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Los cuarenta ladrones

WILBERT TORRE • CORRESPONSAL| El Universal
Miércoles 04 de julio de 2007

Recreación de la batalla mexicoamericana de 1836. (Foto: EL UNIVERSAL )

En la guerra entre Estados Unidos y México, entre 1846 y 1848, el Ejército estadounidense creó un grupo de espías formado por ex gavilleros y perseguidos de la justicia mexicana

WASHINGTON.— El aparato de inteligencia y espionaje de Estados Unidos no fue siempre esa maquinaria poderosa y casi perfecta de los tiempos modernos. En la Primera Guerra Mundial, los estadounidenses se mostraron avergonzados frente a los eficaces modelos de análisis de información desarrollados en Europa. Pero los antecedentes fueron más penosos aún. En la guerra con México, Estados Unidos utilizó un recurso útil y del que después renegaría (aunque utilizaría con frecuencia décadas más tarde): gavilleros, ex prisioneros y prófugos de la Justicia.

En diciembre de 1845, el general Zachary Taylor se adentró con sus hombres en la recién anexada República de Texas. Estados Unidos vivía una época en la cual persistía la insensibilidad en Washington respecto de la utilización de tareas de inteligencia, así que privaba una densa ignorancia sobre la topografía y condiciones del nuevo territorio estadounidense. En esas circunstancias, Taylor avanzó en su misión de repeler un ataque de fuerzas mexicanas.

El Comité Church, creado por el Senado en los años 70 para investigar actividades federales de espionaje bajo sospecha de ilegalidad —sobre todo después de las revelaciones del Watergate— se interesó en estudiar las actividades de acopio de información desde tiempos lejanos.

En 1975, después de que el reportero Seymur Hersh reveló actividades ilegales de espionaje contra miles de ciudadanos, el Senado de Estados Unidos creó un comité integrado por 11 miembros para investigar esas operaciones. Frank Church, un combativo senador demócrata, encabezó las actividades del comité, que entrevistó a 800 personas y condujo 250 audiencias ejecutivas y 21 sesiones públicas. El comité advirtió sobre la existencia de complots para asesinar a jefes de Estado como Fidel Castro, Patricio Lumumba y Rafael Trujillo, pero fue incapaz de establecer las responsabilidades de altos mandos de la CIA y la Casa Blanca en esas operaciones.

A partir de las memorias de los militares involucrados en esas misiones, así como estudios recopilados y escritos por académicos y documentos históricos almacenados por el Congreso, el Comité Church se ocupó, como parte de esa investigación, de la guerra con México.

Las circunstancias bajo las cuales el Ejército de Estados Unidos se internó en Texas eran riesgosas. No se conocía mucho sobre el nuevo territorio, así que el general William L. Marcy, secretario de Guerra, impartió a Taylor órdenes expresas de buscar asistencia y apoyo en los texanos, “cuyas piernas son de gran valor para hacer cabalgar nuestros caballos”. Pero las instrucciones de recopilar toda la información posible y hacerla llegar a Washington no fue cumplida por Taylor, a pesar de los consejos de otro general, Winfield Scott, acerca de la convenciencia de reclutar mexicanos inconformes con su gobierno para servir como espías e informantes.

Taylor avanzó hacia Monterrey sin informes ni precauciones sobre un ataque mexicano, asumiendo que no encontraría resistencia en su afán de asegurar la ciudad. Se equivocó. Durante tres días, 10 mil mexicanos bajo las órdenes del general Pedro de Ampudia defendieron la ciudad hasta que las fuerzas estadounidenses lograron tomar varias colinas. Apoyados por cañones, los estadounidenses finalmente avanzaron, aunque perdieron muchos hombres.

No fue Taylor sino el general Scott, en Veracruz, quien fundaría, a sugerencia del teniente coronel Hitchcock, su asistente general, un escuadrón de espías formado por afamados asaltantes y gavilleros mexicanos.

En su diario de guerra, el 5 de junio de 1847, Hitchcock relata que un “muy celebrado capitán de asaltantes” comenzó a prestar sus servicios al Ejército de Estados Unidos. Era conocido como Domínguez y, según los escritos de Hitchcock, “conoce a la gente y todo el país”. Lo puso a prueba enviándolo con un comunicado urgente que Domínguez trajo de vuelta dos semanas después con una respuesta. El comando fue bautizado como “Los Cuarenta Ladrones” y también fue conocido como “La Compañía Mexicana de Espionaje”.

Domínguez, líder de la banda de espías, había sido un honesto tejedor mexicano que mutó en gavillero después de que un oficial mexicano lo asaltó. Al principio sólo tuvo cinco hombres en el núcleo de espías pero más tarde llegó a reunir hasta 100 personas, aunque hay testimonios de que pudieron ser el doble. Domínguez era el líder y el capitán del grupo era un norteamericano de Virginia apellidado Spooner y dos lugartenientes también eran estadounidenses.

Eventualmente, Hitchcock se hizo de algunos de estos hombres liberándolos de cárceles locales y les ofreció en pago 20 dólares cada mes. La Compañía Mexicana de Espionaje fue muy útil para los fines militares de Scott, a pesar de que otros militares como el general Joseph Lane veían a los mexicanos con desprecio.

Alguna vez, Lane describió así a ese grupo: “Son hombres que decidieron traicionar a su propio país cubriéndose con infamia. Cada hombre de esa compañía fue un pájaro de cárcel y creo que no podría haber sido posible reunir a un peor cuerpo de hombres”.

El capitán Robert Anderson, de la Tercera Artillería, también se ocupó del grupo de espías al servicio del Ejército de Estados Unidos en una carta a su madre: “Tenemos a nuestro servicio a una compañía de mexicanos llamados los cuarenta ladrones. El otro día les preguntamos si temían ser asesinados por el Ejército Mexicano y nos respondieron que ése era un asunto de ellos nada más. Son muy valiosos para obtener información y son utilizados en forma individual o colectiva, según se requiera. El líder dice que podría incrementar el grupo de espías hasta llegar a mil 500 o 2 mil hombres”.

Conforme el riesgo disminuyó en la misión de internarse en México, las fuerzas estadounidenses prescindieron del uso de la compañía de espías mexicanos. La promesa de pagarles 20 dólares por mes no se cumplió en muchos casos y en otros algunos militares norteamericanos les pagaron de su bolsillo, de acuerdo con las investigaciones del Comité Church.

La firma de la paz con México frenó por completo esas actividades. En las fuerzas estadounidenses imperaba la certeza de que los servicios que habían sido efectivos en tiempos de guerra ahora podrían representar una amenaza e incluso ser motivo de vergüenza para el gobierno de Estados Unidos.

Algunos de los espías mexicanos fueron obligados a marcharse de Estados Unidos. En su diario, el 5 de junio de 1848, Hitchcock relata que con el consentimiento de los mexicanos, disolvería el grupo de espionaje. Pagaría a cada uno 20 dólares, en Veracruz, con excepción del jefe Domínguez, quien los acompañaría hasta Nueva Orleáns. Hasta la fecha se desconoce si recibieron esa compensación final por sus servicios y cuántos fueron obligados a abandonar Estados Unidos.

“La guerra con México aportó a los oficiales estadounidenses un entrenamiento práctico en guerra civil y campos de batalla. Pero poco de valor positivo pudo ser aportado al servicio secreto de Estados Unidos”, concluye el capítulo del Comité Church sobre la guerra con México.



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