas ancestrales más serios: la pobreza y la inequidad.

El descontento estaba marginado. El Partido Comunista Mexicano (PCM) carecía de registro oficial, pero recibió con agrado, el 5 de julio, la iniciativa de ciudadanía a los 18 años, del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Hasta entonces se votaba desde los 21 años, y la reforma fue vista con reservas, por líderes sindicales, la línea dura del PRI. "Los jóvenes aún inmaduros pueden ser manejados contra los intereses de la patria", decían.

En el Congreso, el Ejecutivo Federal era el gran legislador, mientras que unos cuantos diputados del PAN, formaban la oposición. El PPS y PARM eran satélites priistas.

Dentro del país no había problemas para la celebración de los Juegos Olímpicos, que pagaba el contribuyente con tributos especiales fijados desde cinco años antes. Ya no había obstáculos para el gran evento, como fueron los supuestos efectos negativos en los deportistas, derivados de la altura de la ciudad de México, que se rebatieron con estudios médicos. Fue conjurado un boicot contra la participación de Sudáfrica, al excluir de las competencias al país de la segregación racial.

No, no, no. Los únicos problemas dramáticos en el firmamento de 1968, venían enlatados de Hollywood, aunque en los Estudios Churubusco también se cocían habas.

"Las Pecadoras", con Maricruz Olivier e Isela Vega, atraían espectadores en el cine Orfeón; "Patrulla de Valientes", en el Palacio Chino, con los nombres de Alberto Vázquez y Héctor Suárez; "Despedida de casada", con Ana Luisa Pelufo y Julissa, en el cine Variedades; "Amor en las nubes", con Tere Velázquez llamaban a la taquilla del cine Alameda.

Si "Nacidos para perder" impactaba al espectador, y "La batalla de Argel", mostraba técnicas de guerrilla, días adelante, tan cercanos como la semana siguiente, empezaría un conflicto que rasgaría tres décadas de paz priista, con los jóvenes por delante apoyados por la gente.

De esa historia, los abuelos del siglo 21 saben mucho.

Era la edad de mirar al mundo. Leer la leyenda del Ernesto "Che" Guevara, asesinado en Bolivia el año anterior; de entender el mayo de París, un conflicto en el que los franceses sacudieron, sin muertos, las estructuras de la república del general Charles de Gaulle, con la consigna de "La imaginación al poder".

México estaba en la órbita estadounidense de la Guerra Fría y mantenía equilibrios con relaciones con Cuba y la Unión Soviética.

La onda psicodélica inspiraba la vestimenta y accesorios de hombres y mujeres jóvenes. Si había que hablar de revolución, estaba en la minifalda. La píldora anticonceptiva no era tema; la liberación sexual necesitaba precursores; la droga era experiencia de los sentidos, accesible a pocos, como las vedetes y nudistas de burlesque, el mundo antes del table dance.

Con sus seis millones y medio de habitantes, la ciudad de México era la región cosmopolita del país.

La gente iban de paseo dominical a Xochimilco, un lugar más allá de los suburbios. Regían tradiciones religiosas católicas y costumbres pueblerinas. Marx y Lenin eran desconocido en tierra del mariachi.

Transcurría julio y México era un mensaje oficial de paz para el mundo, aunque estaba a punto de ocurrir el movimiento social de la generación del 68.



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